
El número de menores con perfil conflictivo o en situación de riesgo ha aumentado en los últimos años. Cuando hablamos de menores en conflicto social se hace referencia a aquéllos jóvenes que se encuentran en una situación de inadaptación con riesgo de causar perjuicios a sí mismos o a otras personas. Esta “inadaptación” suele venir espoleada por problemas de carácter personal, escolar, familiar, o por problemas de conducta y comportamiento.
Los dos agentes primordiales que influyen en la formación y educación del menor son la familia y la escuela.La familia, normalmente, aporta un largo camino de aprendizaje en el que se fomenta el desarrollo social, emocional y cognoscitivo del menor. Si este desarrollo no se lleva a cabo de una forma adecuada, puede traer graves consecuencias en la vida de éste.
La estructura familiar condiciona mucho el desarrollo de “ese largo camino”. Hoy en día, esta estructura generalmente está compuesta por padres e hijos, pero independientemente del modelo familiar, la labor de los padres hacia sus hijos es de lo más esencial. Padres y madres aún desarrollan roles muy marcados por su género. Habitualmente, se ve a los padres como figura autoritaria, más distante (quizás menos implicada) y centrada en temas escolares (que los hijos vayan bien en el colegio) y de intendencia (que no les falta de nada). En ocasiones, las mujeres continúan realizando el papel de madres renunciantes a sus propósitos profesionales para dedicarse de pleno a la crianza y formación de sus hijos. La figura de la madre se ve como una presencia constante, que tiene que lidiar con el día a día con los problemas cotidianos de los hijos. Estos roles responden a una visión tradicional y clásica del matrimonio con hijos, pero todavía resultan muy recurrentes cuando se hace mención del término “familia”. La familia es el principal núcleo en el que se aprenden los valores más importantes que servirán para que el menor aprenda a socializar e integrarse en la sociedad. Los padres son el ejemplo para sus hijos. Pero también es importante que la relación con los niños se construya sobre los pilares de la confianza y el cariño al compás de ciertas limitaciones y cierta disciplina para que la relación educativa se lleve a cabo con éxito.
Actualmente, con el progreso de los valores educativos en el tiempo, los denominados “límites”, se han flexibilizado ausentándose unos valores disciplinarios sólidos que determinen el comportamiento, por lo que se crea un ambiente en el que los hijos se han tomado más libertades. Esta situación puede crecer y convertirse en algo indomable ya que las “armas” con las que cuentan los padres para enfrentarse a sus hijos, se reducen y empieza a aparecer lo que se denomina como “desobediencia”. Muchas veces, los padres consideran esto como algo irremediable e insalvable ya que hoy en día, está muy mal visto defender los valores de la disciplina y autoridad y pueden sentirse un tanto “perdidos”. Pero educar no es sólo un valor que debe inculcar la familia, sino que es una labor del conjunto de la sociedad en la que también influye el papel de la escuela.
Ante la constatación del hecho de que los hijos pasen más tiempo en los centros educativos que en casa, los progenitores achacan la responsabilidad de los profesores en cuanto al comportamiento de sus hijos y reclaman una mayor implicación en la educación y planificación de los estudios. En cambio, los profesores argumentan que los padres se desentienden de sus responsabilidades educativas dejando a sus hijos en el colegio pretendiendo que estos retornen a casa totalmente reformados, delegando así una responsabilidad que a los maestros, no les concierne. Los padres se limitan a los resultados académicos, pero se olvidan de considerar valores muy importantes como el proceso formativo del niño o las relaciones con el entorno que le rodea.
Se genera así una descoordinación entre padres y alumnos que ponen en duda el valor del término “autoridad”. Hoy se asume que los profesores han ido perdiendo la valor necesario para mantener un aula en orden. Los padres, con una actitud sobreprotectora con sus hijos y desconfiada con los profesores, generan niños desobedientes, con mal comportamiento, sin conciencia de que su actitud sea inadecuada.
Muchas veces, los padres no aceptan figuras de autoridad por encima de la propia. Los docentes se sienten desautorizados y no valorados. Y con esto, todos los reproches entre padres y docentes se realizan en el marco de una discusión más amplia que es el funcionamiento de la enseñanza pública y la privada, las ventajas y desventajas de una y otra, e implicaciones de ambas. Hoy se ve a la escuela pública como un reflejo del conjunto social que muestra los problemas, comportamientos, actitudes y valores, que caracterizan la vida en comunidad. En función de este planteamiento, la visión sobre la enseñanza pública ha entrado a formar parte del discurso sobre la pérdida de valores. La enseñanza privada correspondería a quienes, o bien pretenden aportar un “plus” determinado a la educación y formación de sus hijos (especializaciones concretas, mejores condiciones para el estudio, trato más individualizado, profesores que estén “más encima” de los alumnos…), o bien intentan mantener y perpetuar un cierto estatus social (centros con prestigio, al alcance de pocos y que aportan condición de clase social). Dentro de la enseñanza privada, se suele involucrar a la enseñanza religiosa. Esta se ve como un modelo de enseñanza de “orden”, “autoridad” y “respeto”, que son justamente los principios que se cree que se han perdido por el camino y han conducido a la “caótica” situación de la enseñanza pública.
Otro rasgo que se uniría a la discusión entre la enseñanza pública y privada es la inmigración y sus implicaciones. El progresivo incremento de población inmigrante ha provocado en los últimos años un significativo aumento del alumnado de otras nacionalidades. Los problemas que se argumentan, suelen atribuirse más a cuestiones relacionadas con las “costumbres” y los “valores”, creando la idea de que los alumnos extranjeros importan unas costumbres propias que no encajan con la nuestras y que, en vez de adaptarse ellos a las normas del país que les acoge, es el sistema educativo de nuestro país el que hace el esfuerzo por integrar a los inmigrantes. La crítica de los padres se centra en el hecho, que consideran cierto, de que esa integración de los inmigrantes se realiza a costa de que su hijos pierdan una serie de derechos para los que creen que deberían tener cierta prioridad.
Por otro lado, asumen que el creciente alumnado inmigrante contribuye a acrecentar problemas relacionados con la precariedad, la pobreza y el choque de culturas. También consideran que generan problemas que tendrían que ver con situaciones de violencia dentro de los propios colegios, pero también con aspectos académicos: el grupo, la clase se retrasará como consecuencia de que cierta parte del alumnado no ponga interés y cree desorden.
Todas estas contradicciones hacen que se genere un ambiente en el que el menor, puede adoptar ciertas actitudes incorrectas generando a su vez un segundo ambiente en el que la gente que le rodea se vea involucrado e implicado, creándose así un conflicto social que si no se frena a medida, puede alcanzar pasajes más complicados en los que la administración tenga que intervenir.
Artículo de Virginia Expósito, graduada en Ciencias Políticas y de la Administración en la Universidad de Santiago de Compostela y Máster en comunicación de los conflictos y los movimientos sociales en la Universidad Autónoma de Barcelona.