
Los abogados/as defensores de los políticos y activistas sociales catalanes recientemente juzgados en el Tribunal Supremo, han sido objeto –ellos y sus actuaciones- de múltiples análisis en diversos ámbitos. El ejercicio de la abogacía ha sido objeto de atención para los medios. Se ha conocido mejor el quehacer de quienes ejercen tal profesión.

Resulta evidente que esos compañeros, todos ellos de reconocido prestigio, han desarrollado una meritoria y dura labor en este agotador juicio.
Han estado sometidos a enormes presiones derivadas -entre otras múltiples causas- tanto de su propio sentido de la responsabilidad frente a solicitudes penológicas muy elevadas para sus defendidos y trascendencia del proceso, como de las expectativas de millones de ciudadanos, sin olvidar que han estado observados -hasta en sus más mínimos movimientos- gracias a la retransmisión televisada del evento.
Para lidiar con todo ello y mantenerse firmes en su labor a lo largo de las extensas y numerosas jornadas de esa vista, con multitud de elementos de prueba, además de las tensiones con el Tribunal y las acusaciones, etc. ha sido precisa una enorme fuerza interior.
Fuerza interior que todo abogado debe tener cuando ejercita el derecho de defensa de sus patrocinados.
Los letrados a los que me estoy refiriendo, algunos amigos además de compañeros, han dejado constancia de poseer tal atributo, tal y como se ha mencionado antes.
Todo ello me ha llevado a releer el interesantísimo texto de Angel Ossorio y Gallardo titulado “El alma de la toga” en el que, ya en 1919, se dedicaba un apartado específico a la antes citada fuerza interior.
El presente artículo pretende, por tanto, comentar lo citado por ese autor a los efectos de que comprendamos mejor cómo un abogado puede y debe enfrentarse a todos los obstáculos antes puestos en evidencia, haciendo uso de esa tal fuerza que le permite no desfallecer en su lucha. Conoceremos pues, algo más, el alma del abogado.
Así, Angel Ossorio expone -en la pág. 22 del texto antes referenciado- que “el hombre, cualquiera que sea su oficio, debe fiar principalmente en sí. La fuerza que en sí mismo no halle no la encontrará en parte alguna”.
Cualquier hombre en cualquier oficio… y absolutamente en la abogacía, en que debe batallarse contra el adversario y sus interpretaciones de los textos legales y de la jurisprudencia, contra opiniones de colegas y otros menos expertos, contra halagos y críticas, contra injusticias y tensiones éticas, contra desagradecimientos e incomprensiones, etc. etc.
Ahora -y en su pág. 26- puede leerse en el texto que comentamos lo siguiente al respecto de lo dicho anteriormente: “frente a tan multiplicadas agresiones, la receta es única: fiar en sí, vivir la propia vida, seguir los dictados que uno mismo se imponga…, y desatender lo demás”. Ossorio explicita que no se trata de soberbia ni orgullo, sino que esa máxima responde a que, una vez formado el criterio –incluso tras considerar respetuosamente determinados estímulos externos a la luz de nuestros conocimientos y sentires-, se trazará un rumbo y olvidando todo lo demás deberá seguirse “imperturbablemente nuestro camino” (pág. 27).
De esa forma, cuando el ánimo desmaye no cabrá excusarse en que se siguieron consejos de otros o que nos afectaron increpaciones o halagos –sigue comentando el autor- pues nadie nos perdonará.
Y no lo hará ya que el abogado es el único responsable y por ende a él únicamente corresponden las decisiones y actuaciones.
Cuando un abogado defiende los intereses que le han sido encomendados debe hacerlo firmemente, de la forma que entiende cierta y justa apoyándose en la legalidad vigente –e incluso cuestionándola en aras al logro de la justicia material-, y por ello (págs. 27-28): “en tal caso debo andar firme y sereno, cual si lo que me rodea no me afectase”.
Continúa el texto (pág. 28): “En la abogacía actúa el alma sola, porque cuanto se hace es obra de la conciencia y nada más que de ella. No se diga que operan el alma y el Derecho, porque el derecho es cosa que se ve, se interpreta y se aplica con el alma de cada cual; de modo que no yerro al insistir en que actúa el alma aislada”.
En definitiva, se mantiene que únicamente en nuestro interior se ubica la fuerza de nuestras convicciones y el ánimo de mantenerlas.
El texto recomienda también no sucumbir a la ira cuando, en las batallas del foro, aparece lo que entendemos como una injusticia, pues ese sentimiento nos afectará en sucesivos debates nublándonos la razón y haciéndonos perder la ecuanimidad de razonamiento.
“Para librarse de la ira, no hay antídoto más eficaz que el desdén” (pág. 29) que, a su vez, es un refuerzo y complemento de la fuerza interior.
Ossorio mantiene que quien no sepa despreciar los efectos de intereses lastimados, o de la envidia o del amor propio, sucumbirá a la vanidad, envidia o egoísmo y, a sensu contrario, si los desprecia, si muestra su desdén hacia ellos elevará su potencial al servicio del bien.
Concluye el trabajo de ese autor indicando que el abogado debe verificar continuamente si se encuentra asistido de esa fuerza interior que le hace superar las presiones del ambiente, y ser fiel a sí mismo –en ello radica su fuerza- pues cuando le asalten dudas al respecto, debiera cambiar de oficio.
Sirva todo lo anterior como humilde homenaje a todos los compañeros abogados que siendo íntegros, honestos y de buena fe, circulan por esos mundos de Dios.
Bibliografia :
Ossorio y Gallardo, Angel: El alma de la toga. Editorial Maxtor, Valladolid, 2007 2ª edición.