
Hace una semana Glenda Quintini, de la OCDE, publicaba un artículo en VoxEU sobre las trayectorias de los jóvenes en Estados Unidos y en Europa. Su conclusión es que los chicos y chicas en Estados Unidos tienen bastante más éxito que sus equivalentes europeos a la hora de entrar en el mercado laboral. En concreto, el porcentaje de jóvenes que tiene problemas a la hora de encontrar o mantener un trabajo es 18 puntos más alto en Europa. Aquí tenéis los datos en una gráfica:
No obstante, estos datos varían mucho dentro de la Unión Europea. Hay países como Alemania o Austria donde el desempleo juvenil es muy bajo, mientras que en España tenemos cifras catastróficas. La idea a la que apunta Quintini es que para garantizar una buena transición entre la escuela y el mercado laboral hay dos caminos o modelos principales.
Por una parte está el modelo anglosajón, cuyo principal representante es Estados Unidos. Allí las escuelas e institutos generalmente no incluyen opciones vocacionales o técnicas. El mercado laboral con el que se encuentran los estudiantes al graduarse está muy poco regulado, con apenas restricciones a la hora de despedir, modificar contratos o dar indemnizaciones. Esto permite a los jóvenes “meter la cabeza” en el mercado laboral, aunque sea en un trabajo en el que no quieran permanecer mucho tiempo. Como hay una mayor facilidad para cambiar de empleo, esto no les va a impedir seguir buscando y encontrar otro distinto.
El otro modelo es el alemán, que facilita la transición escuela-trabajo con un sistema educativo que separa a los alumnos a una edad temprana e incluye prácticas en empresas para los que eligen la opción vocacional o técnica. El resultado es que gracias al proceso de “matching” o emparejamiento, muchos estudiantes al graduarse ya tienen una oferta en una empresa para la que han trabajado previamente.
La siguiente pregunta es: ¿Qué sistema queremos?
El problema del modelo estadounidense es que no hay nivel intermedio para la gente que no consigue graduarse de la universidad. Es decir, hay un porcentaje de jóvenes que, pudiendo acabar una carrera técnica o bachelor’s de dos años, no lo hace y acaba en empleos por debajo de su potencial. Es cierto que la flexibilidad del mercado laboral permite mitigar esto. Si las empresas invierten en la formación de sus trabajadores, pueden corregir parte de las deficiencias del sistema educativo. Pero esto no ocurre siempre.
En el modelo alemán se me ocurren dos problemas:
Primero: Como apuntaba el Economist hace unos meses, la separación de los alumnos entre educación vocacional y la opción más académica del Gymnasium no depende únicamente de sus capacidades. Los niños y niñas provenientes de familias más pobres o grupos más desfavorecidos -como los inmigrantes recientes, por ejemplo- suelen optar por la vía técnica. Si nuestros padres tienen recursos y son graduados universitarios, en cambio, tendremos una probabilidad mucho mayor de optar por la vía nos llevará a la universidad. We are all equal, but some are more equal than others. Esto puede ser un fallo no del sistema de separación en sí, sino de lo que ocurre con anterioridad. La intervención temprana es vital para acabar con la desigualdad en la educación. Si esta falla, un sistema como el alemán canalizará de forma muy eficiente a los alumnos al mismo estrato social que sus padres.
Segundo: La flexibilidad. Hace unas semanas hablaba sobre la “tercera revolución industrial” y las consecuencias que esto podría tener sobre la desigualdad y el mercado de trabajo. El sistema alemán es de especialización temprana, y está pensado para que uno esté bastante tiempo en su empresa. Los mercados de trabajo rígidos, si hay algo que no favorecen, es la transición entre trabajos. La tendencia de las últimas décadas ha sido hacia lo contrario: Cambios de mercado constantes y jóvenes que saltan de trabajo en trabajo. El que el modelo alemán funciona bien ahora. Pero ¿cómo de adaptable es a las nuevas circunstancias?
Como dicen Quintini y compañía, en España (y el sur de Europa, en eso no estamos solos) hemos conseguido algo bastante notable, que es combinar lo peor de ambos sistemas. Por una parte tenemos un mercado laboral con una regulación absolutamente demencial, que hace casi imposible que un joven consiga un contrato indefinido. Por otra parte no tenemos un sistema de formación profesional o vocacional que ayude con el emparejamiento de estudiantes y empresas como ocurre en Alemania o Austria. Aunque tanto la vía estadounidense como la alemana tienen muchos aspectos a mejorar, consiguen lo que se proponen: Facilitar el camino de los jóvenes al mundo laboral una vez acaban sus estudios. El camino español, en cambio, está lleno de obstáculos que hemos creado nosotros mismos.
Fuente: http://politikon.es