La segunda parte de la explicación de ¿Qué hace un sociólogo? por René Martínez Pineda, la primera aquí y la tercera aquí
En las interrogantes hechas hay dos premisas: por acá, la interpretación científica de la realidad sólo es posible en la calle, pues, en ella se juntan la víctima con su victimario, aunque los historiadores anodinos mantienen alejadas sus historias; y, por otro, la transformación de la realidad no es una cuestión teórica, sino político-práctica, o sea una labor inalienable de quienes la estudian y de quienes la sufren en esa esquina de la muerte; en esa fábrica sin ventilación; en ese almacén sin vacaciones ni buen aguinaldo; bajo ese sol sin tregua que tuesta ilusiones imberbes; en ese lupanar con guardería donde una niña aprende que mi madre es una rosa, mi padre es un clavel, y yo soy un botoncito que no tuve que nacer…
Como ve, señorita Nubia, propongo que el sociólogo nacionalice los hechos cotidianos de una realidad que, por costumbre oficial, nos ha puesto las manos en el cuello. Así, nacionalizar los hechos es crucial para el sociólogo y para el pueblo: para el uno, porque con ello se actualiza o destruye la teoría social; para el otro, porque no le interesan las cuestiones suprasociales que sólo pueden ser dichas con sesquipedalia verba (entiende, Joel, que hablo de cosas como: filología, neoliberalismo, globalización, modernidad y otras hierbas que le son esotéricas) sino que, su preocupación esencial –y con justa razón- es sobrevivir un tiempo de comida a la vez sin dejar de ser honesto. Es primordial estudiar lo estructural, es cierto, pero, dime Álvaro Darío ¿cómo aspiramos hacerlo científicamente dejando de lado lo coyuntural?
Para mí, sociólogo que dejó de leer libros de sociología -por la misma razón neuronal por la que no me gustan las telenovelas, ni estoy apto para un doctorado- el hecho sociológico es abordable con éxito cuando vemos la realidad como una red de problemas que, en apariencia, no van más allá de las fronteras vitales del ser humano, las que, inexorablemente, limitan la visión. Recuerde, don Israel Noyola, que habló de la sociología de un país pobre, con una élite intelectual malinchista que, por serlo, ha dejado de parir ideas propias. Para el pueblo, la primera (la única) frontera vital que tiene es su cotidianidad (la que posee su propio lenguaje sin malas palabras) y más allá de ella… todo pierde importancia. Por eso, el pueblo vota como vota; piensa como piensa (y nunca piensa en cómo piensa); se conforma con nada; teme a lo que teme; cree en lo que cree, hasta llegar al suicidio colectivo de creer en el político apolillado que terminó sus días como pastor; en la diputada de derecha que habla de austeridad después de haber expropiado los servicios públicos; y en los grandes medios de comunicación social que invitan, preferentemente, a gente de derecha.
A la sociología, tía Chayo, le deben interesar todas las fronteras del mundo sociocultural para construir su escuela de pensamiento: lo macrosocial y lo microsocial; lo global y lo local, pero sin dejar de ser mundana. Dígame Sor Blanca Alicia ¿Cómo se pueden hacer planteamientos sociológicos serios si se obvia lo terrenal? ¿Cómo se puede establecer la dinámica de la estructura social –incidida por relaciones de poder y sobrevivencia que se reproducen gracias a la paradoja oprimido-opresor- si no se recorren sus torcidos renglones? Y es que, por acá, la cotidianidad es el punto de contacto entre la realidad y la teoría, por razones ontológicas e históricas; y, por allá, la aptitud global de la sociología salvadoreña (su reconocimiento como tal) tiene sus raíces en lo local. Le aclaro esto, don Pupusa, para que no vaya a pensar en curtidos reduccionismos, y para que sepa, de una vez, que no se puede entender lo local sin lo global y viceversa.
A estas alturas, me imagino que intuye lo que yo sospecho, niña Carmen: que el papel del sociólogo salvadoreño es saber conjugar la justicia social con la teoría sociológica; la pertinencia práctica con la epistemología; la vida diaria con el meta-discurso social; la cotidianidad de adobe con lo estructural; la metodológica página en blanco con el escatológico sudor; la reflexión científica con la primera bala disparada; la lucha de calle (que nunca es ajena, ni prosaica) con la esterilidad de la hipótesis; el hoy con el ayer, que sólo ganan sentido en el mañana porque, en definitiva, somos tiempo-espacio. Podrá parecerte, Carlos Eduardo, que en el qué hacer del sociólogo, tal como lo planteo, está latente el peligro de politizar la sociología o de ideologizar la reflexión, pero, el peligro que se ubica en el extremo contrario (o sea en alejarla de la calle y del sufrimiento y del imaginario de la gente que está a merced de los charlatanes de lo social, o de los intelectualitos de centro comercial que, bien vestidos y depilados, se ufanan de sus títulos) es hacer de la sociología un cúmulo de papeles que nadie lee y, por eso a nadie le sirven, pues, a lo sumo, están llenos de datos, no de información.
Y es que –le explico en detalle, don Lengua de Vaca- los sociólogos están muy preocupados por los datos, creyéndolos información. Mire, una cosa son los datos –y de ellos está llena la vida actual, usted y su habilidad oral lo saben bien- y otra, muy distinta, es la información. El dato es aquel número, índice, indicador o gráfico con los que alardeamos (poniendo cara de científicos sociales) cuando nos invitan a dar charlas (según el Banco Mundial, una de cada cinco personas en el mundo -el 20% de la humanidad- vive en la pobreza absoluta, o sea con menos de un dólar por día, muchas gracias) pero… ¿qué significa, en el estómago de un niño, vivir con menos de un dólar diario? ¿Qué significa ese dato para el público que bosteza oyéndonos? De seguro que ese dato, sin carne ni huesos conocidos, no significa absolutamente nada, porque quien lo cita no sabe qué hacer con él en la práctica. Prueba de ello es que en mi país hay una indecible cantidad de estudios, diagnósticos, sondeos, ponencias, conjuros y más, sobre la problemática social, y la situación sigue siendo básicamente la misma. Si supiera usted, niña Chenda –hay me saluda a don Ramón cuando lo vea- cuántos estudios sobre la violencia social se han publicado sin que tengan ninguna incidencia significativa, ya que el dato no mueve conciencias, ni cualifica reflexiones científicas, ni redacta políticas públicas.
René Martínez Pineda Director Escuela de Ciencias Sociales –UES
Fuente: www.diariocolatino.com