Tengo la convicción, como todo investigador, que la sociología puede contribuir a una acción política realmente democrática, a un gobierno de todos los ciudadanos capaz de asegurar la felicidad de todos los ciudadanos. Esta convicción, quisiera tratar de compartirla, – aunque es un poco presumir de mis fuerzas y sobre todo subestimar los obstáculos y las resistencias, inevitables, que la sociología conoce bien, a la recepción de la sociología.
Ya no podemos plantearnos la pregunta de la democracia, al día de hoy, sin tomar en cuenta el hecho de que las ciencias sociales están presentes, a menudo bajo formas más o menos depravadas, en la realidad social misma. No pasa un solo día sin que se recurra a la economía y los economistas para justificar decisiones de gobierno. No se echa la mano a la sociología a menudo, y solo esfrente a situaciones de crisis, frente a dichos problemas dichos (como si todos los demás no lo fueran…), tal como, hoy, el problema de la universidad o la cuestión dicha sobre los “suburbios”, que se acude al sociólogo, sobre todo en los medios de comunicación.
Una política realmente democrática se encuentra situada frente a la forma moderna de una muy vieja alternativa, la del filósofo rey (o del déspota sabio) y del demagogo, o, si se prefiere, la alternativa de la arrogancia tecnocrática que pretende hacer la felicidad de los hombres sin ellos o a pesar de ellos y la dimisión demagógica que acepta tal cual la sanción de la demanda, que se manifiesta a través de las encuestas de mercado, los tanteos de la audiencia o las popularidades. Una política realmente democrática debe esforzarse por escapar de esta alternativa. No insistiré en las consecuencias del error tecnocrático, que se comete más bien en nombre de la economía. Habría que detallar los costes, no sólo sociales, sobre todo en sufrimientos y en violencia, pero también económicos, de todos los ahorros que se imponen en nombre de una definición limitada y mutilada, de la economía. Diré solamente, para hacer reflexionar, que hay una ley de conservación de la violencia y que si se quiere de verdad hacer disminuir la violencia más visible, los crímenes, los robos, las violaciones, incluso atentados, hay que trabajar a reducir globalmente la violencia que queda invisible (en todo caso a partir de los lugares centrales, o dominantes), la que se ejercita día a día, a diestro y siniestro, en las familias, las fábricas, los talleres, las comisarías, las prisiones, o hasta en los hospitales o las escuelas, y que es producto de la “violencia inerte” de los marcos económicas y sociales y de los mecanismos despiadados que contribuyen a reproducirlos.
Pero quiero insistir en la segunda rama de la alternativa: el error demagógico. Los avances de la “tecnología social” (que no hay que confundir con la “ciencia social” de la cual a veces toma prestados sus instrumentos) son tales, como bien se conoce la demanda aparente, actual y puntual, y claramente declarada. Existen unos técnicos deladoxa, de la opinión, vendedores de sondeos de opinión y de encuestas de mercado, herederos contemporáneos de aquellos a los que Platon llama, maravillosamente, los doxosofos, aparentessabios de las apariencias.
La ciencia social recuerda los límites de una técnica que, como el sondeo, sólotrae opiniones agregadas, como votos, y que, como tal, puede convertirse en un instrumento racional de gestión demagógica, subordinada a las fuerzas sociales inmediatas. Pone solo de manifiesto una política que da satisfacción a la demanda aparente para asegurarse el éxito contrario a su propio fin, que es definir fines conformes con el interés verdadero de la mayor cantidad, y que no es nada más que una forma apenas disfrazada de marketing. La ilusión sobre la democracia consiste en olvidar que hay unas condiciones de acceso a la opinión política constituida, expresada: “Opinar, decía Platon, doxazein, es hablar”, es llevar al nivel del discurso. Entonces, como sabe cada uno, no somos todos iguales frente al lenguaje. La probabilidad de responder a una pregunta de opinión (sobre todo si se trata de un problema político constituido como tal por el microcosmo político) es muy desigual entre los hombres y entre las mujeres, los instruidos y los incultos, los ricas y los pobres y, por consiguiente, la igualdad formal de los ciudadanos esconde una desigualdad real. La probabilidad de tener una opinión varía como la probabilidad de hallarse en situación de imponerlo, como opinión activa.
La ciencia informa sobre los medios; no dice nada sobre los fines. Pero tan pronto como se habla de democracia, los fines son claramente planteaos: hay que trabajar a universalizar, es decir a democratizar, las condiciones económicas y culturales del acceso a la opinión política. Lo que otorga un lugar determinante a la educación, educación base y educación permanente: no es solo una condición de acceso a puestos de trabajo o a posiciones sociales, es la mayor condición del acceso al ejercicio verdadero de los derechos del ciudadano.
Las leyes de hierro de los aparatos políticos que han sido descritas por los sociólogos dichos neo-maquiavélicos, es decir las que favorecen la concentración del poder de representación en las manos de algunos, y las que golpean en particular las organizaciones encargadas de representar los más necesitados, no son, como lo creían sus inventores, leyes de la naturaleza: se apoyan en las leyes de producción de las opiniones individuales que acabo de enunciar y, como todas las leyes sociales, pueden ser contrarrestadas por una acción armada del conocimiento de esta ley.
Pero la sociología no se contenta con contribuir a la crítica de las ilusiones sociales que es una de las condiciones de una elección democrática; puede también sondear un utopismo realista, tan alejado de un voluntarismo irresponsable como de una resignación cientista al orden establecido. Se opone de hecho drásticamente a la práctica delos doxosofos, que se trate de la ciencia sin sabios de los encuestadores de opinión que se contentan con proponer a los encuestados las preguntas que el microcosmo político se pregunta sobre ellos. Se da como proyecto a ir más allá de las apariencias, y del aparentediscurso sobre las apariencias, que se trate del que producen los mismos agentes o del, más engañoso todavía, que losdoxosofos, encuestadores de opinión, comentaristas políticos, hombres políticos, producen sobre ella, en un juego de espejos que se refleja indefinidamente.
La verdaderamedicina, según la tradición hipocrática, comienza con el conocimiento de las enfermedades invisibles, es decir los hechos de los que el enfermo no habla, bien porque no sea consciente de ellos, o porque olvida de entregarlos. Lo mismo ocurre con una ciencia social cuidadosa de conocer y de comprender las verdaderas causas del malestar que se expresa a la luz sólo con signos sociales difíciles de interpretar porque en apariencia demasiado evidentes. Pienso en los desencadenamientos de violencia gratuita, en los estadios o en otros lugares, en los crímenes racistas o en los éxitos electorales de los profetas de desgracia, apresurados por explotar y a ampliar las expresiones más primitivas del sufrimiento moral que engendradas, tanto y más que por la miseria y la “violencia inerte” de los marcos económicos y sociales, por todas las pequeñas miserias y las violencias dulces de la existencia diaria.
Para ir más allá de las manifestaciones aparentes, claro que hay que subir hasta los verdaderosdeterminantes económicos y sociales de las innumerables ofensas a la libertad de las personas, a su aspiración legítima a la felicidad y a su realización personal, que ejercen hoy, no sólo las limitaciones despiadadas del mercado del trabajo o de la vivienda, sino también los veredictos del mercado escolar, o las sanciones abiertas o las agresiones insidiosas de la vida profesional. Referirse a la conciencia de los mecanismos que devuelven la vida dolorosa, incluso insoportable, esto no es neutralizarlos; sacar a la luz las contradicciones, no es resolverlas. Pero, por muy escéptico que podamos estar sobre la eficacia social del mensaje sociológico, no podemos considerar nulo el efecto que puede ejercer permitiendo por lo menos a los que sufren de descubrir la posibilidad de imputar su sufrimiento a causas sociales y de sentirse tan disculpados. Esta constatación, a pesar de las apariencias, no tiene nada desesperante: lo que el mundo social hizo, el mundo social puede, con este conocimiento, deshacerlo.
Es claro que la sociología molesta; y molesta porque descubre, sin distinguirse en nada, en esto, de otras ciencias: “sólo existe el oculto”, decía Bachelard. Pero este oculto es de un tipo totalmente particular: a menudo se trata de un secreto – que, como ciertos secretos de familia, no nos gusta verlos descubiertos – o, mejor, de un reprimido. Sobre todo cuando concierne a mecanismos o prácticas que contradicen demasiado abiertamente el credo democrático (pienso por ejemplo en los mecanismos sociales de la selección escolar). Es lo que hace que el sociólogo que, en lugar de contentarse con registrar y con ratificar apariencias, hace su trabajo científico de revelación, puede parecer que denuncia.
A los que denuncian la sociología con el pretexto de que denuncia responden a los que desesperan de la sociología con el pretexto de que desespera… Entonces la sociología no se comprueba con un acta que se juzga especialmentemás determinista, pesimista, incluso desmoralizador, quees más profundo y más riguroso. Puede abastecer los medios realistas de contrarrestar las tendencias inmanentes del orden social. Los que gritan al determinismo deberían recordar que hubo que apoyarse en el conocimiento de la ley de la gravedad para construir máquinas volantes que permiten desafiar eficazmente esta ley
TRIBUNA LIBRE,Zellige n°3, Octubre 1996 © ServicioCultural, Científico y de Cooperación de la Embajada de Francia en Marruecos