
La salud mental está comenzando a tener una mayor importancia en la vida pública y social, aunque continúa siendo la gran olvidada en detrimento de la salud física, a pesar de estar estrechamente relacionadas.

Buceando un poco en las aguas de este complejo, importante y menospreciado tema, vi que tres de cada cuatro muertes por suicidio son de hombres. Mi deformación profesional de investigadora social me forzó así a tratar de desenredar la relación entre el género y el suicidio, y las sorprendentes cifras anuales me llevaron a plantearme si se está haciendo todo lo posible por evitarlo.
En absoluto mi pretensión es sentar cátedra sobre un tema tan sensible. Mi objetivo es sólo hacer una humilde reflexión sobre este problema social que en muchos casos continúa siendo tabú, con el objetivo de reflexionar juntos hacia una posible mejora social.
La OMS considera el suicidio como una de las cuatro principales causas de muerte (natural, accidental, suicida y por homicidio), siendo el aquí analizado la principal causa de mortalidad externa. Comencemos viendo algunos datos para dimensionar el fenómeno: sólo en España se suicidan al día 10 personas, lo que supone aproximadamente un suicidio sólo en nuestro país cada dos horas y media. El 2018 es el último año en el que el INE ha publicado los datos de causas de fallecimiento. Si realizamos una fría comparativa que nos permita hacernos una idea de este problema, en ese año 7.078 personas se suicidaron y 3.792 murieron en accidentes de tráfico, lo que supone que se suicidan el doble de personas que los accidentes mortales en la carretera.
Sin embargo, esta diferencia no ha sido siempre así. Las leyes de circulación (como la conocida ley del “permiso por puntos”, tan criticada en su momento), lograron reducir los accidentes de tráfico. En el siguiente gráfico vemos esta evolución, siendo la línea azul las muertes por accidente de tráfico y la naranja los suicidios, y sus repuntes en los años más severos de la anterior crisis económica:
FUENTE: INE, evolutivo de defunciones según causa de muerte.
En el gráfico siguiente vemos este mismo evolutivo, pero desagregando las muertes por suicidio según el género de la persona. La línea verde es la de los hombres y la amarilla la de las mujeres, que además de ser inferior, es más constante. Los hombres se suicidan menos en navidades, en torno a diciembre, y aumentando al comenzar el año.
Cabe señalar que estas diferencias no se dan exclusivamente en España, sino en la amplia mayoría de países del mundo, a excepción de zonas como China o Bangladés.
¿A qué se debe esta diferencia? ¿Por qué los hombres se suicidan más? Creo que es evidente que no hay elementos biológicos por los que un sexo tienda a luchar más contra el instinto de supervivencia que el otro, sino que los roles de género juegan en contra de ambas caras de la moneda. Puede parecer contradictorio que el “sexo fuerte”, al que se le presupone como menos emocional y por tanto más “racional”, es el que en mayor medida termina con su vida de forma deliberada. Contradicen el sino de la vida humana que se presupone que es la supervivencia, en este modelo patriarcal que “los mima”. Debido a la posición de privilegio que ocupan en la sociedad, en ciertos casos se les presta menos atención por ello. Quizás en este modelo los roles de género juegan en contra de ambas caras de la preestablecida moneda, y no sólo de las mujeres.
El género no es algo que pertenece exclusivamente a las mujeres, obviamente la construcción social a partir del sexo afecta también a los hombres. Lamentablemente, las barreras que aún quedan en la sociedad para aceptar lo que el género presupone, hace que muchas cosas continúen invisibilizadas, y más si son un tabú social como es el suicidio.
Durante mis estudios en la carrera de Sociología, supe de investigadores que ya habían reflexionado sobre este fenómeno, como no podía ser de otro modo. El francés Émile Durkheim estableció formalmente la sociología como disciplina académica, y una de sus herramientas fue presentar una publicación en el año 1897 donde demostraba cómo el suicidio no es algo exclusivamente individual o psicológico, sino que había perfiles más asociados al suicidio en toda Europa.
Además de identificar que se suicidaban más hombres que mujeres, una de sus principales conclusiones fue que el tipo de sociedad donde vivimos se relaciona con diferentes tipos de suicidios, siendo distintos los motivos.
“no hay un suicidio, sino suicidios […] Las causas que lo determinan no son de la misma naturaleza en todos los casos: son incluso, a veces, opuestas entre ellas” (Durkheim 1897:312).
Por un lado, clasificaba el tipo de “suicidio altruista”, propio de lo que denomina sociedades más tradicionales, donde hay más integración social. La identidad moral entre el individuo y el grupo es tan grande, que una intensa carga emocional como la vergüenza o el orgullo pueden llevar a estos actos violentos de suicidio. Un ejemplo claro de esta clasificación podría ser los Kamizakes de Japón.
En cambio, en aquellas sociedades que Durkheim denomina como más modernas, las relaciona con el tipo de “suicidio egoísta”. Estas sociedades se caracterizan por ser más individualistas y por tanto con poca integración social, donde el individuo experimenta sensaciones como la apatía, desencanto, melancolía, tristeza o depresión. Lo relaciona con sociedades sin un ideal común. Se pierde el interés al haber falta de comunicación con la sociedad, se pierde el valor como individuo, sus propios deseos de origen social más allá de las necesidades biológicas. ¿Qué valor tiene un cantante que no tiene público? ¿Un conductor sin pasajeros?
¿Qué rol consideráis que juegan las tecnologías de la comunicación ante esto? Sin duda nos han conectado durante el confinamiento, acercándonos a nuestros seres queridos y llevándonos a miles de casas desde nuestro sofá. Pero las adicciones a las redes sociales existen, y sólo alejan al que la sufre, distanciándose del mundo para dar excesiva importancia a lo que pasa dentro de su pantalla, aportando una falsa sensación de conexión, que en muchos casos desemboca en apatía y aislamiento.
Centrándonos en el caso de los hombres, y en sus mayores tasas de suicidio en relación a las mujeres, hay diversas teorías y estudios que tratan de dar respuesta a este fenómeno desde perspectivas sociales:
En las sociedades modernas, el valor del trabajo remunerado puede identificarse como hilo conductor, como vehículo de cohesión social. La dominación masculina se basa en la idea de poder, y así son sociabilizados los hombres, suponiendo al mismo tiempo su talón de Aquiles tras el “tanto tienes, tanto vales”. El rol de la masculinidad viene definido por las características de ser fuerte, competitivo, valiente y racional; así como su rol de proveedor y protector. De este modo, el trabajo remunerado constituye una parte importante de la identidad masculina. ¿Es casualidad que en España el perfil que más se suicida es el de hombres mayores de 50 años? Tras jubilarse, el hombre es más proclive a poder tener sentir falta de redes sin su trabajo, sin su supuesto rol principal.
El aumento de suicidios en las crisis económicas puede relacionarse con el sentimiento de incapacidad de cumplir con el rol tradicional del varón proveedor y protector, y de este modo hace que surja en ellos un sentimiento de vergüenza que les impide pedir ayuda, desde el momento en que este reclamo podría ser visto como un signo de debilidad. Pedir ayuda es fundamental para poder rescatar a personas que se empiezan a plantear el suicidio. Algunos lo relacionan con que los hombres tienen más dificultades a la hora de expresar sus emociones, así como buscar dicha ayuda, ya que les aflora un sentimiento de vergüenza al tener que mostrar esa debilidad. Debilidad que, como hemos dicho, se ha asociado a la vulnerabilidad femenina.
Múltiples estudios coinciden en que las enfermedades mentales (depresión, trastornos de ansiedad, demencia, trastornos por uso de sustancias…); las enfermedades crónicas y las adicciones son causas que llevan al suicidio. Pero no sólo esas: afecta también el sentimiento de pérdida, ya sea afectiva, económica y de estatus social. Además, R. Millán entre otros, cita la invisibilidad de la vulnerabilidad masculina, que es la percepción que se les transmite a los hombres de fortaleza y no vulnerabilidad, lo que dificulta que pidan ayuda ante ciertos temas. David Viscott revela su importancia al decir que “aceptar nuestra vulnerabilidad en lugar de tratar de ocultarla es la mejor manera de adaptarse a la realidad.”
Hay una relación histórica (aunque no única) del suicidio con la depresión. Este fenómeno es más diagnosticado en mujeres que en hombres, pero no porque los hombres no sufran esta patología. Los hombres también padecen depresión, pero debido a que en muchos casos hay una oposición a pedir ayuda, supone que no sean diagnosticados, y al no ser tratadas, pueda derivar en suicidio.
Otros autores también relacionan el suicidio con trastornos afectivos (Gutiérrez-García, Contreras y Orozco-Rodríguez), destacando la importancia de un crecimiento y adolescencia sin violencia ni abusos, ya sea emocional o física. En parte, la menor esperanza de vida de los hombres se debe a los riesgos que suponen la masculinidad tradicional para su salud física y emocional. Adoptan conductas asociadas a la masculinidad para así manifestar su valentía, relacionadas con el riesgo y la fascinación por la violencia (algo que se ve claramente en deportes tradicionalmente masculinos como el rugby, boxeo, donde se fomenta el dolor; o ya sea con el consumo de ingentes cantidades de alcohol para mostrar su posición en el grupo).
Por otro lado, ¿podría decirse que eso del “sexo fuerte” suponga que ejercen más violencia, pero también para ellos mismos? La violencia también está relacionada con los métodos utilizados por los hombres para el suicidio, que son más letales y, generalmente, más violentos.
Múltiples expertos han anunciado desde hace meses que el incremento de suicidios puede llegar a ser una lamentable consecuencia del desastre que padecemos a raíz del Coronavirus, ya que históricamente los suicidios aumentan en épocas de duras crisis económicas. Algunos abogan a su clasificación como tema tabú ya que hablar de ello puede suponer un “efecto llamada”, pero las cifras históricas son escalofriantes y constantes, y nada cambia si seguimos igual. De hecho, hay estudios que dicen que este efecto amplificador mediático de los suicidios se da principalmente cuando son sujetos conocidos, desencadenando un repunte posterior por personas con edad, sexo y etnia similar que se sientan identificados (Stack, 1987); (Cheng, Keith, Lee, & Chen, 2008). Por lo que quizás habría comenzar que evitando el “salseo mediático” de desgracias de personajes públicos, pero aumentar la educación, la prevención y las líneas asistencia. Y quizás, aceptar que somos animales sociales, que los valores y conductas que aprehendemos y reproducimos desde que nacemos van conformando nuestro cerebro y modo de actuar, y muchos de ellos vienen de esa dualidad conductual que se nos presupone e impone desde niños a partir de nuestros genitales, y que nos encorseta y lastra, aunque seas hombre. Ojalá haya más información sobre estos temas para poder investigar más y mejor, y poder ayudar a quien pueda necesitarlo.