Cuando el nuevo gobierno italiano, no elegido precisamente por las urnas, plantea sus recortes (sociales, por supuesto), añade que no va a aumentar la presión fiscal a las rentas más altas para que sus propietarios no huyan a otros lugares más benévolos hacia los ricos y se reduzca el crecimiento. Es bastante coherente (aunque su base empírica sea discutible).
En primer lugar, porque muestra lo errado que andaba el Manifiesto Comunista cuando decía lo de “los proletarios no tienen patria”. La tienen, y les cuesta cambiarla por otra cuando emigran. Los que no tienen patria son los ricos.
En segundo lugar, porque muestra “quién manda aquí” (who is in charge) y a qué intereses se pliegan, de hecho, los gobiernos cuando tienen que optar entre A y B, que es cuando realmente se ve de qué van. La retórica es gratis. Lo que importa es ver qué criterios aplican cuando tienen que elegir entre alternativas.
Pero por lo menos se plantean la cuestión del ingreso y no se quedan en el gasto. En otros lugares (el país en el que vivo, sin ir más lejos), la sabiduría política consiste en saber qué recortes (sociales, por supuesto) hay que hacer ya que “nuestro Estado del Bienestar se ha aplicado por encima de nuestras posibilidades” (sic). Es curioso: cuando hay déficit, sería obvio que se puede afrontar recortando gastos (sociales, por supuesto) o aumentando ingresos (donde se puedan encontrar, es decir, en las rentas más altas, no en impuestos contra “los de abajo”) y, sin embargo, esta segunda posibilidad ni se menciona. Les resulta irrelevante si esas políticas lo que consiguen es menor capacidad de compra de “los de abajo” (reducción de la demanda) que afecta a las empresas industriales que tendrán que reducir sus empleados con lo que habrá menor demanda todavía y nuevos problemas con el subsidio de desempleo (como está sucediendo estos días en los Estados Unidos, donde discuten si lo recortan o no). Son las finanzas, estúpido, que sí pueden moverse de un lado a otro del Planeta, cosa que las empresas industriales lo tienen más complicado (aunque no imposible y se llama “deslocalización”).
Hubo un tiempo en que la Unión Europea (antes CEE) tenía tal enfoque socialdemócrata (reducción de las desigualdades, lucha contra la pobreza, fondos de compensación) que tanto daba que los gobiernos fuesen de “derechas” o de “izquierdas” ya que sus políticas quedarían supeditadas a la dominante. Ahora es exactamente al revés: el enfoque es tan neoliberal que, en el caso de que hubiese algún gobierno de “izquierdas”, éste quedaría “sepultado” por el peso del enfoque dominante.
¿Es eso bueno o malo? Pues depende. Por un lado, evita tener que pensar: ya viene dado el modelo a seguir y solo hay que poner en práctica lo que digan “los que mandan”. Por otro lado, la unanimidad (como la coloración de los gobiernos desde el central al último ayuntamiento en las Españas) ayuda a tomar decisiones sin necesidad de negociar y transigir: se puede aplicar el modelo sin mayores problemas políticos. Pero el problema, para mí, es si eso fortalece al conjunto frente al trabajo cotidiano de personas y máquinas que buscan el beneficio a través del sector financiero. Creo que lo debilita. Pero igual estoy tan equivocado como creo que está el “sentido común” actualmente dominante en la UE.