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Blog de Ciencias Sociales y Sociología | Ssociólogos

La transformación de la solidaridad social en el desarrollo de las ciudades modernas

enero 7, 2021

Entendemos las ciudades como espacios de comunicación que avivan las formas de ver, pensar y sentir de los agentes sociales. A lo largo del desarrollo urbano, el paradigma de la ciudad como espacio de unidad convivencial entre varias personas que crean y comparten valores consuetudinarios que generan cultura se está viendo transformada por el proceso de la globalización. Si bien es cierto que a pesar de este fenómeno global, las ciudades siguen teniendo particularidades que generan diferenciación entre territorios, lo que denominaríamos como culturas locales se están viendo cada vez más sumergidas por la llegada de nuevos valores sociales que están homogeneizando gran parte de viejas costumbres.

ciudad
Fuente: https://www.freepik.es/foto-gratis/paisaje-urbano-horizonte-ciudad-singapur_4011577.htm#page=1&query=singapur&position=0

Habiéndose terminado la Edad Media tras la apertura de las ciudades en pos de la caída de las murallas, el desarrollo de los planes urbanísticos de las ciudades empezaron a tomar un rumbo de desarrollo excepcional; la población empezó a aumentar considerablemente, al tiempo que se abría paso al fenómeno del éxodo rural con la intención de buscar nuevas oportunidades en un espacio cada vez más habitado. Los vínculos sociales que se formaron en las nuevas ciudades desarrollaron normas que establecieron, a palabras de Émile Durkheim (1893), nuevas fuentes de solidaridad social.

Las normas afincaron nuevos barrios que estaban divididos intencionadamente por la interiorización y naturalización social (Berger y Luckman, 1968) de las normas de esa solidaridad que determinaba qué función debía cumplir cada habitante dentro de una unidad convivencial. Por consiguiente, este modelo funcionalista de organización urbana determinó que las ciudades debían organizarse según la profesión de cada unidad, distribuida en barrios que estarían colocados estratégicamente. Tras ello, la Escuela de Chicago, tras la incorporación del Departamento de Sociología a la misma, empezó a estudiar qué vínculos sociales se estaban desarrollando en esos nuevos barrios a los que denominaron, tras realizar un ejercicio de etnografía en la ciudad Chicago, como slums.

La conclusión de dichos ejercicios dictaminó que las condiciones materiales y la procedencia de una unidad convivencial estaban completamente ligadas al desarrollo urbanístico de la gran ciudad del estado de Illinois. La solidaridad social que se dio en las ciudades modernas estableció nuevas formas de poder que dependían no solo de la profesión o función de cada unidad convivencial, sino de su poder adquisitivo y, por consiguiente, de su capacidad de poder en la toma de decisiones. Por tanto, a pesar del desarrollo urbanístico en términos de kilómetro cuadrado de las ciudades, la jerarquía de poder vertical seguía siendo parecida a la existente durante la Edad Media y los reinos.

Este desarrollo, que dio comienzo a la era de la modernidad, tuvo su punto de inflexión tras la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de la Guerra Fría, donde las dos grandes potencias que se disputaban por el liderazgo mundial de la economía. Los Estados Unidos, en un intento por preservar su interés de expansión económica, elaboró nuevos planes propagandísticos donde se sugería la transformación del territorio urbano, con la intención de desarrollar nuevas formas de solidaridad social a través de la transformación de los valores de la ciudadanía para crear un nexo común entre los valores cotidianos y el crecimiento económico.

Por ello, haciendo uso de las nuevas formas de comunicación que trajeron los cambios tecnológicos, la propaganda se convirtió en una gran herramienta pedagógica que enseñaba un modelo de sociedad “perfecto” y “feliz”, cambiando el paradigma de la felicidad por otro basado en el consumismo (o la participación en la economía como elemento de identidad). A raíz de ello, se construyeron nuevos suburbios basados en viviendas lineales, homogéneas e individuales que pretendían dar una imagen de progreso y bienestar individual. La solidaridad social empezaba a adquirir un concepto más individualista que rompía con las unidades convivenciales de la era del funcionalismo urbano; el discurso de la clase media rompió los esquemas de conciencia colectiva y el sentimiento a pertenecer a una unidad convivencial (llámese barrio) por la querencia de ser un individuo autónomo, perfecto y feliz.

Los carteles propagandísticos del nuevo modelo de vida estructuralista venían incluidos con la fotografía de una familia tradicional sonriente que mostraba índices de felicidad y buena vida. La homogeneización de lo que se denominó el “American Way of Life” tuvo buena aceptación por parte de aquellas familias con el suficiente poder adquisitivo y condiciones materiales como para permitirse hipotecar una vivienda así.

Sin embargo, a diferencia de los barrios que se formaron en la era de la modernidad, en los nuevos suburbios estadounidenses no existían elementos de comunidad ni de pertenencia local, sino que la función de esos barrios había dado pié a un desarrollo más estructuralista sobre la organización de la ciudad. No se trataba de crear comunidad en base a una solidaridad entre iguales en cuanto a condiciones y origen, sino a exportar felicidad basada en el consumo de una vivienda y un coche que ensancharía la imagen del “yo” frente a “los demás”.

Se dieron, por tanto, los primeros pasos hacia la individualización de la sociedad que ponía de manifiesto la necesidad por cubrir la felicidad individual por ser esa familia propagandística perfecta de la cultura estadounidense, unido además a la ampliación de la población tras la revolución industrial que generó una sensación de anonimato y abandono y de carencia de identidad individual (Simmel, 1977) que aceleró la necesidad por formar esa familia perfecta y satisfecha. La solidaridad social empezó a adquirir un mayor pliegue de interés individual por la satisfacción de la identidad desde el consumo por la felicidad que por organizar una sociedad basada en unidades convivenciales.

El aumento de la población en las ciudades no solo se dio en Estados Unidos, sino que en gran parte de Europa también ocurría el mismo hecho. Ante ello, el American Way of Life supuso un interés por parte de los gobiernos del período post-bélico por desarrollar nuevos suburbios homogéneos e individuales. Tras ello, las culturas locales y sus tradiciones consuetudinarias empezaron a sufrir las primeras consecuencias de la americanización de la sociedad, o más conocido como el proceso de la globalización. A través de este fenómeno, se intenta aproximar a las sociedades hacia un modelo homogéneo donde lo cultural reside en uno mismo.

Lo que en la era de la modernidad definíamos como cultura está cambiando en la sociedad del capitalismo tardío de las últimas décadas para convertirse en un común de intereses individuales basados en el consumo como principal herramienta para el acceso a la felicidad. El sentimiento de pertenencia ya no está delimitado por el lugar en el que se habita, sino que está condicionado por la capacidad de inmersión de una persona a los valores globales de comunicación.

Por ello, las redes sociales se han convertido hoy en una forma de acceso a esa felicidad y pertenencia, donde lo superficial (familia sonriente que aparenta ser feliz) se ha convertido en el eje vertebrador de nuestras formas de ver, pensar y sentir.

La solidaridad social en las ciudades globales del siglo XXI, donde la cultura se ha transformado a partir del proceso de gentrificación en espacios de inversión corporativo, se basa en la querencia por evitar caer en el anonimato desde los vínculos sociales que establecen la normatividad del agente social global.

Aun existiendo barrios que se diferencian por el nivel adquisitivo, el agente social global siente la necesidad por alcanzar esa pertenencia –que antiguamente estaba ligada a la cultura local y la unidad convivencial– desde la idea de la perfección superficial de cómo ha de ser el individuo perfecto. La pertenencia ha pasado de ser un elemento de construcción de comunidad a una necesidad por construir el “yo, sujeto” que exalte una felicidad líquida basada en la apariencia y el consumo.

BIBLIOGRAFÍA

  • BERGER, P. y LUCKMAN, T (1968): La construcción social de la realidad, Buenos Aires: Amorrortu.
  • JAMESON, F (1994): La lógica cultural del capitalismo tardío. Barcelona. Trotta.
  • MARTÍNEZ MAURI, M (2015): Una mirada sobre la turistificación de la antropología del desarrollo en el Estado español, en Panorama de la Antropología del Turismo desde el Sur, 13. Pp. 347 – 358.

MERTON, Robert K (2002): La división del trabajo social de Durkheim, Madrid: Reis. Revista Española de Investigaciones Sociológicas, pp. 201-209.