
El cine es todavía quizás el arte más potente de creación de imaginarios políticos y culturales donde el estudio de la representación de lo femenino ha sido una cuestión maltratada en la esfera pública en materia de producción de percepciones y asunciones sobre la realidad. La subalternidad de la mujer en este espacio cultural de comunicación es mayoritariamente invisibilizada en lo que puede denominarse como el cine mainstream, lo que contribuye a la naturalización del patriarcado y las visiones que funda en el seno del espacio social. Su performatividad es implacable.
Efectivamente existen excepciones que cuestionan y sitúan en el centro de la discusión de forma diferente la pluralidad de los aspectos relativos a la definición de la mujer y lo femenino y cómo están relacionados en diferentes contextos desde la perspectiva de género. Ejemplos de obras pueden ser: Baise-moi, de Virgine Despentes, escritora y autora de la Teoría King Kong, Thelma y Louise, de Ridley Scott, guionizada por Callie Khouri y que aborda la capacidad emancipatoria y la libertad de la mujer, La sonrisa de Mona Lisa, Jayne Eyre, de Charlotte Brontë u Orgullo y Prejuicio, basada en la novela homónima de Jane Austin o recientemente, Sufragistas, entre otras.
En este artículo cuestiono y rechazo aquellos patrones de identidad que definen y socializan “cómo debe ser la mujer” en el contexto laboral del mundo de los negocios a través de la exposición de estos elementos en el film Baby, tú vales mucho (1987), protagonizado por Diane Keaton. En esta película, J.C. Wiatt (Diane Keaton) es presentada como una mujer de éxito que trabaja en una multinacional poderosa, con un nivel de vida muy alto de grandes lujos y gustos frívolos millonarios que vive con su pareja un asimismo exitoso economista. La vida de Diane da un giro radical cuando por la muerte de un pariente lejano, deja huérfana a una niña pequeña que apenas habla a su cargo. Este hecho comporta grandes adversidades para la protagonista: frena sus opciones de promoción profesional, el desprecio hacia su trabajo, el abandono de su pareja y la negación de ayuda e incomprensión hacia su nueva realidad que deberá superar por sí misma. Esta película coincide con el momento histórico de la incorporación de la mujer al mercado de trabajo y visibiliza las dificultades de prosperar de las mujeres en el ámbito laboral junto con los obstáculos que menoscaban la organización social del trabajo de cuidados y la conciliación de la vida familiar-laboral. Sin embargo, lo más llamativo y a la vez neutralizado es el rol de la mujer y pautas de comportamiento o valores que debe reunir y exhibir una mujer para ser valorada en términos de éxito y destacar en el ámbito empresarial y los negocios.
Dentro de la dualidad masculino-femenino históricamente se ha constituido una polaridad que separa y diferencia ambas nociones a través de la definición y consiguiente asignación de unos atributos que influyen en el comportamiento. Más aún, la confusión y fijación normativa de esos conjuntos de atributos o polaridades al sexo conduce a identificar a lo masculino con hombre y a lo femenino con mujer. El resultado de ello es la constitución de las identidades de género, definiendo las categorías hombre y mujer sobre la asignación exclusiva y diferenciada de esos atributos sobre un eje de relaciones de poder desigual, donde el hombre predomina sobre la mujer, siendo más apreciados los masculinos que los femeninos.
El género, como noción de identidad culturalmente construida responde a una suerte de formación discursiva sobre un eje de relaciones de poder desiguales basado en el sexo. Por tanto, esto vendría a significar que las estructuras jurídicas del lenguaje y la política producen y naturalizan esas categorías de identidad en una oposición binaria que opera sobre el carácter sexuado de los seres humanos, como apunta Judith Butler, siguiendo la línea de Michel Foucault, delimitando mediante esa exclusión otra articulación de identidad que sea variable.
En tanto en cuanto categoría identitaria, esta debe ser fundamentada por un conjunto de razones o valores que la justifiquen. Así, la comprensión de la mujer desde este enfoque en atención a los atributos que la definen por su mera condición de mujer es, a saber, atractiva, emocional, coqueta, débil, dependiente, sofisticada, emocional, encantadora, irascible, sensual, receptiva, aprehensiva, sensible o sentimental.
A los hombres, en cambio se les presumen virtudes positivas como inteligencia, valor, sagacidad, determinación, y fuerza, entre otros, teniendo una percepción social negativa la exposición de esos atributos que expresan “debilidad” en la esfera pública. Ciertamente, estas atribuciones de valores que configuran la identidad fijada a cada sexo se inscribe en una lógica natural y predeterminada que socializa esta percepción.
En suma, como indica Blanca Castilla Cortázar, las relaciones de valores y su supuesta naturaleza, bien perteneciente a la feminidad o por el contrario a la masculinidad, se concreta en la afirmación de que los hombres despliegan una mayor destreza para dominar los objetos (el trabajo manual) y para procesar ideas abstracta; las mujeres, mayores aptitudes para el conocimiento y el trato social.
No obstante, los valores u otras características son personales, se manifiestan en las personas independientemente de su sexo. Pueden presentarse tanto en mujeres como hombres. Son en consecuencia, transversales o complementarios .
La mujer, en aras de destacar profesionalmente y tener éxito en un espacio histórica y actualmente dominado por hombre como lo es el empresarial y de los negocios, debido a las lógicas y dinámicas impuestas por el mercado no puede exhibir esos atributos que social y culturalmente son asociados a la mujer desde una perspectiva de debilidad. Por tanto debe encarnar el predominio de los otros valores, anclados a la identidad masculina para vencer esas resistencias inherentes al contexto. Esto es, las mujeres deben por tanto destacar como hombres, siendo apreciados sus méritos o valoradas sus cualidades como tal.
Ejemplos que señalan este hecho son ilustrados en la película: en el apelativo asignado a J.C. por sus superiores y compañeros en la empresa en términos de admiración a su iniciativa, liderazgo, creatividad y sagacidad en los negocios es “la dama del tigre”. Irremisiblemente se le reconocen sus virtudes pero en una posición subordinada a la figura del tigre, un animal depredador, hábil y fuerte, reúne el simbolismo identificado con la masculinidad.
En una escena, J.C es citada por su jefe para informarla de su opinión favorable a un ascenso a puestos directivos en la empresa, donde es alabada por el mismo. No obstante, su jefe pronuncia en un momento de crucial relevancia “You know I don’t see you as a woman” (Sabes que no te veo como mujer). Esta frase implica que el reconocimiento al trabajo y a las cualidades de JC y la oferta de promoción están asociados a las virtudes masculinas que reúne su perfil, puesto que se presume que naturalmente una mujer no encaja en ese espacio social ni posee esos atributos.
En este entorno, es de imperiosa necesidad impugnar esta modalidad arquetípica de subalternidad femenina. La opresión que comporta no refiere exclusivamente a las condiciones materiales que afectan a la mujer en el entorno laboral sino que se oculta en un velo de criterios que en tanto más neutrales resultan más intenso es el machismo que los informa. Se presenta pues otra modalidad de dominación de género en la formulación de “la mujer de negocios o de éxito” como una suerte de sujeto asimilado al masculino, que, sin ser del mismo sexo cumple en mayor medida con los estándares representación masculina legitimados en ese contexto particular en tanto en cuanto su conducta no resulte contraria a esos cánones.
Bibliografía y fuentes:
Butler, J. (2007). El género en disputa. Barcelona: Paidós.
CASTILLA CORTÁZAR, Blanca, Noción de persona en Xavier Zubiri. Una aproximación al género, ed. Rialp, Madrid 1996; Persona femenina, persona masculina, Rialp, Madrid 1996.