Todos estamos contra el robo, la extorsión y el secuestro. Pero cuando el Estado hace cosas extraordinariamente similares, y les pone nombres como expropiación, tributación o prisión, entonces cambian nuestras estimaciones. El Estado y sus agentes, pensamos, pueden legítimamente hacer muchas cosas que los ciudadanos no pueden hacer. Pero, ¿qué le da ese privilegio? Esto es lo que Michael Huemer llama “el problema de la autoridad política” y, a su juicio, dicha autoridad no existe.
Huemer examina las justificaciones centrales de la autoridad política: las teorías actuales e hipotéticas del contrato social, las teorías democráticas, las teorías consecuencialistas y las teorías que apelan a la justa legitimidad. Él sostiene que todas ellas fracasan y buscan su apoyo apelando a intuiciones ampliamente compartidas, cuando se trata de justificar el uso de la coerción para alcanzar nuestras metas.
Hay que destacar que Huemer no sostiene que todo lo que hacen los Estados se realice sin autorización. Los Estados, sigue diciendo, tienen autoridad para actuar contra delitos como el robo, la violación y el asesinato. Estos son delitos que también los ciudadanos comunes tienen autoridad para detener y esto está en consonancia con el punto general de Huemer: Los límites éticos de lo que el Estado y sus agentes pueden hacer son tan estrictos como los límites éticos de lo que pueden hacer los ciudadanos.
Bajo este punto de vista, si uno sostiene que está mal robar a un desconocido para destinar ese dinero a la caridad, que está mal encerrar a tu vecino en el sótano durante un año porque fuma cannabis, y que está mal poner obstáculos a fin de evitar que la gente haga una oferta sobre los bienes que desea comprar más barato, entonces, también habría que sostener que no es correcto que el Estado redistribuya por la fuerza la riqueza, que ponga a los usuarios de drogas en la cárcel, e imponga restricciones al comercio. Los agentes de policía, argumenta Huemer, deberían negarse a detener a las personas que no han hecho daño a nadie y, en los juicios injustos, los miembros del jurado deberían votar para absolver con independencia de la ley y con independencia de las pruebas.
Si el Estado no da a nadie el derecho para hacer cosas que ellos no podrían hacer por derecho como ciudadanos corrientes: ¿por qué tantos de nosotros somos engañados para creer lo contrario? Para explicar por qué, Huemer hace un uso novedoso de una serie de conocidos hallazgos psicológicos, apela al experimento Milgram (el cual demuestra que estamos dispuestos a hacer cosas muy malas, siempre y cuando una figura con autoridad nos lo ordene); a los experimentos de disonancia cognitiva de Festinger y Carlsmith (que demuestran que si nos sometemos a una autoridad, con el tiempo empezamos a creer que dicha autoridad está justificada); al experimento de Asch (que demuestra que a menudo negamos, incluso lo que es una percepción obvia, si el resto del grupo lo niega), y a la existencia del síndrome de Estocolmo (nuestra tendencia a desarrollar compasión por aquellos que nos mantienen cautivos).
Estos hallazgos psicológicos, prosigue Huemer, explican por qué la gente ha llegado a creer en la autoridad política, incluso cuando no existe. Para cada mecanismo psicológico, Huemer examina bajo qué condiciones sucedía, y luego argumenta que tales condiciones son las que caracterizan la relación de los ciudadanos con el Estado. También apela a la estética política: sellos, banderas, uniformes, edificios gubernamentales, rituales y lenguaje legal, todo ayuda a crear la impresión de que el Estado actúa con autoridad y que los ciudadanos están obligados a obedecer.
El rechazo a la autoridad política de Huemer constituye el argumento original para el libertarismo, y dicha argumentación ocupa la primera mitad de su libro. En la segunda mitad, va un paso más allá y aboga por el anarquismo libertario o anarcocapitalismo. En opinión de Huemer, incluso las cosas que los Estados pueden estar justificados a hacer, también pueden hacerse mejor a través de la seguridad privada y las agencias de arbitraje.
Para construir un caso de seguridad privada y arbitraje, Huemer inicia la presentación de una línea de juegos teóricos argumentales contra la visión de Hobbes de que los agentes con intereses propios y equivalente fuerza, terminarían en un conflicto violento a menos que estén subordinados a un soberano. Según Huemer, el coste de la violencia, el miedo a las represalias y los beneficios de la cooperación conducirán a estos agentes a vivir en paz. Lo que lleva a un conflicto violento son las grandes diferencias en la fuerza, y esto es precisamente lo que caracteriza la relación entre el Estado y sus ciudadanos. Huemer sostiene además que, dado que los Estados son monopolios, pueden hacer un trabajo muy pobre sin ser penalizados, y apelando a la teoría de la elección pública y a la obra de Bryan Caplan sobre la futilidad del voto, razona que la capacidad de los ciudadanos para controlar a su gobierno es mínima o inexistente.
Si en lugar de tener un Estado, hubiera una seguridad privada competente y agencias de arbitraje, Huemer sugiere que tendríamos burocracias más eficientes, mejor protección contra los delincuentes y un arbitraje más justo. El autor analiza varias objeciones a esta propuesta y ofrece sus réplicas bien pensadas y originales.
No todas sus respuestas son igualmente convincentes. Huemer argumenta que los conflictos entre ciudadanos no se intensifican hacia conflictos armados entre las agencias de seguridad porque “es muy poco probable que una disputa entre dos clientes llegara a tener un valor que justificara este tipo de gasto” (p. 234). Esto es cierto cuando los casos se consideran aisladamente, parece lógico pensar que las agencias de seguridad gastarían racionalmente los recursos dado el caso, ya que, de lo contrario, esto podría ahuyentar a las agencias competentes en el futuro. Por otra parte, si bien es cierto que las agencias de seguridad temerían los conflictos armados entre sí, el miedo puede a menudo conducir a un arbitraje injusto, ya que la agencia más fuerte coaccionaría a la más débil para que cediera.
El argumento de Huemer frente a la agresión de los cárteles y las agencias de protección que sirven a los delincuentes también está incompleta, que es la principal razón por la cual él no habla de mafias. ¿De qué manera una mafia difiere de una agencia de seguridad huemeriana? ¿Por qué las mafias se comportan de la manera que lo hacen, si Huemer está en lo correcto al decir que las agencias de seguridad no van a defender a delincuentes, y no sean ellas mismas las agresoras? Podría muy bien haber respuestas convincentes a estas preguntas, pero Huemer no las ofrece. También podría haber aprovechado para discutir como su forma de anarquismo se relaciona con otros anarquismos, especialmente respecto a los anarquismos socialistas, pero, tristemente, Bakunin y Chomsky sólo se mencionan de pasada.
Los argumentos del libro son claros y fáciles de seguir, y el lenguaje es sencillo y sin pretensiones. Huemer podría haber dejado más claro desde el principio cómo van a fluir sus argumentos generales ( la tabla analítica de contenido, en tanto que informativa, es demasiado detallada para dar una visión general); aun así, el libro sigue siendo fácil de leer. Es un libro que atrapa al lector. Huemer abarca una gran cantidad de temas por página, y aunque su tratamiento de algunos de ellos pasa un poco de prisa (esto es especialmente cierto en la redistribución, la prostitución, los impuestos y las drogas), lo que dice es a menudo original y siempre interesante. Maneja bien los desafíos del pluralismo metodológico.
Además de ser un sólido trabajo académico, este libro funcionaría bien como lectura asignada en las clases de filosofía política. Está destinado a suscitar el debate, y su inclusión contribuiría a remediar la triste realidad de que el anarquismo está a menudo ignorado o dejado de lado sin un compromiso serio. Una verdadera lástima, porque incluso si uno rechaza sus conclusiones, Huemer deja claro que el anarquismo es una teoría sofisticada que merece un examen cuidadoso.
Artículo de Ole Martin Moen, visto en bitnavegante.blogspot.com.es
– Citación: The Philosophical Trimestral (2013) doi: 10.1093/pq/pqt018 .
– Libro The Problem of Political Authority: An Examination of the Right to Coerce and the Duty to Obey. Autor Michael Huemer. (New YorkPalgrave Macmillan, 2013. Pp. xxviii + 365. Price £24.99.)
– Imagen portada del libro “The Problem of Political Authority: An Examination of the Right to Coerce and the Duty to Obey”