El ser humano es una especie muy sociable, pero la vida en grupo no siempre es fácil para nosotros. Aunque las ventajas son innumerables, como por ejemplo defenderse de depredadores, cooperar en la obtención de alimentos y ahorrar en recursos, de manera simultánea también existe un riesgo de ser explotado o engañado por otros miembros.
Para paliar los efectos negativos de la vida en colectivo, entre otros mecanismos sociales, surgieron los conflictos como medio para dirimir las diferencias de intereses existentes entre los individuos integrantes de una sociedad. De manera paralela, debido a que estos conflictos podían desintegrar al grupo, surgieron también mecanismos para su resolución. Por esta razón, concluir que el conflicto es una conducta anti-social, como muchos expertos han tratado de trasladarnos durante décadas, es un argumento totalmente erróneo.
Los animales también tienen conflictos y utilizan diversas maneras de resolverlos, al igual que hacemos los humanos. Por ejemplo, lo delfines, tras un episodio agresivo, si quieren reparar la relación, se frotan suavemente un cuerpo contra el otro. Los macacos dorados, se dan la mano y abren la boca en señal de amistad. Los chimpancés, se abrazan y se besan, comportamiento este que se cree que procede del traspaso de comida boca a boca. Pero también se ofrecen la mano abierta como hacemos los humanos. Este gesto simboliza el llevar las manos descargadas, garantizando al contrario que no se poseen piedras o palos.
Algunos chimpancés, tras una pelea, suelen mantenerse cerca, muy al contrario de lo que cabría esperar de dos rivales. Esta proximidad física favorece la resolución de conflictos. En una investigación, se tomaban datos sobre el número de interacciones que parejas de chimpancés realizaban para cooperar el uno con el otro. Luego, se esperaba a que tuvieran un conflicto entre ellos y lo resolvieran. Seguidamente, se continuaba tomando datos sobre la tendencia a ayudarse. Los resultados mostraron que la cooperación era más intensa tras el problema y su resolución de lo que lo era antes. La relación había salido reforzada del conflicto. Esta sensación de una amistad más intensa de lo que se percibía antes de tener un problema es muy frecuente entre las personas.
Para aquellos que creen que la violencia es un asunto genético o una cuestión de especie, algo que también hemos aprendido de los animales es que la habilidad para resolver conflictos se puede aprender por observación. En un experimento, se trasladó un papión -una especie de primate bastante agresivo-, a la instalación de un grupo de macacos dorados – una especie con gran tendencia a la resolución-. Tras varias semanas, el papión aprendió a comportarse como un macaco: daba la mano y abría la boca como hace esta especie cuando “hacen las paces”.
Pero también existen otros mecanismos para evitar los conflictos y evitar así las confrontaciones de las que uno puede salir herido de gravedad. El miedo mutuo es una estrategia muy usada por los primates, tanto humanos como no-humanos. Para llegar a este punto, se realizan demostraciones de fuerza cuyo objetivo es disuadir al contrario de una pelea real. Con este fin, los chimpancés realizan unos rituales en los que arrancan ramas, aceleran el ritmo, levantan piedras, etc. Este tipo de representaciones también son muy comunes entre los humanos. Los desfiles militares, los puñetazos sobre la mesa o el romper cosas cuando estamos en una discusión son patrones de comportamiento con un mismo objetivo: disuadir a posibles oponentes. Este mecanismo fue el utilizado durante la guerra fría tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética.
Cada especie tiene su particular manera de afrontar los conflictos y también la reconciliación llegado el momento. En todas las sociedades existen maneras de disculparse ya sean verbales, por medio de gestos o regalos. Pero una buena estrategia es dejar de ser una amenaza para tus posibles rivales antes de que se produzca un enfrentamiento real.
Los mirlos de alas rojas son unas aves negras cuyos machos se distinguen de las hembras por unas plumas rojas en los laterales de sus cuerpos. Estas cumplen la función de atraer a las candidatas pero también sirven para advertir a otros machos de su presencia. Si un individuo en concreto quiere pasar desapercibido, este tapa esas plumas rojas con otras negras del cuerpo, de manera que se hará pasar por un individuo del sexo contrario y puede pasear así libremente por el territorio sin ser agredido. Esta estrategia es muy similar en cuanto a fines a la que emplean los gorilas.
Esta especie vive en grupos donde un macho dominante o “espalda plateada” controla a varias hembras junto con sus crías. Los machos deben abandonar el grupo cuando alcanzan la madurez sexual. En diversos estudios ha quedado demostrado que para prolongar este periodo, los jóvenes retrasan el desarrollo de los caracteres físicos que indican que han llegado a la madurez. Son adultos con rasgos infantiles, lo que les permite permanecer durante más tiempo e incluso copular con alguna hembra sin levantar las sospechas del siempre peligroso espalda plateada. Lo interesante de estos ejemplos es que en humanos ocurre algo similar. Muchos jóvenes continúan comportándose como niños ante otras personas para no resultar una amenaza y no despertar así la agresividad de otros. Es una táctica muy inteligente si se vive en un contexto de personas excesivamente dominantes.
Otra estrategia que ha evolucionado en varias especies a la vez, incluida los humanos, son las batallas en las que los contrincantes se pegan por turnos. Los peces cíclidos, alguna tribus como los Mbuti (Congo) y los Yanomami (Venezuela) usan esta modalidad. Se pegan unos a otros de manera alternativa y organizada. Por medio de esta violencia ritualizada, los miembros del grupo se aseguran de no llegar demasiado lejos pues luego serán ellos los receptores de la ira de sus contrincantes.
Los inuit, unos pueblos que habitan el ártico, quizás sean el pueblo más creativo en cuanto a la resolución de los problemas de baja intensidad. Estos crean canciones muy similares a las chirigotas gaditanas, en las que tratan de humillar y caricaturizar al oponente. Un consejo decide después cuál es el ganador.
Diversas sociedades preindustriales del mundo también poseen formas sofisticadas de afrontar los problemas entre miembros del grupo. Los toraja (Indonesia) son cultivadores de arroz por lo que se necesitan mucho unos a otros para su cuidado. Estos poseen unas oraciones que repiten como mantras, que recuerdan lo incoveniente que es para el colectivo tener un conflicto.
Aunque los conflictos nos parecen indeseables, lo cierto es que están tan bien integrados en lo social que parecen cumplir una función muy importante en los grupos de animales humanos y no humanos. El conflicto es la consecuencia natural de la cooperación y sin ellos esta no sería posible. Cuando una gran cantidad de seres viven juntos es necesario un método para dirimir intereses. Es por esta razón que os propongo una nueva mirada hacia estos fenómenos sociales. Aceptar que los conflictos, al igual que la colaboración, son tecnologías sociales que nos permiten seguir viviendo en colectivo como lo venimos haciendo desde hace millones de años.
Articulo de Pablo Herreros Ubalde @somosprimates