
El asunto Bárcenas no sólo tiene repercusiones políticas. Las tensiones entre medios de comunicación que se han sucedido a partir de las cuatro horas que Pedro J. pasó con el extesorero del PP, con El Mundo [Enlace retirado], con Bieito Rubido, director del diario de Vocento, sacando las uñas enTwitter (“Nos estáis calumniando y aquí el único pacto es el que habéis hecho vosotros con Bárcenas”), o con esa hilarante portada de Jaime Ostos en La Gaceta(mostrando la cornada al torero para no dársela al PP) exceden el ámbito puramente profesional para señalar nuevas y preocupantes tendencias dentro de la prensa.
De ellas, quizá la más significativa sea la conversión del periodista en protagonista, algo a lo que Pedro J., (“ese niño en el bautizo, novia en la boda y, si le dejasen, el muerto en el entierro”) está demasiado acostumbrado. De hecho, en un reciente informe sobre la situación económica de España, el banco de inversión Credit Suise confundió el nombre del anterior tesorero del Partido Popular, rebautizándolo comoPedro Bárcenas.
Como asegura Luis Arroyo, asesor electoral y autor de El poder político en escena(RBA), el director de El Mundo tiene ese algo especial que le ha hecho capaz de sobrevivir al montaje de su vídeo y a las cintas de la Orquesta Mondragón en el 11 M, y que le ha permitido marcar la agenda a los gobiernos de González, Aznar y Zapatero y ahora al de Rajoy”. Pero su influencia sobre la sociedad, que es espectacular y que utiliza para influir notoriamente sobre los políticos, según Juan Carlos Jiménez, profesor de sociología de la Universidad San Pablo CEU, “se sitúa más allá de lo que la prensa debería ser en tanto instrumento de información a los ciudadanos y de control externo al poder”.
El peso de la ideología
Al margen de la personalidad singular de un personaje determinado, la conversión de los periodistas en actores políticos en sí mismos es algo muy propio de los nuevos tiempos. Como afirma Arroyo, Internet y las redes sociales han propiciado un contexto en el que “la información factual no vale prácticamente nada en precio. Ser el primero en poner un tuit no es rentable, pero sí lo es ofrecer la interpretación, el contexto o la filtración. Eso provoca que como oferta de mercado primen las lecturas sobre los hechos, y que, por lo tanto, la prensa se haga más ideológica y más partidista. Así surgen cadenas como la Fox, o se consigue que algunos medios busquen un lector políticamente definido. En España, por ejemplo, La Razón, ABC y La Gacetacompiten por el mismo comprador”.
Esta tendencia provoca que “los medios se polaricen y se hagan más de tribu, lo que a su vez genera que terminen dependiendo del jefe de esta, que es el que te paga o el que te proporciona la información. De ahí las alianzas entre los republicanos y laFox, o entre el Tea Party y algunos presentadores de esa misma cadena, o entre la CNN y los demócratas”. Esa tendencia se da en España también, asegura Arroyo, y su resultado no es sólo la mayor influencia social de los medios, sino que “los jefes y dueños de éstos se hagan más poderosos”.
Este nuevo papel del periodismo y de los periodistas se hace más evidente en nuestro país a causa de la extraordinaria debilidad estructural de la oposición, afirma Jiménez. “Como el partido que debería convertirse en alternativa de gobierno no es capaz de articular una respuesta al poder, surgen nuevos actores políticos y se traslada la acción a otros terrenos. Un ejemplo es la utilización de la calle por los sindicatos. Otro es la prensa”.
Diarios que venden menos que Público
“El poder real de la prensa en España, desde la Transición, ha sido inmenso”,asegura Ismael Crespo, Director del Departamento de Comunicación Política del Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset, y ha ido en aumento en los últimos tiempos, “ya que es prácticamente el único sistema de control que nos queda. Los demás, como el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional, etc., están bien diseñados y son instrumentos útiles, pero se han convertido en ineficaces a causa del sistema de partidos”. Y como el grupo socialista, asegura Jiménez, ni siquiera puede instigar el control parlamentario (“la moción de censura es su último intento desesperado de convertirse en protagonistas”) aparecen otros jugadores que les relevan en su papel y que se convierten en actores políticos de primera magnitud.
Esa alianza entre prensa e ideología tiende a producir estrechos vínculos que hacen difícil distinguir el mensaje del partido del emitido por el medio. En gran medida porque, señala Pascual Serrano, autor de Desinformación. Cómo los medios ocultan el mundo (ed. Península), “como los diarios ya no viven de lo que pagan sus lectores, a menudo encuentran en los gobiernos el dinero necesario para sobrevivir. Hay diarios hoy que venden menos que Público cuando cerró y siguen saliendo”.
Sin embargo, estas uniones de hecho no son útiles a medio plazo. En primer lugar, porque las fidelidades no son para siempre. No es infrecuente que un medio se revuelva contra el partido al que está políticamente ligado, un cambio de parecer, que puede explicarse, según Serrano, por la peculiar dinámica de este juego de apuestas: “A veces se decide cambiar de caballo según vayan las cosas. Hay periodistas que piensan que determinados políticos están amortizados y prefieren apostar por otros, a los que cobrarán el favor más tarde”.
Y en segundo término, porque acaban por no servir a nadie. La prensa sólo puede ser socialmente influyente en tanto conserve un capital simbólico que le proporcionan el rigor y la independencia. Cuando éste comienza a escasear, el medio deja de ser creíble y sólo es tenido en cuenta por los sectores sociales convencidos de antemano, con lo que pierde, al mismo tiempo, su capacidad de autofinanciarse y la posibilidad de que el poder le perciba como un aliado eficaz. Esa es la contradicción en que vive inmerso buena parte del periodismo contemporáneo.