
La corrupción como fenómeno comunicativo tiene como base a los rumores. Relatos no publicitados pero conocidos por todos, en los que se manifiestan las sospechas sobre la moral y los actos de determinados políticos sobre los que pesa el estigma de sinvergüenzas, pero en los que también se encuentran las justificaciones a sus comportamientos.
Tener una imagen de corrupto no impide desarrollar carreras políticas y mantenerse en el poder, incluso cuando puede haber sentencias judiciales en contra, no se disimulan los comportamientos cuando menos extravagantes o incluso se tiene un pasado teñido por el paso por la cárcel. El fenómeno de Jesús Gil y sus reiteradas victorias en el ayuntamiento de Marbella son un buen ejemplo de esto.
El hecho de que los electores premien a políticos sospechosos de corrupción o sigan avalando a los partidos que les dieron cobijo puede relacionarse con dos posiciones compatibles, una interesada y la otra emotiva:
La primera, entiende que la corrupción es justificable por eficaz lo que se traduce en la presencia de un voto cautivo, clientelar o cínico que cree participar directa o indirectamente en los supuestos beneficios que entrañan las corruptelas, así como en su inevitabilidad como forma de hacer y conseguir las cosas. Es decir, que se trata de un mal inevitable, menor o incluso una virtud práctica.
La segunda, no incompatible con la anterior, se fundamenta en la empatía con los personajes y estilos que representan los sospechosos, por la que son vistos como parte de una cultura y una identidad diferencial con la que determinada comunidad no solo defiende sus intereses si no reivindica su razón de ser e idiosincrasia frente a otros. Es decir, que el corrupto ante todo es uno de los nuestros e incluso el mejor de los nuestros.
En ambos casos, el votante se mueve entre el perdón y la extraña admiración hacia personajes y partidos capaces de transmitir seguridad vía omnipotencia, paternalismo e incluso progreso. Porque la comunicación de la corrupción, aunque tiene mucho de formas pasadas, también tiene que adaptarse a los tiempos.
Valencia icono de la crisis
La comunidad valenciana ha pasado de representar la pujanza de la economía española, a ser el icono de la crisis no solo a nivel económico sino también político. La comunidad se imaginó como una adaptación perfecta al modelo de desarrollo impulsado por la construcción y el turismo, que implicaba el crecimiento y la mejora de los servicios públicos pero también la introducción de la comunidad en un marco de competencia con sus vecinos, especialmente Cataluña, y su introducción en el mundo, para lo que no se escatimaron gastos en eventos e instalaciones. Llegada la crisis, Valencia es una de las comunidades que manifiesta un deterioro más acelerado en las condiciones de vida y la que pasa por ejemplificar el despilfarro.
A la crisis económica Valencia suma la crisis política. La comunidad se caracterizó por la pervivencia decastas políticas, entre las que brilla la de Carlos Fabra en Castellón, y la emergencia de un PP dominante primero en manos de Zaplana y luego de Camps quien en 2011 dimite por su implicación en el caso Gürtell en una comunidad donde: primero, se investigan 141 casos de corrupción política; segundo, el PP tiene a un 20% de parlamentarios regionales implicados con las tramas Gürtell, Brugal o de las ONG; tercero, en que sus políticos, como la alcaldesa de Valencia Rita Barberá, aparecen recurrentemente relacionados con los principales casos de corrupción nacionales, no solo Gürtell si no también el Noós; cuarto, en que la corrupción política [Enlace retirado], cundiendo una sensación de “sicilianización” del levante español; y quinto, donde los casos de corrupción política van acompañados de escándalos económicos y la inquietante presencia de las mafias internacionales.
Valencia: intención de voto, intención de cambio
El escenario anterior no se tradujo en la alternancia de gobierno en 2011, si no que el PP de manos de Alberto Fabra sigue manteniendo el dominio de una comunidad clave para la mayoría nacional del PP, y que debería serlo para cualquier proyecto opositor a este partido no solo en la comunidad sino a nivel nacional. Pese a todo, la imposibilidad de “limpiar” el partido y la continuidad de los escándalos, han hecho que baje la intención de voto de un PP al que los sondeos auguran [Enlace retirado]en la región, también en la capital, e incluso un desplome. Sin embargo, desde la dirección de los populares, aunque hay preocupación [Enlace retirado]conscientes de que aún son la primera minoría, de que aún les queda tiempo para recuperar su imagen o, por qué no, re-actualizar la que tienen.
A modo de conclusión: con la corrupción no basta
El PP valenciano vive pendiente de las decisiones judiciales o de la aparición de nuevos escándalos, en un contexto en que los rumores siguen siendo muchos y muy variados. Por otro lado, pese a los cambios de caras, es consciente del estigma de sus líderes y de los efectos de la corrupción en su marca partido. Lo que lógicamente es explotado por la oposición. Esto hace que públicamente mantenga un discurso sobre la lucha contra la corrupción o limpieza, unido a los clásicos silencios y los tú más. Sin embargo, el PP valenciano también sabe que conserva posiciones de poder, que queda tiempo y que, al fin y al cabo, a veces la corrupción no es un argumento de suficiente peso para desbancar a los gobiernos.
El discurso del interés o la identidad que avalan al corrupto como eficaz y como uno de los nuestros, sitúan al elector en un relato de la complicidad que el PP trata de reconstruir. La posibilidad pragmática de la gestión crisis pasa por la capacidad de manejar los entresijos que nos metieron en ella, tanto como que el futuro de Valencia lo hace por el mantenimiento de la mayoría fuerte en el poder, son los argumentos implícitos con los que Alberto Fabra acude, por ejemplo, al encuentro de los barones del PP con Mariano Rajoy. El victimismo sobre los ataques a los líderes del PP local y sus sedes, el discurso de los agravios comparativos con otras autonomías, o las invocaciones a [Enlace retirado] del presidente valenciano, son las claves de su discurso público. Todos estos argumentos, en la forma y en el fondo advierten a los partidos opositores que para vencer el dominio valenciano del PP con comunicar la corrupción no basta, si no que hay que atacar a las bases que justificaron a ésta y que para muchos, aunque no lo queramos admitir, pueden seguir siendo válidas.
Articulo de David Hernández Corrochano, visto en blogsdepolitica.com