“Cuando se formaron la sociedades basadas en un orden jerárquico, más grandes y más complejas que las de cazadores y recolectores, la autoridad basada en la capacidad fue sustituida por la autoridad basada en la posición social. Esto no significa que la autoridad sea necesariamente incompetente, sino que la capacidad no constituye un elemento esencial de la autoridad. Apenas hay relación entre la capacidad y la autoridad en el caso de la autoridad monárquica (en la que la lotería de los genes decide las cualidades de competencia), o de un criminal sin escrúpulos que logra llegar a la autoridad mediante el crimen y la traición, o de la democracia moderna, en que se elige al candidato, con frecuencia por su fisonomía fotogénica o por el dinero que puede gastar en la elección. Sean cuales fueren las razones de la pérdida de las cualidades que forman la capacidad, en la mayoría de las sociedades más grandes y organizadas jerárquicamente ocurre el fenómeno de la alienación de la autoridad. La capacidad inicial, verdadera o supuesta, se transfiere al uniforme o al título de la autoridad, Si ésta usa el uniforme adecuado u ostenta el título apropiado, su signo externo de capacidad remplaza a la capacidad verdadera y sus cualidades. El rey (usamos este título como símbolo de este tipo de autoridad) puede ser estúpido, vicioso, malo, o sea totalmente incompetente para ser una autoridad; sin embargo, tiene autoridad. Mientras conserve el título, se supondrá que tiene las cualidades dé la capacidad. Aunque el emperador esté desnudo, todo el mundo cree que usa bellas ropas.”
Más adelante, Fromm desarrolla que el proceso de alienación de la autoridad opera a través de dispositivos culturales para manipular, disminuir o menoscabar el juicio crítico de las personas en favor de los intereses de quienes ostentan y ejercen el poder. La pasividad, la ignorancia y el miedo son el terreno más fértil para desplegar jingles o slogans y acostumbrar a la gente a repetir consignas o tolerar abusos que poco a poco se han vuelto (culturalmente) naturales y legítimos. Fromm comenta:
“La gente no confunde en forma espontánea los uniformes y los títulos con las cualidades verdaderas de la capacidad. Los que tienen estos símbolos de autoridad y los que se benefician con ellos deben embotar el pensamiento crítico y realista de la gente para que crea la ficción. El que estudie esto advertirá las maquinaciones de la propaganda y los métodos con que se destruye el juicio crítico.”
La serie House of Cards de Netflix nos proporciona bastos ejemplos de este tipo de procedimientos, allí seguimos a Frank Underwood (cuyo apellido podría traducirse o entenderse como “por debajo de la mesa”) en su terrible y entretenido ascenso al poder político norteamericano a través de conspiraciones e intrigas en las que se despliegan hábiles mecanismos simbólicos (y psicológicos) para embrutecer, distraer o atemorizar a la gente con el fin de consolidar su posición de autoridad. A lo largo de la serie Underwood rompe la cuarta pared y hace guiños a la audiencia, lo cual contribuye a producir empatía con el personaje e incluso una extraña sensación de complicidad en la medida en que lo acompañamos como espectadores pasivos a cometer los actos más terribles. No resulta difícil establecer paralelismos entre Underwood y personajes de nuestra cotidianidad, lo cual posiblemente motive el enorme éxito de la serie y su amplia riqueza retórica.
En contraposición a House of Cards, la televisión más “tradicional” como las películas de súper-héroes o los dibujos animados infantiles, nos ha acostumbrado y abrumado con relatos simples de héroes y villanos acartonados y enraizados en estereotipos que rara vez tienen un correlato real en la vida cotidiana, construyendo una estética y una ética del bien y el mal que podría inhabilitarnos o cegarnos ante la violencia que transcurre en la “normalidad” del mundo en el que vivimos. La verdad es que los padres negligentes, los profesores piratas, los presidentes corruptos y todos aquellos que usan o ejercen funciones de autoridad para sacar provecho personal o violentar a los demás impunemente, son personas “normales” y posiblemente carismáticas y agradables, cuyos abusos son tolerados y justificados porque sus posiciones o cualidades legítimas son aparentemente incompatibles con la violencia. Fromm acotaría:
“Hay serios problemas en los casos de autoridad basada en alguna capacidad: un dirigente puede ser competente en un campo, e incompetente en otro. Por ejemplo, un estadista puede tener capacidad para dirigir una guerra y ser incompetente en la paz; o un dirigente que es honrado y valiente al principio de su carrera, pierde estas cualidades por la seducción del poder o la edad y las enfermedades pueden llevarlo a la decadencia. Finalmente, debemos considerar que para los miembros de una pequeña tribu resulta mucho más fácil juzgar la conducta de una autoridad que para millones de personas en nuestro sistema, que sólo conocen a su candidato por la imagen artificial que le ofrecen los especialistas en relaciones públicas.”
Naturalmente, los personajes como Underwood y sus homólogos fuera de la pantalla, no alcanzan posiciones de poder únicamente gracias a sus habilidades maquiavélicas. Históricamente hablando, la monarquía y los abusos de poder, así como las artimañas de Frank Underwood, tienen lugar en un entramado tecnológico y socio-cultural que ha posibilitado y permitido este tipo de prácticas, violencias y gobiernos. La eficacia de las técnicas y dispositivos de manipulación es directamente proporcional al atontamiento y embrutecimiento sistemático que fluctúa diariamente en los hogares, las escuelas, las redes sociales y los medios de comunicación ¿Acaso son los padres, presidentes, legisladores o maestros portadores de una cualidad únicamente por ser portadores de un título? Podría decirse que es necesario creer que sí para que nuestras sociedades e instituciones se mantengan funcionando, pero nuestra necesidad e impulso cuasi-natural de “mantener las cosas funcionando” le da a la violencia la oportunidad de operar por debajo de la mesa, o incluso sobre ella, en aquello que Carlos Villalba denominaba la cínica violencia del hogar feliz.
Referencias:
Fromm, E., & Valdés, C. (1978). ¿ Tener o ser? (No. 04; BF698, F7.). México: Fondo de cultura económica.
Villalba, C. (1998) La ley no está en la ley. Revista de la Asociación Venezolana de Psicología Social (AVEPSO), Vol. XI, 3, Pag. 8 – 10.