

El régimen democrático pareciera estar en crisis, las distintas manifestaciones mundiales así lo muestran. Tanto en Chile como en Inglaterra, la sociedad ha salido a las calles manifestando el desacuerdo con algunas decisiones gubernamentales. Ya se trate de temas como la seguridad o la educación, las poblaciones actuales demuestran mediante la organización una mayor voluntad de participación política, situación que debe ocupar a los gobernantes.
Bajo el supuesto de que un sistema de gobierno no puede funcionar correctamente si no hace caso de la voluntad política de sus gobernados ¿será necesario un replanteamiento del modelo democrático actual? El presente artículo pretende por el momento, exponer brevemente algunas de las problemáticas más fuertes a las cuales se enfrenta el sistema democrático en cuanto a su función.
El sobrecargo
Para Bobbio, existe una gran desproporción entre el número de demandas que se generan desde la sociedad y la capacidad del sistema para manejarlas, fenómeno que es reconocido en la teoría de sistemas, como sobrecargo. Por otro lado, “los procedimientos dispuestos por un sistema democrático para tomar las decisiones colectivas o que deberían dar respuesta a las demandas generadas desde la sociedad civil, son tales que frenan y a veces hacen inútiles mediante el juego de vetos cruzados la toma de decisiones”.
Más adelante, menciona Bobbio, que es precisamente el carácter abigarrado de la demanda social en los regímenes democráticos lo que condena la pronta y adecuada resolución de los mismos. Como se parte de la idea de que el interés individual debe estar subordinado al interés colectivo, la democracia, a través de la elección y el establecimiento de la agenda pública, otorga mayor importancia a los temas que son preocupantes para la mayor parte de la población; o en su defecto, a una minoría con mayor capital político.
La poliarquía
Afirma, como tercera limitación de la democracia, el carácter difuso y poliárquico del poder. Esta fragmentación en diversos centros de poder “produce competencia entre los poderes y termina por crear conflictos entre los mismos sujetos que deberían resolver los conflictos, una especie de conflicto a la segunda potencia.” Las problemáticas que se evidencian en el interactuar cotidiano de los regímenes democráticos, tienden para su resolución, al establecimiento de reglamentos autoritarios.
“Por un lado, en el fortalecimiento del poder ejecutivo y por tanto en dar preferencias a sistemas de tipo presidencial o semipresidencial frente a los parlamentarios clásicos; por otro lado en el poner nuevos límites a la esfera de las decisiones que pueden ser tomadas con base en la regla típica de las democracias, la regla de la mayoría.”.
Es el carácter problemático de la interacción humana, lo que hace exponer en estas líneas aquella imagen kantiana. Y es que la interrelación entre los individuos en el terreno personal está plagada de conveniencias y egoísmos; pero también existen acciones altruistas y desinteresadas.
Gobierno del, por y para el pueblo
Si se traslada esta idea al terreno político se convierte en una problemática fundamental del quehacer político y de la calidad de una democracia. Las demandas de la ciudadanía deben ser escuchadas por el gobierno para hacer verdad el viejo adagio que respalda el concepto de democracia, que pretende ser un “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.
Que una democracia sea del pueblo y por el pueblo, puede ser visible en términos e indicadores tan fútiles como lo son la representatividad y el número de votantes que asistieron a las urnas en los comicios anteriores. A pesar de que existen estos indicadores que permiten vislumbrar el grado de participación política, no son estos los que acercan al investigador, cuando trata de enfocarse en la calidad de la política democrática.
¿Calidad democrática?
La medición de la calidad de una democracia se antoja complicada, sobre todo cuando se tiene en cuenta el constante agrandamiento de la separación entre los gobernantes y los gobernados. La antigua noción griega de que cada ciudadano de la polis debiera participar en la política como juez y elector resulta imposible en las democracias modernas.
El crecimiento de las ciudades, unido a la complejidad de la jerga política, coronada por una sociedad que se alimenta de la fugacidad y la velocidad como principios que dirigen la existencia, han apoyado el alejamiento de los ciudadanos de los asuntos públicos. En un principio se pensó que los medios masivos de comunicación ayudarían a eliminar esta barrera. Nada ha resultado tan falso.
Así pues, el ciudadano ha perdido a lo largo de la historia la capacidad para influir realmente en el terreno político. Como se verá más adelante, a pesar de la organización de algunos sectores de la sociedad a lo largo de nuestra historia, elementos del sistema gubernativo, como la administración pública, han funcionado como mecanismos de cooptación, negociación y clientelismo político.
Fuente: suite101.net