
A lo largo de su historia, la práctica política ha sufrido diversas transformaciones, principalmente a razón de bastas demandas económicas y también sociales. En la actualidad, tópicos como política, poder y democracia siguen siendo sujeto de amplios análisis y debates a pesar de la machacante tendencia en muchos relatos a declarar el fin de la política.

Estas discusiones, aunadas por supuesto, a los aconteceres de la práctica política, a las respuestas colectivas generadas por esta praxis en la sociedad y al grado de abstracción y hasta mitificación que envuelven a estos tópicos, asignan una indudable pertinencia al desarrollo de una sociología política.
Sería una grosera irresponsabilidad intelectual acomodarse dentro de esa celebre tendencia que nos dice que la política ya no sirve de nada. Fundamentamos este señalamiento al evidenciar que las principales transformaciones que sufren las sociedades contemporáneas se deben al ejercicio político, a la praxis política concreta de una configuración de poder que, por cierto, es la principal agencia propagandística de esa declaración del fin de la política.
Estas realidades hacen urgente dotarnos de herramientas teóricas y analíticas para seguir fortaleciendo a la sociología política como uno de los principales temas de la sociología. La praxis política, el ejercicio del poder y el concepto de democracia deben encararse de manera crítica, a fin de revelar toda consecuencia vinculante para el devenir social.
El Escenario de la sociología política
El pensamiento crítico y componente ético heredado de la ilustración, la herencia maquiavélica como práctica de análisis de la acción política, el ejercicio del poder y la configuración de diversos modelos políticos durante el siglo XX y la posterior racionalización de la política desarrollada en occidente, cuentan entre los principales productos extraídos a lo largo de muchos años de praxis de la política, dejándonos lo que conocemos como el Estado moderno con sus respectivas reglas de juego, acatadas y reproducidas por unos actores, rechazadas y enfrentadas por otros.
Dentro y fuera del Estado moderno trazamos el escenario de la sociología política, teniendo que afrontar como principales elementos para el análisis las nuevas demandas sociales y políticas, el tema del Bienestar y la seguridad social, el avance de la mundialización económica, la irrupción de la sociedad de la información, fenómenos como la inmigración y la racionalidad discursiva. (González Radio, 2005)
Estos hechos señalados son los que definen en la contemporaneidad como se ejerce el poder y como se dibuja la política democrática. Poder y Democracia resultan ser tópicos relacionados de alta sensibilidad para las ciencias sociales. Las controversias entre Poder y Democracia titulan el más álgido de los debates dentro de la sociología política.
La racionalización de la política
Max Weber es el principal expositor al que acudiríamos para comprender como el Estado moderno fue construido al ritmo de la racionalización de la política, describiendo a esta, como un legado de occidente. Weber nos conceptualiza el poder como cada oportunidad o posibilidad existente en una relación social que permite a un individuo cumplir su propia voluntad. (Weber, 1922)
Irving Zeitlin (1979) nos muestra una sobria radiografía de cómo puede operar la racionalidad instrumental Weberiana en los dominios de la práctica política. La racionalidad instrumental se basa en el supuesto de que las cosas y los seres humanos se comportan de ciertas maneras previsibles y que, por lo tanto, era posible usar este conocimiento para un propósito determinado. (Zeitlin, 1979)
Este conocimiento brindado por la ciencia occidental moderna tendrá una importancia trascendental, pues fue vital para la construcción de los criterios técnico-prácticos que hacen parte de los valores políticos promocionados por el Estado moderno. (Zeitlin, 1979)
Orientado por la premisa nihilista que describe a la ciencia como proveedora de medios y no de fines, Max Weber fundamenta su escepticismo sobre el funcionamiento del Estado moderno. Según sus descripciones, al racionalizar la política (instrumentalizarla), se construye una jaula de hierro burocrática que nos lleva al desencantamiento. Esta racionalización de la política impone el valor técnico-practico a expensas de los valores democráticos.
La construcción del Estado moderno y su modelo democrático
La sociología funcionalista puede ayudarnos a comprender como en la génesis del actual Estado moderno fue diseñándose el modelo de la democracia representativa, modelo que se consolida como universal en la organización social capitalista.
El relato funcionalista expone la construcción del Estado moderno y sus respectivas dinámicas políticas como un proceso que fue edificándose en la medida en que los grupos y estratos sociales eran atraídos hacia un centro institucional y social común y más unificado.
En virtud de esta marcha de los diversos grupos hacia las instituciones centrales (aquellas que defienden los fines socialmente valorados), la igualdad deja de ser un ideal abstracto para transformarse en una exigencia arrolladora de participación concreta y creciente de todos los grupos, en todas las esferas de la vida. (Eisesntadt, 1972)
En consecuencia, la participación creciente de estratos más amplios de la población en la lucha política hace que esos grupos sean mucho más sensibles y estén más interesados (aunque no es forzoso que siempre sean más capaces de comprenderlos del todo) en las problemáticas objetivas y desafíos de estas instituciones. (Eisesntadt, 1972)
De igual manera, en la entusiasta descripción funcionalista de Eisesntadt de cómo se va configurando el modelo democrático, también encontraremos la marca característica de la racionalización de la política: redituar a la elite política. Nos plantea el referido sociólogo israelí que el proceso de articulación de las exigencias y actividades políticas modernas está mucho más estrechamente relacionada con la provisión de recursos para la élite política que otros tipos de sistemas políticos. (Eisesntadt, 1972)
Desde la tradición funcionalista, se describiría esta relación de la élite política con la sociedad como adecuada siempre y cuando exista una retroalimentación entre las necesidades colectivas y los intereses de la dirigencia. Es vital para el funcionamiento de este sistema político que las élites sean capaces de movilizar recursos y apoyo político y al mismo tiempo poder articular demandas políticas. (Eisesntadt, 1972)
La racionalidad discursiva: la nueva vulgata
Las crecientes demandas sociales y políticas catalizan la urgencia de las élites políticas en mantener y consolidar el juego político construido gracias a la racionalización de la política y al modelo representativo legitimado. Para ello, la clase dirigente y la clase gobernante (No siempre coinciden) diseñan y ejecutan nuevos estilos en las formas y objetivos de la vida política.
El poder y sus formas son elementos referenciales y de socialización. Por lo tanto, las estructuras de poder buscan integrarse en la sociedad dejando marcas políticas en lo territorial, poblacional y lo organizativo. La sociedad de la información ha venido estableciendo nuevas marcas para la socialización y nuevas pautas para la interacción entre la sociedad y el sistema político. Las demandas sociales y de participación política ya no son tan directas como las que describíamos en la génesis del Estado moderno.
Los jugadores, si anhelan participar eficazmente en el juego político, ahora deben armarse de una serie de códigos de acceso que se obtienen en la sociedad de la información. Estos códigos de acceso presentan una variabilidad en cuanto a su capacidad de dejarnos en las proximidades o en los asientos principales del ejercicio del poder. Esta variación, por supuesto es de origen político, es decir, que intereses se representan y cuanto peso tienen. El elemento invariable en estos códigos de acceso es la aplicación de una racionalidad discursiva propia de una determinada configuración de poder.
La racionalidad discursiva consiste fundamentalmente en la adecuación del discurso al medio, siendo este instrumental, finalista y pragmático. El poder es el área de soberanía de este discurso. Podemos reconocer entre los tipos de discurso, el discurso del poder siendo el que define, decide y determina, es el poder oficial e institucional. El discurso de la relación se sitúa en el plano del receptor, mezcla la opinión, el saber y el conocer. El discurso vocacional o utópico se mueve en la órbita del conocer, pero carece de institucionalización. (González Radio, 2005)
El discurso del poder se hace hegemónico unificando en sí mismo ideologías con la opinión, el saber y el conocer. Esto reafirma el papel instrumentado, el papel funcional y el papel referencial del Estado y del poder. De esta forma, la cultura política y la institucionalización son los elementos sustentadores del nuevo marco político. (González Radio, 2005)
A nivel global, el nuevo marco político ha sido construido a imagen y semejanza de la mundialización económica. La estrategia neoliberal ha construido Estados-Nación dóciles para aceptar las exigencias del capital exportador y financiero. El unilateralismo de las exigencias económicas de este grupo de poder se traduce en verdaderas transformaciones sociales.
En los años del capitalismo industrial, la dimensión política del Estado de Bienestar se evidenciaba en la cobertura, en la protección y prevención de riesgos aumentando la calidad de vida y dándole mayor rigor a la atención y cuidados que se plasma en la cobertura social. La globalización representa un nuevo escenario donde los Estados y las empresas multinacionales operan, teniendo efectos inmediatos en la circulación de capitales, lo cual conlleva a unos nuevos planteamientos de la economía. (González Radio, 2005)
Estos nuevos planteamientos de la economía instauraron un nuevo régimen del capitalismo. Este régimen se caracteriza por una competencia exacerbada en el marco de la economía mundializada que cuestiona y desmonta el sistema de protección que se había construido durante el capitalismo industrial. (Castel, 2007)
El unilateralismo del poder neoliberal se respalda en la oda a la tecnocracia manifestada en la racionalización de la política. Este elemento ha sido fundamental para la creación de un idioma propio, introducido en la cultura política mediante la operación de la racionalidad discursiva.
Pierre Bourdieu y Loic Wacquant llaman a este idioma “la nueva vulgata”. Es un nuevo vocabulario que ha conquistado al mundo:
En todos los países avanzados, los patrones, altos funcionarios internacionales, intelectuales mediáticos y periodistas conocidos parecen haberse puesto de acuerdo para hablar un extraño dialecto cuyo vocabulario, surgido aparentemente de ninguna parte, está en boca de todos: “Globalización” y “Flexibilidad” ; “Gobernabilidad” y “Empleabilidad”; “Exclusión”; “Nueva economía” y “Tolerancia cero”; “Comunitarismo”; “Multiculturalismo”; y sus parientes “Posmoderno”, “Etnicidad”, “Minoria”, “Identidad”, “Fragmentación”. (Bourdieu y Wacquant, 2000)
La difusión de esta nueva vulgata planetaria es el producto de un imperialismo propiamente simbólico. No escuchamos “Capitalismo”, “Clase”, “Explotación”, “Desigualdad”, definitivamente desalojadas bajo el pretexto que son obsoletas y que se encuentran fuera de lugar. Este vocablo es alentado por productores culturales. (Bourdieu y Wacquant, 2000)
Según los célebres sociólogos franceses, estos tópicos fueron originados de la sociedad y universidades estadounidenses y fueron impuestos a todo el planeta bajo la apariencia de la ahistoricidad. La circulación internacional de ideas sustituye la contingencia de necesidades sociológicas, enmascara las raíces históricas de cuestiones y nociones (eficacia del mercado) que por decreto pasaron a ser filosóficas, sociológicas, económicas o políticas según el lugar y el momento de recepción. (Bourdieu y Wacquant, 2000)
En una entrevista realizada por académicos argentinos, Wacquant sostiene que el mundo está siendo transformado por el mercado y esta nueva vulgata se convierte en el relato oficial de estas transformaciones, en la fuente del diseño de políticas Estatales. Se aplican las medidas y los resultados son los “esperados y acordes” según el nuevo vocablo, describimos una especie de profecía auto cumplida por el neoliberalismo.
Adoptar el idioma neoliberal es como realizar una conversión religiosa puesto que esta teoría solo se verifica políticamente y no científicamente. Pero es una religión que ayuda al poder político, y este poder político transforma la sociedad. Esto no quiere decir que la teoría sea verdadera, fortalecen desde el poder esta visión ideológica y las conversiones se sustentan en un mundo re elaborado por el poder. (Wacquant, 2003)
Así, la estrategia neoliberal rediseña las relaciones sociales y las prácticas culturales fieles al patrón estadounidense. Gracias al trabajo de los Think Tanks conservadores se naturalizan los esquemas del pensamiento neoliberal. Se asume, con resignación, como una necesaria evolución nacional y en algunos casos es celebrada con entusiasmo.
La vulgata neoliberal impone al mundo categorías de percepción análogas a sus estructuras sociales. Discursivamente imita a la ciencia e impone al fantasma social del dominante la apariencia de la razón económica-política. Detenta el poder de hacer que ocurran las realidades que pretende describir según el principio de la profecía auto cumplida. Está presente en las mentes de los dirigentes políticos y económicos y sirve de medio para construir las políticas públicas y privadas a la vez que es instrumento de evaluación de esas políticas. (Bourdieu y Wacquant, 2000)