
Todas las personas necesitamos que nos cuiden en diferentes momentos de nuestra vida, es decir, somos personas dependientes. El concepto de dependencia se refiere a: “El estado en el cual se encuentran las personas que, por razones ligadas a la falta o pérdida de autonomía física, psíquica o intelectual, necesitan de una asistencia y/o ayuda importante –de otra persona- para realizar las actividades de la vida diaria” (Consejo de Europa, 1998). Hay dos momentos clave en los que se necesita apoyo para sobrevivir: en infancia y en la vejez. No podemos olvidar que algunas personas necesitan cuidados a lo largo de toda su vida: las personas con alguna discapacidad.
Es evidente que no es lo mismo atender a una criatura que va progresivamente aumentado su independencia que atender a una persona mayor que, por el contrario, con el paso de los días será más dependiente y necesitará más atención. Por lo que se refiere a las personas con algún tipo de discapacidad, las situaciones son muy diferentes y varía en función de sus condiciones específicas.
Situación actual
Cuando analizamos las estadísticas sobre los cuidados de la infancia, de las personas mayores o de las personas con necesidades específicas, siempre vemos que son las mujeres quienes se ocupan de su cuidado casi en exclusiva. Según el INE, en torno al 95 % de las personas que no tienen empleo por cuidar de dependientes son mujeres.
El informe del CSIC señala que las mujeres son quienes se ocupan del cuidado de forma mayoritaria:“La persona que fundamentalmente cuida de los hombres mayores con dependencia es su cónyuge, seguida, de su hija. En el caso de las mujeres mayores que necesitan ayuda son las hijas las que fundamentalmente se hacen cargo de los cuidados”.
Según el Barómetro del CIS, el cuidado de menores de 3 años lo realiza la madre en el 82% de los casos, la abuela en el 7,5% y los padres en el 4,8%. Es evidente que las mujeres son las principales cuidadoras, tanto de las personas dependientes como de menores.
La sociedad patriarcal instituyó la división sexual del trabajo, confinando a las mujeres al espacio privado (léase doméstico) y dejando el espacio público para los hombres. Es mucho lo que se ha avanzado, pero la dicotomía público/privado sigue persistiendo en algunos aspectos, como es el de cuidar. Las familias son cada vez más igualitarias, las tareas del hogar se comparten, pero esta evolución sufre un “parón” cuando en la familia hay una criatura o una persona dependiente, sea por edad o porque tenga alguna discapacidad. En esos momentos se retrocede en lo ya conseguido y es la madre, la esposa o la hija quienes asumen la tarea de cuidar, con todo lo que conlleva, tanto a nivel profesional, social, económico o emocional.
¿Por qué son las mujeres las que cuidan?
Vivimos momentos de cambios en los que las mujeres han demostrado que pueden y quieren tener acceso a todas las profesiones y que desean desarrollar todas sus capacidades, sin limitarse a asumir aquellos papeles que la sociedad patriarcal les ha asignado a lo largo de la historia.
Hay quienes consideran “natural” que cuiden las mujeres, piensan que ellas están más preparadas biológicamente, que es su función hacerlo, pero se olvidan que mujeres y hombres no nacen con unas capacidades diferentes, que es la construcción social del género la que determina las tareas que unas y otros deben realizar en cada momento de su vida.
Los estereotipos de género han sido y siguen siendo un condicionante para el desarrollo de las personas, principalmente de las mujeres que se han visto confinadas al espacio doméstico, limitando sus posibilidades profesionales y personales. El rol de cuidadoras tiene en la actualidad difícil justificación y como iremos viendo es una tapadera para encubrir los déficits institucionales que la sociedad tiene para atender a las personas dependientes. Mientras recaigan sobre las mujeres las tareas de cuidado las administraciones pueden obviar su obligación de prestar los servicios a los que tienen derecho todas las personas, sea cual sea su edad o capacidades funcionales.
En conclusión, la respuesta a la pregunta de por qué cuidan las mujeres, es sencilla aunque difícil de aceptar: las mujeres siguen siendo ciudadanas de segunda en la sociedad del siglo XXI.
Bajo la apariencia de modernidad y de avances técnicos, las mujeres siguen sometidas al poder masculino y son moneda de cambio en el mercado laboral. Cuando interesa que dediquen su tiempo al trabajo remunerado se potencia y se ve como positivo que asuman tareas profesionales (aunque sin dejar de realizar las “propias de su sexo“), pero cuando el mercado considera que no las necesita, se potencia que vuelvan al hogar, a su papel de madres, esposas, hijas; en definitiva, que vuelvan a cuidar de todas las personas de su entorno familiar.
Cuidar de la infancia, de las personas mayores y de las personas con alguna discapacidad, tiene diferentes características y distintas soluciones, analicémoslas.
1.- Cuidados a la infancia
Cuando nace una criatura necesita de cuidados diarios y la atención que recibe será determinante para su desarrollo. ¿Quién no va a desear prestar todo el cuidado que necesiten sus hijas o hijos? Cuidar de un bebé supone una dedicación constante, que va variando a medida que la niña o el niño crece. Ver crecer a una criatura, ver su evolución día a día es satisfactorio para quien lo hace, pero tampoco hay que olvidar que es absorbente y que la dedicación constante puede saturar.
Ahora bien, si el cuidado de las criaturas es tan necesario y, en principio, gratificante: ¿Por qué entonces los padres no cuidan en la misma medida que las madres? ¿Por qué se considera que son las madres quienes deben cuidar dejando de lado su trabajo remunerado y otras actividades casi totalmente en los primeros meses o años?
La maternidad en nuestra sociedad tiende a engrandecerse, se la alaba y se la considera como lo más importante para las mujeres (hasta el extremo de que a menudo se considera que toda mujer debe ser madre para realizarse), sin embargo, se penaliza la maternidad. El mercado laboral discrimina a las mujeres por ser madres o por el simple hecho de que puedan serlo, lo que se llama discriminación estadística.
Por otra parte la legislación actual no favorece que los hombres cuiden de sus criaturas al nacer. La baja por paternidad es de 2 semanas, mientras que la de maternidad es de 16 semanas, más las 2 semanas de lactancia, que suelen unirse a la baja por maternidad. En este tema estamos de acuerdo con el planteamiento de la Plataforma por Permisos Iguales e Intransferibles, PPiiNA, que reivindica que los permisos de maternidad y paternidad sean iguales e intransferibles y pagados al 100%. Sólo cuando los padres cuiden de sus criaturas desde el momento del nacimiento se irán eliminando los roles de género que tanto condicionan a las mujeres.
Esta medida, siendo prioritaria y fundamental, no puede por sí sola resolver el tema de la atención a la infancia. Son necesarios servicios públicos de calidad de 0 a 3 años. Es necesario también implantar medidas para que todas las personas puedan compatibilizar la vida familiar, laboral y personal. Es importante tener en cuenta que las medidas de conciliación que actualmente se adoptan, no afectan a los hombres, lo que lleva a que la conciliación, más que resolver un problema, sea una carga para las mujeres, que siguen llevando a cabo una doble jornada laboral o viéndose obligadas a abandonar el trabajo remunerado o a reducir su jornada laboral (con los consiguientes costes, presentes y futuros).
El cuidado de hijas e hijos es un freno para la carrera profesional de las mujeres, que en muchos casos se ven forzadas a abandonar el empleo, ya sea de forma parcial (reducción de jornada), apartándose temporalmente del mercado laboral o acogiéndose a una excedencia. En consecuencia, las mujeres ver mermadas sus posibilidades de empleo y promoción.
2.- Cuidado de personas dependientes
El cuidado de personas mayores y de personas con alguna discapacidad en el hogar plantea una situación diferente, son cuidados de larga duración y requieren, en muchos casos, de una atención que va aumentando con el tiempo. Al igual que el cuidado de las criaturas es una atención que requiere las 24 horas del día, lo que implica en muchos casos tener que abandonar el empleo o contratar a personas, que también serán mujeres, para que realicen parte del cuidado.
La atención a personas dependientes por parte de las administraciones está siendo claramente deficiente y en ningún caso cubre las necesidades básicas de las personas. Veamos un ejemplo: una persona de 95 años, que tiene reconocido un grado de dependencia 3 (el máximo), si la familia opta (generalmente por no tener otras alternativas) por el cuidado en el hogar, se le conceden 46 horas mensuales, ampliables a 70, siempre que el trabajador/a social lo considere necesario.
De verdad, ¿alguien cree que 46 horas mensuales (hora y media al día) son suficientes para atender a una persona dependiente? Evidentemente, es imprescindible que alguien de la familia se ocupe del cuidado, que como hemos visto suele ser la mujer, la madre, la hija, la nuera, etc., que además se verá obligada a dejar su trabajo, de forma parcial, temporal o definitiva, en función de las situaciones.
La atención a mayores y dependientes es una obligación que deben asumir las administraciones y es un derecho de todas las personas tener asistencia de calidad. La sociedad, al seguir asignando a las mujeres el trabajo de cuidar, se “olvida” de que estas quieren tener un empleo remunerado, una carrera profesional, en definitiva, una vida propia más allá de los roles que la sociedad les impone.
La Ley de Dependencia, vista con perspectiva de género, se consideró desde su aprobación insuficiente y una trampa para las mujeres. A las llamadas “cuidadoras informales” se les daba una pequeña paga y cotizaban a las Seguridad Social, con lo que se consolidaba el cuidado en el entorno familiar de la mujer cuidadora, limitando de paso las posibilidades de salir dicho entorno. Por ejemplo, una hija cuidaba de su madre sin ningún tipo de remuneración y se consideraba como algo “natural“, es decir, no había porque plantearse otra alternativa. Entonces, ¿qué se va a cuestionar ahora si cobra, aunque sea una cantidad mínima?
Los recortes han reducido aún más esta aportación económica, así como las cotizaciones a las Seguridad Social, lo que ha supuesto un retroceso respecto de una medida que era a todas luces deficiente e injusta.
Una vez más las mujeres son quienes sufren la crisis económica sin haberla provocado.
En otro orden de cosas, las residencias de mayores no son suficientes y en muchos casos no están dotadas para prestar atención de calidad, lo que implica que la mayoría de las personas dependientes son cuidadas dentro del hogar, con las carencias que hemos planteado. Todo ello repercute en las mujeres cuidadoras y en las personas dependientes que viven sin la atención adecuada, ya sea porque su familia no pueda o no sepa darles la atención adecuada.
Las personas dependientes, además de la atención básica: alimentación, higiene, medicación, movilidad, etc., necesitan afecto y apoyo emocional, que es la parte que debe dar la familia, el resto debe ser realizado por profesionales, ya sea en el entorno familiar o en instituciones de calidad. Las administraciones no pueden esconder la cabeza bajo del ala, deben hacer frente a esta situación para que, de forma progresiva, se preste la atención a la que toda persona tienen derecho.
En conclusión…
Las mujeres sufren discriminación por ser madres o por el mero hecho de que puedan serlo, ya que las empresas las ven como “menos disponibles” y las penalizan por ello. Las soluciones que encuentran son: jornada reducida, excedencia o “doble jornada laboral”, que imposibilitan que desarrollen su carrera profesional y vean mermados sus ingresos, en el presente y en el futuro. Brecha salarial de género, pensiones mínimas, etc., es a lo que se ven abocadas.
La maternidad implica un coste social y emocional que es difícil de evaluar, pues repercute en todos los aspectos de la vida y es una cuestión a la que nadie quiere hacer frente.
Artículo de Angeles Brinon en agorarsc.org