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Ssociólogos | Blog de Actualidad y Sociología

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Trabajo, cultura y exclusión social

enero 14, 2014 by Ssociólogos 5 Comments

El trabajo describe un concepto físico e intelectual tendente a que el individuo garantice su subsistencia transformando el entorno donde habita. Pero el hecho del trabajo en sí mismo tiene otras perspectivas de índole cultural que deben tenerse en cuenta como reflexión y como elemento de análisis del fenómeno del desempleo y del cambio de posicionamiento ideológico y social respecto a lo que significa ser trabajador o desempleado  en la sociedad actual.

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El carácter vital del trabajo como pilar y símbolo de la moderna sociedad globalizada tiene que ver con su enraizamiento en una cultura determinada, entendiéndose cultura como un sistema de valores, creencias, normas y actitudes que definen lo que se entiende por correcto e incorrecto, por bueno y malo y enmarca los límites del comportamiento esperado de los componentes del grupo humano. No se trata de un sistema cerrado, los individuos inmersos en esa cultura, exploran, experimentan e impulsan procesos de cambio que modifican la percepción de determinados elementos a través del tiempo. El poder, la familia, el trabajo, la ley o la religión, son por tanto instituciones que estructuran la sociedad y están sujetas a modificaciones en sus códigos de significado.

La cultura facilita al individuo una cosmovisión determinada que es compartida por la mayoría y que versa sobre el sentido de la vida y de la muerte, sobre las creencias y también sobre el sentido del trabajo. Por tanto, todas las culturas han resuelto, o al menos han tratado de dar respuesta, a los grandes interrogantes que el hombre se ha planteado a través de su vida en sociedad. El trabajo, como elemento que define la idiosincrasia de una sociedad ha sufrido modificaciones en su simbología y valoración a lo largo de la historia.

El trabajo desde la Grecia Clásica hasta la reforma protestante

Retrotrayéndose en el tiempo hasta los orígenes culturales de nuestra sociedad postindustrial y situándonos en la Grecia clásica, el trabajo era tenido como un elemento menor, negativo, inferior. El trabajo se valoraba como algo que degradaba la propia naturaleza del hombre y quedaba relegado para los esclavos como algo necesario pero indigno. La dedicación a la cultura, la erudición o del simple disfrute del ocio, era en estas sociedades esclavistas la manera de autorrealización del espíritu del hombre. Es posible que está consideración de la praxis de trabajo como algo negativo, impidiera a la cultura greco-romana destacar en el desarrollo tecnológico, ya que a su gran potencial teórico y cognitivo se oponía una casi nula experimentación y una falta total de metodología práctica. Esta ruptura entre teoría y empirismo y su desprecio por el trabajo, hizo disminuir el potencial de su gran bagaje cultural, al menos en su vertiente más relacionada con los avances tecnológicos.

En la cultura judeo-cristiana el trabajo se define en sus orígenes como algo negativo, nefasto para el hombre. Posiblemente siguiendo los mismos postulados del mundo griego, del cual los hebreos beben en muchos aspectos. Posteriormente la religión cristiana modifica la visión del trabajo como algo malo, fruto del pecado, para concederle un valor de redención y de sacrifico que contiene la virtud de alejar al individuo de las tentaciones y los vicios mundanos. Sobre todo  a partir de San Agustín la religión católica hace hincapié en el valor de la sumisión y la obediencia en el trabajo como rasgos positivos a destacar en la nueva cultura de la Cristiandad.

Es con la Reforma Protestante de Lutero cuando la cultura occidental desarrolla los grandes postulados del trabajo como un elemento no ya positivo, sino imprescindible para el buen desarrollo espiritual y social del individuo. Con el florecimiento de la ética protestante el trabajo alcanza un grado de valoración máxima ya que se considera la prosperidad y la laboriosidad como signos inequívocos de la salvación eterna y una señal del agrado divino mediante la predestinación. La vocación profesional es colocada al mismo nivel de la vocación religiosa.  El desarrollo de la Revolución Industrial y del Capitalismo en la Europa de los siglos XVIII y XIX le debe mucho a esta cosmovisión impulsada por la Reforma, aunque ambas situaciones (creencias y tecnología) se retroalimentan y se mezclan con muchos otros procesos históricos que se desarrollan en aquel momento y que tienen al trabajo, al capital y a la masa obrera como protagonistas destacados. 

El sociólogo alemán Max Weber en su obra: “La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo”, da cuenta de manera brillante y científica de todo el proceso histórico y de las implicaciones económicas políticas y sociológicas de la emergencia del trabajo como concepto cultural en auge y un valor básico a trasmitir en la socialización de las nuevas generaciones.

Marx: el hombre como ser de Praxis o el trabajo como alienación

Como consecuencia no deseada se produce una situación de vorágine laboral debido al creciente ritmo de expansión del capitalismo industrial y a las deficiencias en los procesos de adaptación de millones de nuevos obreros fabriles que provocan el desbordamiento de las ciudades como consecuencia de la afluencia masiva de este ejército de trabajadores provenientes del campo y de zonas menos desarrolladas.

Desde el análisis sociológico y dialéctico que realiza Marx sobre la cuestión de la alienación, podemos observar que también el trabajo es para los marxistas un hecho muy valorado.  El hombre tiene en la autorrealización de su trabajo una de sus características. Sin embargo para Marx el planteamiento calamitoso que hace el capitalismo de la organización del trabajo y la pérdida de control del trabajador del resultado de su obra, le hace infeliz, le frustra y le aísla de los demás y de sí mismo en cuanto que coarta sus verdaderas potencialidades como creador y transformador del medio y la sociedad en que vive.  Según palabras de Marx, el hombre es un “ser de praxis”,  un ser que desarrolla de forma casi innata las habilidades sociales y que transmite en el proceso del trabajo parte de su propia esencia humana. La importancia del trabajo trasciende así, la mera necesidad de subsistencia. Trabajo y socialización son consustanciales al ser humano y a la cultura en la que está inmerso.

El trabajo en la cultura post-industrial: la maldición del desempleo

La opinión de que “uno es lo que hace” está muy extendida y forma parte de la cultura emanada a partir del siglo XVIII, pero este aparente axioma está produciendo verdaderos estragos en los comportamientos sociales de la clase media y trabajadora de nuestro tiempo; sobre todo si se tiene en cuenta que vivimos una época en la que el sueño del trabajo fijo, estable y regular ha pasado a ser una quimera. El trabajo, como eje central de la actividad social del individuo, le confiere una valía y un reconocimiento ante su grupo de iguales mediante la asignación de un determinado estatus social. La ausencia de trabajo supone exponerse a la pérdida del estatus que el trabajo le otorga.

El hombre y la mujer de la cultural postindustrial han estado sujetos a más cambios sociales en cien años, que el resto de sus antepasados en los últimos mil. El paso de la familia extensa a la familia nuclear, la transformación del rol paterno y su pérdida de autoridad dictatorial dentro de la familia, la liberación de la mujer y la transformación de su papel en un plano de igualdad dentro y fuera de la unidad familiar. Al mismo tiempo, interaccionan también cambios en la estructura social provocados en parte por  el advenimiento de la Sociedad del Conocimiento y por los procesos de Globalización que han afectado al planteamiento de los mercados de trabajo. La totalidad de estos elementos configuran el cuadro social que sirve de referencia al individuo para ser reconocido en sus múltiples roles: familiar, ciudadano, político y también para percibir su propio status profesional.

Por tanto, el trabajo se sigue instituyendo como base y motor de nuestra vida y de nuestro impulso vital. La tragedia que supone la pérdida del puesto de trabajo, provoca una situación de pánico a corto plazo debido a las consecuencias de tipo económico que conlleva la falta de empleo. A medio y largo plazo las consecuencias del desempleo son de desconcierto, apatía, pérdida de autoestima y un descenso en la necesidad de interaccionar grupalmente. Las mismas valoraciones culturales, los mismos condicionantes éticos y morales que hicieron del trabajo una necesidad y una virtud a partir de la Revolución Industrial, son ahora transformados en símbolos de culpabilidad y frustración para la legión de desempleados de la nueva sociedad del siglo XXI.

Las tendencias a futuro sobre las tasas de desempleo que puede soportar el sistema económico y su relación con la productividad y la inflación, son las grandes cuestiones que se debaten por parte de economistas, sociólogos, y otros expertos, configurándose como el eje central de discusión en los centros de poder. Lo que no parece tener discusión a estas alturas es que el trabajo se ha convertido definitivamente en un bien escaso, con todo lo que esto conlleva desde la perspectiva cultural. El sistema económico, podrá soportar un determinado nivel de paro y crecimiento (Keynes), pero quizás sea el individuo el que no soporte el papel de trabajador intermitente y residual, o peor aún, el de excluido social.

Trabajo, consumo y exclusión social

La pérdida de referentes que supone la falta de trabajo y la consecuente disminución de la capacidad de consumo, crea en el individuo de hoy una disfunción que afecta a los valores que rigen su vida, valores en los que ha sido socializado y normalizado por y para la actual sociedad de la opulencia (Galbraith). Nuestras sociedades complejas y organizadas en grandes urbes concentran millones de personas, concentraciones humanas donde se genera una gran interacción entre los individuos, interacción que tiene como motores fundamentales el trabajo y el consumo. Ambos agentes que proporcionan orientación e identidad social.

Tomando la premisa enunciada al inicio de este apartado: “uno es lo que hace”, e invirtiendo los términos, llegamos a la conclusión de que “sí uno no hace, uno no es”. Esto es tanto como decir: “sí no trabajas no existes, si no consumes no cuentas”. Es una forma “moderada y amable” de exclusión social que está implícita en la forma en que la sociedad intenta hacer invisible al molesto ciudadano sin trabajo.

El desempleado, queda “sutil y delicadamente” apartado de la sociedad. Como no-trabajador, pierde su utilidad social productiva y como no-consumidor, pierde su capacidad de gasto y endeudamiento; por ambas situaciones, el sistema pierde también interés por un individuo que ha dejado de tener los atributos principales que más se valoran en la cultura occidental: el desarrollo profesional  y la tarjeta de crédito.

Columnista de Guillermo Garoz López.    

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Filed Under: Antropología, Artículos/Noticias, Columnistas, Guillermo Garoz López, Sociedad Tagged With: cultura, exclusión social, Grecia Clásica, reforma protestante, trabajo

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Comments

  1. Ciudadanos por un Buen Gobierno says

    enero 17, 2014 at 7:10 pm

    Reblogueó esto en Ciudadanos por un Buen Gobierno.

    Responder
  2. Especialista.EVEFem (@generoenaccion) says

    enero 23, 2014 at 9:24 pm

    Si intentamos ir un paso más allá y consideramos que a la mujer se la ha excluido secularmente del empleo y el trabajo remunerado (no así del trabajo que no percibe contraprestaciones económicas que es del que hablamos, deduzco) o vemos las cifras de desempleo femenino que han sido durante años las mismas que ahora tiene el masculino ¿podríamos extraer la conclusión de que se nos ha relegado al no-ser y el sistema y la sociedad ha quedado indiferentes al mismo mientras ha sucedido con las mujeres?
    Es que, y me pasa muy a menudo, cuando leo vuestros artículos (estoy suscrita, no me pierdo ni uno pero siempre me quedo con las ganas de este paso más allá) quedo con la sensación de que habláis en general de una realidad que no es común. Es una realidad para la mitad de la sociedad (española, en este caso) para la otra mitad ni las causas, ni las conclusiones ni las cifras ni los porqués son los mismos. Y, ojo, no digo que no sea legítimo analizar esa parte, sino que exponerla como el total sin serlo la «pervierte» y añadid a esa palabra tantas comillas como sean necesarias.

    Esto es, más que una crítica, una petición. Me encantaría ver esa mirada complementaria o ese doble análisis alguna vez, sin que tenga que ser un artículo sobre «problemas» o «temas» de mujeres. Gracias 🙂

    Responder
    • Ssociólogos says

      enero 24, 2014 at 1:54 pm

      Es una buena observación @generoenaccion

      No te puedo prometer nada, ya que dependemos de nuestros columnistas y artículos de la otras webs.

      Un saludo
      Santiago.

      Responder
    • Guillermo Garoz Lopez says

      enero 24, 2014 at 4:52 pm

      Tienes toda la razón. Procuraré ampliar mi visión al respecto, incluso debería haber dedicado algo de espacio a la inmigración. En compensación te sugiero un pequeño artículo que escribí en Suite 101 sobre la temática de la mujer y la crisis.
      Saludos cordiales y gracias por tu aportación.

      Guillermo Garoz.

      http://suite101.net/article/la-mujer-trabajadora-ante-la-crisis-economica-a42586

      Responder
  3. Guillermo Figueroa Luna says

    febrero 17, 2014 at 4:03 am

    Es cierto que «la ausencia de trabajo supone exponerse a la pérdida del estatus que el trabajo le otorga», pero tambièn los que conservan su puesto de trabajo estàn sometidos a desvalorizaciòn, puesto que han perdido estabilidad, derecho de huelga y sindicalizaciòn, jornada de 8 horas, han perdido su nivel anterior de ingresos, etc. .

    Por otro lado, en el llamado «estado de bienestar» el reconocimiento social al trabajo era de un nivel subordinado al reconocimiento asignado al «hombre de èxito», al «triunfador», es decir, al empresario, al capitalista.

    Explìcita o implícitamente, los trabajadores asalariados y los independientes de bajos ingresos estaban –y siguen estando– incluidos entre los los «perdedores».

    Desvalorizaciòn impuesta por los dueños del capital, ideologìa que impregna a toda la cultura capitalista y que debe ser sometida a crìtica màs integral que simplemente lamentar los cambios del momento actual. Si no hacemos esta crìtica integral, estamos solamente planteando recuperar el «estado de bienestar» sin superar el sistema capitalista.

    Responder

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