Independientemente de la condición política, cuando hablamos de educación en España generalmente trazamos una imagen un tanto controvertida de las intenciones y trasfondos políticos de educar y adoctrinar a las generaciones venideras. Estas líneas no podían ser menos, y lo que me gustaría proponer a continuación no es más que ciertas inquietudes personales relacionadas con el estado actual de la educación en España. Una educación marcada por los incesantes recortes en el sector público que afectan a todos los niveles del sistema educativo. La reducción del profesorado contratado en régimen laboral/interino, la falta de cobertura en determinados niveles educativos o las restricciones en los sistemas de becas son algunos de los ejemplos más significativos que hacen resquebrajar el modelo consolidado de educación universal, pública y gratuita de años atrás.
En la actualidad, la ideología neoliberal permea a la totalidad de las políticas públicas desarrolladas en Europa: la educación, la sanidad o los servicios sociales son ámbitos sujetos a las mayores restricciones, lo que primero se “toca” comúnmente hablando. Basta observar las “iniciativas emblemáticas” de la Estrategia Europa 2020 para comprender que las tesis de Milton Friedman basadas en establecer un modelo competitivo de libre mercado parecen ser la única solución para salir de la actual crisis económica. Racionalizar, privatizar y reducir el papel “patriarcal” y subsidiario que ha tenido el Estado son ahora el objetivo prioritario de los mandatarios de la Unión Europea. Este cambio en las políticas públicas rompe con los principios básicos redistributivos del Estado de Bienestar desarrollados hasta el momento y, lo que es peor aún, su cambio se fomenta desde el propio sistema educativo. Althuser señalaba que el sistema educativo formaba parte de ese aparato ideológico del Estado destinado a mantener y controlar el orden preestablecido en una sociedad. Aunque esta teoría fue formulada hace varias décadas, resulta evidente que su esencia todavía persiste en el presente. Por ejemplo, en la Estrategia Europa 2020 se enfatiza constantemente en el emprendimiento y en la competitividad para reducir las elevadas tasas de desempleo que tiene la Unión Europea y poder salir así de la crisis. Resulta curioso cómo esta cuestión se articula a través de los medios de comunicación y el propio curriculum educativo. Hace varias semanas veía en la televisión pública española una entrevista insólita a niñas de 10 y 12 años donde afirmaban que su sueño era “ser emprendedoras”. La LOMCE es la ley educativa que pone la enseñanza al servicio de los principios ideológicos neoliberales. ¿Será beneficioso para España que haya un mayor número de emprendedores? Seguramente sí, sin embargo, deberíamos ser más cautos en esta cuestión si tenemos en cuenta las estadísticas especializadas sobre emprendimiento que señalan que 7 de cada 10 emprendedores fracasarán en su aventura empresarial antes de los tres primeros años. En mi opinión, la salida de la crisis económica no pasa por educar a las nuevas generaciones en un sistema orientado solamente a las demandas del mercado de trabajo y a la competitividad. El objetivo de la educación es y debe ser formar a ciudadanos críticos, responsables y capaces de adaptarse y transformar las condiciones dadas por el entorno.
Y entonces… ¿Qué puede hacer la educación, o mejor dicho, las leyes educativas para salir de la crisis económica? La respuesta es sencilla y a la vez difícilmente alcanzable: educar en valores sociales. Desde que inicia su andadura la sociedad de consumo hemos sido “educados” o “socializados” en un modelo capitalista donde se prima y reconoce el valor de los bienes y servicios consumidos. Veblen definió el “consumo conspicuo” como esa manera ostentosa de consumir para diferenciarse en la estructura social. La clase baja quiere emular a la clase media, la clase media imita a la clase alta y la clase alta sencillamente compra para seguir manteniendo su estatus para diferenciarse del resto. Según este planteamiento “somos lo que proyectamos consumir dentro de la sociedad” y, desde mi punto de vista, es ahí donde deberíamos comenzar a replantearnos la definición de la educación de las generaciones futuras. ¿Queremos seguir formando ciudadanos que sigan reproduciendo el modelo económico neoliberal cuyo motor es el consumo exacerbado y el reconocimiento social? La historia más reciente nos ha mostrado los límites y las consecuencias negativas del modelo económico neoliberal. Modelo que paradójicamente critica el papel subsidiario del Estado y, sin embargo, ha tenido que actuar para rescatar las entidades privadas con dinero público para evitar el colapso.
En mi opinión, la educación en valores se convierte en la clave fundamental para impulsar un cambio de mentalidad en las generaciones venideras y para resistir ante un modelo económico e ideológico que, como señalaba Naomy Kleim en su célebre documental, potencia las diferencias y desigualdades sociales. Con la crisis económica han florecido plataformas y movimientos ciudadanos solidarios que han prestado y prestan su ayuda desinteresada a los más desfavorecidos. Más allá de la labor asistencial que históricamente ha realizado la iglesia, el Estado o las ONGs, si aspiramos a tener un mundo más justo donde la riqueza esté distribuida de manera más equitativa, deben estar presentes valores sociales como la solidaridad, la tolerancia y la justicia social. Y para que estos valores estén inmersos en las futuras generaciones, será preciso educar en ellos y dejar, por ejemplo, de premiar no solo al alumno que saque las mejores notas sino también al que es capaz de ayudar a sus compañeros o trabajar en un entorno multicultural donde familia y escuela compartan acciones integradas. Estas acciones dentro y fuera del aula serán el germen de acciones de los futuros ciudadanos de la sociedad y por ello, será una labor de todos – de las familias, del sistema educativo y de los propios medios de comunicación- trabajar en una misma dirección para generalizar y normalizar un tipo de sociedad menos selectiva, individualista y deshumanizada.
Artículo de Rubén Arriazu Muñoz, columnista de este Blog (Ssociólogos)