
“Diez centímetros más cerca del cielo”, de la directora gallega Raquel Rey, es un documental que trata sobre la construcción de la variable género. ¿Cuáles son los patrones que definen nuestra feminidad? ¿Qué significa ser mujer? A través del icono que representan los zapatos de tacón, Rey reflexiona sobre la cosificación de las mujeres y cuestiona los cánones estéticos. En relación conesto, hay que clarificar las diferencias destacablesentre las variables”género” y “sexo”. Lejos de ser sinónimas, se entiende por “género” el rol (es decir, las funciones) y la posición social (lugar que el individuo ocupa dentro de la estratificación social y la situación que mantiene dentro de las relaciones sociales) que la sociedad asigna a las mujeres por ser mujeres y los hombres por el hecho de haber nacido hombres. El “rol” de los sujetos se explica por el “sexo”, por el simple hecho de haber nacido con unos determinados rasgos biológicos / atributos sexuales y, además esa función social pre-asignada a las mujeres y a los hombres viene determinada, a lo largo de Historia, por quien ostenta el poder en unas relaciones de desigualdad.
Así pues, parece ser que los rasgos biológicos son el pretexto para justificar estas desigualdades. De este modo, el rol tradicional asociado a las mujeres “por el hecho de ser mujeres” se concreta en la maternidad y en cuidar de su hogar (algo desfasado en la actualidad, como lo demuestra el creciente número de mujeres que posponen tener hijos, o bien, optan por no tenerlos). El “género” entendido como el rol social viene determinado por aquellos grupos que dentro de una sociedad ocupan una posición de dominación (relaciones de poder), en un momento determinado. Es en el seno del patriarcado donde se establecen y refuerzan estas diferencias. Para indagar más en la cuestión os recomiendo la lectura del blog del sociólogo y profesor de la Universidad de Vic, Gerard Coll Planas, gran experto en el estudio de la construcción social del género y su relación con la variable sexualidad.
Retomando el modelo patriarcal de relaciones entre géneros, de éste se espera que los hombres afirmen su superioridad (demuestren su fuerza, dirijan y gobiernen, adoptando un rol activo en la esfera productiva y una posición dominante en la esfera doméstica), mientras que, de las mujeres, se espera la adopción de un rol discreto en el ámbito público y subordinado o sumiso en el ámbito familiar, quedando relegada fundamentalmente a la realización de las tareas reproductivas. Precisamente, la creciente igualdad en los derechos y oportunidades de los dos sexos y el consiguiente logro de autonomía de la mujer puede ser identificada como una de las principales causas de exacerbación de la violencia machista actual. El miedo a perder la autoridad sobre la mujer y el temor a sentir públicamente cuestionada su virilidad, se convierten en factores clave para comprender la agresividad de los varones contra las mujeres.
No obstante, si bien antes he hablado de “desfase” en relación con los roles más convencionales, se hace extraño observar cómo las nuevas generaciones reproducen, en buena medida, el modelo del patriarcado, a pesar de una mayor concienciación. Pero, el peso social del patriarcado aún es muy grande (sobre todo, en nuestro país donde las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar son casi inexistentes). También podríamos hacer referencia al fenómeno del “sexismo inconsciente”. Parece superado, aunque en mi opinión, aún lo tenemos bien vivo, en ocasiones de forma subliminal, en el imaginario colectivo (en el modo de entender la vida y en las prácticas sociales cotidianas).
La violencia de género es el ejemplo extremo de lo que estamos comentando. Se trata de una violencia que nace de la propia configuración de la estructura social y reproducida a lo largo de los tiempos por diferentes agentes de socialización –familia, escuela, religión, etc.-, que se ejerce sobre las mujeres por el mero hecho de ser mujeres. También se conoce como violencia machista. Ésta se inscribe dentro del denominado sistema patriarcal (pautas culturales), en el que las relaciones entre hombres y mujeres están organizadas de forma jerárquica y desigual.
Cabe distinguir entre la violencia de género y el maltrato en términos jurídicos, al ser este último el nivel mínimo del primero. Si bien algunos factores asociados a la esfera individual (alcoholismo, drogodependencias, trastornos mentales) pueden actuar como desencadenantes de algunos episodios de violencia, debe considerarse la violencia machista como un problema de orden eminentemente social.
En definitiva, se entiende por violencia de género o machista aquella que se ejerce contra las mujeres en el marco de un sistema de relaciones de poder, desigualdad o discriminación de los hombres contra las mujeres, que no tan solo se produce por medios físicos, sino también psicológicos (insultos, burlas, amenazas, vejaciones, intimidaciones, coacciones,…), sexuales y/o económicos (control de los ingresos de la mujer, reclusión forzosa de la mujer en el hogar, etc.).
Por otro lado y al margen de dicha violencia machista, la filósofa italiana post-estructuralista, Teresa de Lauretis (1938), autora del libro “Alicia ya no”, se muestra crítica con el denominado “feminismo de la diferencia”. Según ella, no se nace mujer, sino que se crece. Es decir, por medio de un proceso discursivo e ideológico llegamos a ser mujeres, según ésta académica. Se trata de un proceso identitario (fruto de la socialización). Un determinado “orden social” termina construyendo nuestra identidad como mujeres. Por ejemplo, dentro de este orden se impone la llamada “heteronormatividad”. El “ser mujer” se convierte en una categoría social y una construcción ideológica. De forma provocadora, Lauretis sostiene que el lesbianismo nace como respuesta alternativa al “binarismo” (hombre-mujer / masculinidad-feminidad) o al juego del género, propio del feminismo de la diferencia. En este sentido, el lesbianismo representaría un ejemplo de sexualidad no normativa. Además, desestabiliza el paradigma dominante. Se podría entender como un activismo que cuestiona el statu quo.
Además, Lauretis fue una de las primeras académicas que empleó la etiqueta “Queer” para definir aquellos colectivos “outsiders, diferentes, indomables, alternativos y utópicos que defienden un cambio social”. “Queer” significa la ruptura con los patrones normativos. No obstante, para Lauretis, esta carga reivindicativa y alternativa ha diluido, en gran medida, su excentricidad, pues ésta se ha normalizado y asimilado como un patrón más dentro del discurso dominante. De situarse fuera de la norma (sufriendo el estigma “desviado” o simplemente la invisibilidad social) se ha integrado dentro del entramado social. El poder se ha apropiado, contra-atacado y / o apaciguado la radicalidad que representa la Teoría Queer, cuyos principios ofrecen una visión crítica de la sexualidad en la sociedad. Según Lauretis, cualquier sistema alternativo acabará convirtiéndose en normativo. En un primer momento, propondrá un orden alternativo, pero seguirá habiendo un orden. Ahora bien, ¿Cómo subvertir este orden o nuevo orden social?, se pregunta la filósofa. En todo caso, es de la opinión de que las mujeres deben ser sujetos activos críticos con el discurso dominante.
Parece ser que hoy en día, los zapatos de tacón son un calzado exclusivo para las mujeres, con una importante carga simbólica; pero no son los únicos. Pues, hace pocos años la marca de bolígrafos BIC lanzó una campaña publicitaria polémica y sexista. “BIC for her” (BIC “para ellas”, 2012) ilustra a la perfección lo que comento, ya que anunciaba un bolígrafo funcional destinado a las mujeres. Me pregunto si la publicidad y los medios de comunicación son motores de igualdad entre hombres y mujeres, de cambio, o bien, de retroceso clamoroso. Precisamente, el artículo “Palabras con prejuicios” de Álex Grijelmo (El País, 01/06/2013) analiza el discurso y el contenido de los programas de TV de chismes. Unos espacios televisivos que transmiten unos modelos sociales anacrónicos y rancios (por ejemplo, Tele5), reproduciendo las características del patriarcado. Se identifica la felicidad con tener compañía sentimental (a cualquier precio para escapar a la soledad). No tener significa sufrir una vida desgraciada. Es una evidencia, por tanto, que los mensajes que recibimos de ciertos productos “tele-basura” van por esa línea. Pero, ¿cuál es su grado de influencia en la población?
Según la profesora de la UAB y experta en cuestiones de género y comunicación, Joana Gallego, el discurso dominante machista manifiesto en el mundo periodístico y publicitario, a menudo y lamentablemente, compartido tanto por hombres como por mujeres,refuerza el sujeto”Ellas” (en vez de resaltar el nombre y apellidos de la protagonista de la noticia), acompañado de adjetivos tales como”bellas”, “reinas”, “sirenas”, … En el caso del deporte o de la moda es habitual el uso de este lenguaje: “La reina de París contra la princesa del agua” (titular metafórico que hace referencia a dos tenistas) en contraposición a”Messi arrasa” o “Nadal evita la técnica”. Se trata de un discurso que reproduce los prejuicios y los estereotipos. Y, al mismo tiempo, este lenguaje perpetúa la discriminación, el machismo y el sexismo (son una forma de violencia), inscrito en el modelo familiar patriarcal. En la era digital, sorprende que el modelo patriarcal sobreviva. Tanto la feminidad como la masculinidad se explican culturalmente. Los arquetipos son productos culturales que se han creado socialmente.
El psicólogo Kenneth J. Gergen comparte la óptica de la sociología crítica e interpreta nuestras emociones individuales y respuestas comunicativas en clave cultural y no biológica. Las emociones en el campo de las “normas implícitas” en sociedad (los hábitos, las costumbres, etc.) son reconocidas y legitimadas por nuestra cultura. La socialización es clave para entender “el porqué” nos comportamos de una manera y no de otra. ¿Quién determina que algunas conductas sean etiquetadas como “normales” y otros como “extrañas”, o incluso, “desviadas”? Por ejemplo, la forma en que afrontamos la muerte en Occidente (casi como un tema tabú) es muy diferente a la de otras culturas. Según Gergen, los individuos derivan del proceso de relación. Y, por tanto, la confluencia relacional explica los roles individuales en sociedad. En este sentido, la rabia, la tristeza o la alegría son reacciones, en parte, condicionadas por la manera de entender la vida en cada comunidad y en cada momento histórico. Otro ejemplo, ¿qué entendemos por felicidad? ¿Tener pareja? ¿Tener hijos? ¿Tener dinero?
Las convenciones sociales aún tienen un peso importante a la hora de influir en nuestros comportamientos, lenguajes, discursos, conversaciones, etc. Escapar de los convencionalismos nos hace libres, pero no todos, en democracia, están dispuestos a pagar el peaje del castigo social frente a la disidencia. Desde Occidente a menudo sólo se condenan los abusos que sufren las mujeres en otros lugares del mundo, silenciando determinadas prácticas asociadas a la moda ya la estética que también nos hacen prisioneras de unos dictados, más que cuestionables (como, hacer régimen para tener un cuerpo esquelético y famélico, operaciones estéticas o depilarse el cuerpo). Ante la dificultad de erradicar tópicos y convencionalismos arcaicos, sólo se me ocurre apostar por la desobediencia debida y la desnaturalización de lo que alguien dijo / dice que era / es “normal”.
Fuentes de consulta:
https://deucentimetresmes.wordpress.com/el_documental/
Foto: womensviewsonnews.org/
Conferencia “Género y teoría Queer”, Teresa de Lauretis (29/04/14).
Cortes: minuto 12’45 ” / 22’26 ‘