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Blog de Ciencias Sociales y Sociología | Ssociólogos

Inclusión: la construcción demagógica del término

diciembre 2, 2018

Se escucha todo el tiempo hablar de inclusión, desde los discursos presidenciales hasta los empresarios más capitalistas, pasando por diferentes instituciones tales como: escuelas, clubes, lugares públicos, etc.; de tal manera que estamos naturalizando la utilización del término en la cotidianeidad de los tiempos que nos tocan. Pero… ¿sabemos de qué hablamos cuando hablamos de inclusión? ¿Somos consciente de ello? ¿Lo vemos como algo real, alcanzable o lo vemos como una utopía detrás de la cual debemos actuar? ¿O acaso no somos consciente de la construcción de la demagogización del término en pos de contribuir con quienes se benefician con sostener que la “integración” (y aclaro, no la inclusión) es beneficiosa per se?

Fuente: Incluyeme

Si analizamos el alcance del término, de acuerdo con los diferentes usos que se da, podemos decir que es definitivamente amplio: “inclusión laboral”, “políticas de inclusión social”, “desarrollo económico con inclusión”,” una sociedad inclusiva”, “una ciudad inclusiva”. Inclusive, la utilización del término en programas y políticas de gobiernos (en todos los niveles) que no se llegan a entender bien a que hacen referencia.

Pero, entonces… ¿qué es la inclusión?

Cuando se habla de inclusión, se hace referencia, básicamente, a considerar a la diversidad y la diferencia individual como una posibilidad para la construcción de una sociedad mejor, y no como un problema del que deben hacerse cargo cada uno de los ciudadanos. Es por ello que la inclusión demanda la participación de todos en esta construcción.

En esta línea, la Unesco entiende a la inclusión como un enfoque dinámico que responde positivamente a la diversidad de las personas, de esta manera las diferencias individuales no son consideradas como problemas, sino como oportunidades para enriquecer una sociedad en donde todos tengan una oportunidad, a través de la educación, el trabajo, la participación activa de la familia, y aquellos procesos culturales y de socialización en la que están inmersas las personas. (UNESCO, 2005).

Es decir, que la inclusión –a priori- no es tan sencillo de lograr. Entonces… ¿por qué lo escuchamos tan asiduamente como algo que está instalado? Creo que, como mencioné anteriormente, hay quienes se benefician con este discurso interpretando que donde hay una necesidad, existe un negocio, y nos lleva indefectiblemente a reproducir prácticas y sostener discursos que se visten con la ropa de la Inclusión, y esconden así su ideal de, al menos, segregación fuertemente arraigado.

Esto puede verse con claridad al analizar, por ejemplo, en la discapacidad, a las instituciones que nuclean los intereses de las personas con discapacidad. Y no es solo una cuestión de voluntades (ni mucho menos falta de profesionalismo), sino que las mismas se ven involucradas en una realidad que requiere además de la voluntad y el profesionalismo, de un cambio de paradigma social. Un cambio que entienda el verdadero concepto de inclusión, que busque concretarlo, y no que se justifique en la imposibilidad de este, cuando aún no se haya hecho ni el más mínimo esfuerzo.

Si nos abocamos a un ámbito específico de inserción de las personas con discapacidad, como lo es la escuela (por no citar otros tales como el acceso a la salud, la inserción laboral, la sexualidad, las relaciones sociales, etc) podemos ver sus dos caras: cuán lejos estamos de la inclusión y cuanto hemos avanzado desde los tiempos de la exclusión. Si vemos como se ha ido construyendo la mirada y la posición social de las personas con discapacidad a lo largo de la historia, concluimos que ha cambiado considerablemente- sobre todo si tenemos en cuenta que en un comienzo muchos eran considerados ineducables y por largos años no fueron ni siquiera considerados en las políticas educativas-. Pero este grado de avance no supone una inclusión, y no es válido contentarse hasta lo que se logró, sino que tenemos la obligación, como sociedad, de buscar incansablemente vivir en el respeto a la diversidad.

Hoy en las escuelas encontramos –si es que encontramos- estudiantes integrados. Integrados, no incluidos. Y es necesario comprender que no significan lo mismo, aunque aquellos que lucran con la inclusión nos quieran hacer creer que la realidad se nos escapa en una batalla de eufemismos, como si estos no tuvieran connotaciones paradigmáticas.

La inclusión es mucho más de lo que se dicen y mucho, pero mucho más de los que se hace. De hecho, creo que la inclusión es un estado idílico, un fin que alcanzar, una meta hacia la cual ir, es “a la vez un principio orientador y un proceso permanente; una forma de pensar y una forma de hacer” (Moreno, María Isabel 2008)

La crítica no es hacia lo que se hace, porque la inclusión es la cima, después de la inclusión ya no queda nada más que hacer. La crítica es hacia lo que se dice, a que se dé por hecho que la inclusión se concreta en meros actos que “tienden a la inclusión” pero que aún están lejos de ella y que evidencia que se “(…) se trata más de una transformación discursiva que real (…)” y “que el discurso escolar sobre la diversidad, la integración y la inclusión ha promovido efectos, en ocasiones muy alejados de sus principios, y en otras, en una evidente y problemática oposición” (Vega, Eduardo de la. 2010)

De esta manera, la crítica es hacia darle la posibilidad a las instituciones, empresas, gobiernos, etc. de creerse inclusivos.  La inclusión supone un orden lleno de conflictos (aunque parezca un oxímoron). Un orden que al alcanzarse la da por finalizada, por satisfecha, por concluida; porque la inclusión no es individual, es social. Porque no se termina cuando ubicamos, cual pieza de rompecabezas, a una persona en la sociedad, sino cuando la sociedad es capaz de recibir a cada uno de los que la forman. Y cuando la sociedad sea capaz de recibir a cada uno, respetando y dando la posibilidad real a todos, sin importar cuál sea la condición, ahí vamos a poder a empezar a hablar del “camino hacia la inclusión”.

Planteada la inclusión en estos términos, surge la pregunta, entonces: ¿es posible la inclusión? Particularmente, quiero creer que sí… elijo creer que sí, aunque sepa que en la práctica siempre va a quedar algo por hacer, que nunca va a concluir, y por eso prefiero definir las cosas como son: eso es integrar, no incluir. No obstante, creo que, en esta sociedad individualista y consumista de estereotipos ideales, se está lejos del rumbo que debe tomarse para que se concrete en hechos lo que se dice en palabras. Ir en ese camino es posible si podemos ver los verdaderos beneficios que produce el hecho de que todos seamos parte de lo que se construye día a día. Es posible si ponemos a las personas antes que el dinero, antes que el egoísmo que nos lleva a pensar en nuestro propio bienestar a costa del bienestar del otro. Es posible si me puedo ver en los demás y permito que los demás se vean reflejados en mí, si todos logramos aceptarnos y consideramos que no existen jerarquías sociales que ponderen a unos sobre otros…Es difícil, pero creo, y quizás sea parte de un optimismo utópico, que ineludiblemente vamos a ir ese camino, porque de lo contrario nos seguiremos deteriorando socialmente, dándonos contra las paredes que, una y otra vez, nos ponen las practicas excluyentes y segregacionistas que separa a “buenos de malos”.