
Londres. 27 de julio 3pm GMT.
Al director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias le hemos exigido desempeñar de forma excelente todas las facetas de la vida pública.
De Fernando Simón esperamos no solo un epidemiólogo calificado y experto, lo cual hoy en día no sería suficiente para ejercer con valía la tarea que le ha sido encomendada. También esperamos un político reputado, con amplios conocimientos en sociología y comunicación. Una suerte de periodista con holgada exposición a los más variados medios de comunicación, y cómo no, de imagen impecable.

Hemos juzgado no solo sus palabras, sus gestos y su contenido, sino también criticado su estilismo, su entorno familiar, su tono de voz e incluso sus líneas de expresión. ¿Cómo olvidar también su chaqueta de cuero y su medio de movilidad favorito?, la moto. En definitiva, da la sensación de que no hemos sabido separar el discurso de la imagen y, lo que es más evidente, no hemos querido respetar al experto.
Durante su comparecencia ayer ante los medios de comunicación, el sujeto en cuestión atinó a decir que el hecho de que el gobierno británico exigiera una cuarentena a las personas que retornen de España “en cierto modo nos favorece, porque desincentiva que venga gente del Reino Unido”.
Todo ello en el marco de la sonada y repentina decisión del ejecutivo de Boris Johnson de desaconsejar a sus ciudadanos cualquier viaje no esencial a España, recogida en la última actualización de la web de su Ministerio de Exteriores. Momentos más tarde, el propio presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, tuvo la oportunidad de matizar en prime time durante su entrevista en Telecinco con Pedro Piqueras, los dichos de Simón, aclarando la perspectiva disciplinar que justificaría unas declaraciones de tal calibre.
Como sociedad medianamente cualificada y altamente consumidora de medios de comunicación, demandamos a las instituciones públicas un discurso directo, claro, conciso y sin fisuras, que no parece estemos dispuestos a reproducir (dados los últimos acontecimientos, a propósito de la reciente decisión de limitar el ocio nocturno por parte de Cataluña) cuando se trata de acatar de forma estricta las normas que institucionalmente se nos imponen por motivos sanitarios.
Vivir en sociedad es una suerte de pacto generoso entre actores diversos con, la mayoría de las veces, objetivos opuestos. Remar en la misma dirección en tiempos de crisis requiere no solo altos grados de confianza sino de humildad y responsabilidad, tanto individual como grupal.
¿Quizás en momento de evaluar nuestro grado de madurez social?