
Las revueltas sociales distribuidas por todo el planeta nos hablan de una reacción común ante la opresión, al margen de culturas, países, tradiciones, etc. El caldo de cultivo, la identificación global de problemas, especialmente de los más jóvenes, urbanitas con gran formación, que no responden a estadísticas, sino a la necesidad de libertades y derechos, ajenas a banderas e identidades. La herramienta vertebradora de las redes sociales, con internet como soporte, universaliza sus conflictos, y posiblemente también el tipo de respuestas.
Las redes sociales se materializan en estas protestas que toman las calles del planeta. Foto: Agencias
«Desde hace varios años va tomando cuerpo la psicología de las minorías activas que constituye al mismo tiempo una psicología de la resistencia y de la disidencia…Ésta presupone que un individuo o grupo, cualquiera que sea su status o su poder o falta de poder, es capaz de ejercer influencia sobre la colectividad de la que forma parte». Razón lleva Serge Moscovici, uno de los mejores científicos sociales del siglo, en su “Psicología de las minorías activas”.
Ya hablamos el pasado mes de marzo en EDF del “auge de los movimientos sociales” como ejes vertebradores de las nuevas inquietudes que presentan las sociedades actuales en búsqueda de cambios y transformaciones para sus países, donde se levantan como masas enojadas para protestar bien por el atraso que experimentan, bien por el nivel de corrupción o bien por las muestras de autoritarismo que muestran algunos gobiernos fruto de su poder cameral.
Han pasado más de tres meses desde entonces y lejos de menguarse sus dimensiones, sus efectos o su duración se amplían los marcos geográficos y así hemos asistido a nuevos fenómenos de protesta de manera casi enlazada en Turquía y Brasil, y el reverdecimiento de uno que ya fue noticia en Egipto.
Poco o nada tienen en común los tres países citados, pero las muestras de reacción, sus protagonistas, los objetivos, la repercusión internacional, etc., son similares, por no decir idénticos, aunque no así la reacción de los gobiernos contra los que se levantaban dichas protestas. Los viejos estilos para silenciar y adormecer o eliminar las protestas no resultan útiles frente a la ventana de información global que supone internet, y en ella las redes sociales.
Brasil, Turquía y Egipto
Con la excusa de la tala de árboles en la plaza Gezi de Estambul para construir un centro comercial, miles de jóvenes y no tan jóvenes se levantaron contra el régimen de Erdogan, de corte más bien conservador, islamista y autoritario, que ha ido recortando derechos y libertades individuales que chocan con una población turca cada vez más urbana y laicista. Con el grito de “¡Policía, no traiciones a la gente!” empezaron unas revueltas que pedían la dimisión del Presidente Erdogan, que ha reprimido brutalmente estos levantamientos. Lejos quedan ya las revueltas del pan en Tunez contra Ben Ali o las de Egipto contra Mubarak, con las que se inició la primavera árabe.
Derrocado Mubarak, ahora parece que las protestas tienen por objetivo al electo Morsi. Foto: AgenciasLa subida de tarifas en el transporte público ha servido para que miles, centenares de miles de brasileños salieran a la calle para protestar contra el gobierno socialdemócrata de Dilma Roussef que, si bien ha aplicado múltiples políticas sociales contra la miseria, aún soporta un 25% de la población sumida en la pobreza absoluta. El eco logrado por la simultaneidad de las protestas con la Copa Confederación de Fútbol celebrada en el país carioca, ha doblegado a Roussef que acabó aceptando las vindicaciones tarifarias, contra el clima de corrupción y por los derroches en los próximos eventos deportivos (Copa del Mundo y Juegos Olímpicos). Lo decía una pancarta en Belo Horizonte: “Ya tenemos estadios del primer mundo, ahora nos falta un país”.
En ambos casos hemos asistido a países que han vivido una década prodigiosa en cuanto a crecimiento económico, con una renta per cápita que supera los 10.000$, con una buena dosis de población muy joven y donde la repercusión de las nuevas vías de comunicación, como son las Redes Sociales, ha sido determinante en la hora de las convocatorias masivas, pues nada de esto se entendería sin esta nueva herramienta, plataforma de libre expresión, que muchos gobiernos ya piensan cercenar a fin de controlar sus efectos.
Y en estas estábamos cuando se reinicia el proceso revolucionario en Egipto, en el mismo escenario, la Plaza Tahrir de El Cairo, tras dos años del inicio de las revueltas y apenas uno del inicio de la transición democrática que acabó con el ex presidente Hosni Mubarak y puso al frente al gobierno electo de Mohamed Morsi, cuando se producen hasta 5 dimisiones ministeriales y el Ejercito, al que Morsi acusa de dividir y confundir a la población, le da un ultimátum de 48 horas para que dimita si no atiende las demandas del pueblo.
Iteramos la disparidad de naciones, de culturas, de costumbres, al recordar que antes fueron la Puerta del Sol de Madrid y su 15-M; o la Plaza Sintagma de Atenas, cuando los “hombres de negro” de Bruselas apretaron las tuercas del país heleno; o la ya citada plaza Tahrir de El Cairo hace dos años y ahora de nuevo; como ahora lo han sido la plaza Taksim de Estambul; o las calles de Río de Janeiro y São Paulo…Incluso la resistencia en Siria no se habría podido dar a conocer.
Son realidades muy diferentes, en contextos muy dispares, pero en todos los casos se reproduce un deseo espontaneo y vehemente de mostrar el descontento, la indignación, la protesta y la necesidad de tomar la calle como reacción ante políticas de abuso, independientemente de la democracia gobernante, pero lo más llamativo es la falta de liderazgo y de identificación partidista, lo que ahonda más en su espontaneidad. Los medios de comunicación e información locales, generalmente controlados por el sistema no pueden hacer frente a esta marea, incluso en el occidente avanzado y democrático al parecer se han desarrollado los programas de escucha masiva
La “Quinta Internacional”
Recientemente el historiador inglés Timothy Garton Ash bautizaba desde el diario The Guardian a la comunidad internacional de ciudadanos que protestan como la “Quinta Internacional”, afirmando que está conformada mayoritariamente por jóvenes de ambos géneros, urbanitas, con una cualificación por encima de la media, y “que se reconocen y se extienden en todas partes”, estableciendo un paralelismo con la generación de 1968 al afirmar que “tienen algo en común, pero esta vez se extiende a todo el planeta”.
El Movimiento madrileño 15M fue el detonante de muchas otras protestas por toda España. Foto: AgenciasEl pasado fin de semana el sociólogo Manel Castells plasmaba en La Vanguardia la desafección que ha conducido a muchas de estas protestas: «El sistema político actual, ni en Brasil ni en ninguna parte, tiene la capacidad de asimilar lo que de verdad está sucediendo: el que los ciudadanos se expresen políticamente de forma autónoma sin pasar por los partidos… Y la izquierda lo entiende aún menos que los otros…Pero es que los movimientos autónomos no son de izquierda o derecha, expresan al conjunto de la sociedad, en su pluralidad ideológica, y cada cual trata de aprovechar la coyuntura…La inmensa mayoría son jóvenes sin otra afiliación que su deseo de vivir su vida, en lugar de luchar por cada gesto cotidiano».
Castells lo sentenciaba tan espléndidamente como siempre: «Desde Brasil llegan dos mensajes. Para los indignados: el cambio es posible incrementando la presión de la calle, en cantidad y en calidad. Para los políticos: cuanto antes acepten la obsolescencia de una democracia esclerótica más fácil será la transición a nuevas formas de representación que conecten a los ciudadanos con las instituciones».
Puede que haya quien siga considerándolos como una masa, al margen de sus especificidades, contextos, ocupaciones, caracteres y/o inteligencias, pero el mero hecho de aunar sus esfuerzos les dota de un alma colectiva que les hace sentir, pensar y actuar de una manera completamente distinta a como obraría cada uno de ellos por separado. Esta alma es capaz de mover voluntades ante la falta de representatividad de los partidos mayoritarios. Estamos en la era de las comunicaciones. Lo decían dos pancartas en Río de Janeiro: “Somos las redes sociales” y “Salí de Facebook y ahora estoy en la calle”. La pregunta no es cómo conseguir que esos movimientos participen, sino cuándo serán los que gestionen la futura sociedad. Ver venir.
Artículo de Juan Manuel Vidal, visto en eldiariofenix.com