Es lo que les enseñaron a decir en el colegio a las hijas de María, ama de casa desde hace 30 años. Tanto las propias amas de casa, como sociólogos y economistas, entre otros, reivindican la necesidad de que la sociedad lo conciba como un trabajo y deje a un lado la carga ideológica que conlleva el término y que lo denosta.
María está acelerada todo el tiempo. Revolucionada. Incluso cuando descansa, parece que tiene pisado el embrague, siempre lista para arrancar. Acaba de comer, ha recogido la mesa y ahora suena el teléfono:
— Sí, sí, puedo hablar ahora. Tengo el tiempo justo, eso sí, que tengo que ir a comprar cuatro cosas, cebollas y pimientos que no tengo, y antes de irme tengo que fregar los platos.
Todavía nadie le ha preguntado cuál es, según ella, el trabajo de una ama de casa y sin quererlo ya ha contestado.
En su congelador todo está bien colocado. Con una perfección que casi da rabia. Y nunca falta nada: «Si veo que me voy a quedar sin carne, pescado o verduras, antes de que se me gasten, compro para poder reponer», explica. Pero no con orgullo, sino suponiendo que es un denominador común de los congeladores españoles. Es malagueña, tiene 52 años y lleva casada casi 30. «Yo no decidí ser ama de casa, simplemente asumí el rol. Me quedé embarazada en la luna de miel. Sabía coser, pero no había estudiado porque a los 11 años me sacaron del colegio para trabajar en el campo. No teníamos dinero para que alguien cuidara de la niña, que además era muy nerviosa, comía muy poquito, no engordaba, siempre estábamos de médicos…», cuenta.
María duda cuando se le pregunta en qué consiste su jornada laboral. «Depende. Cuando mis dos niñas eran pequeñas pues levantarme para hacerles el desayuno, luego ventilas la casa, vas al mercadillo, haces la comida, las camas, barres la casa… Luego friegas los platos, recoges a los niños del colegio, los llevas a inglés, tiendes la ropa o la recoges, planchas», enumera de memoria, sabiendo que se deja otras tantas tareas por el camino. A pesar de realizar todas esas labores, cuando a las hijas de María les preguntaban en qué trabajaban sus padres, en el colegio les habían enseñado a decir: «Mamá no trabaja, es ama de casa».
«Ser ama de casa por supuesto que es un trabajo»
«El perfil de ama de casa es el de una mujer que busca la perfección, algo que acaba generándoles ansiedad y depresión. Si ven la tele media hora por la mañana se sienten culpables. Por ello, acaban ‘inventando’ tareas o sobredimensionando el tema de la limpieza. Solo con ocuparse de los niños, hacer la comida y un par de tareas básicas, la mayoría cumpliría con una jornada laboral de 8 horas», apunta el doctor en Psicología Esteban Rodríguez.
Pero esto no convence a todos. Ser ama de casa parece estar cada día más denostado. «El concepto tiene una carga ideológica fuerte, muchas mujeres se desvinculan de él», explica Josep Lobera, profesor de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid. Como si fuese incompatible con el feminismo, como si se tratase de un paso atrás en la independencia de la mujer. «Dedicarse en exclusiva a las tareas domésticas es una opción más entre las que tanto hombres como mujeres deberían poder escoger», responde Lobera.
El sociólogo expone en el estudio Identidad y significado de las amas de casa, que está a punto de publicar junto a Cristina García Sainz, la importancia de romper con el tópico de que el trabajo solamente existe si es remunerado y si se realiza fuera del ámbito del hogar. «Ser ama de casa por supuesto que es un trabajo», concluye Lobera. «Sin embargo, los medios son los primeros en rendir homenaje a las mujeres que trabajan fuera de casa el Día de la Mujer Trabajadora. Nunca se habla de las amas de casa», se queja María.
La activista feminista Alicia Murillo acude al discurso de las nuevas corrientes de economía feminista. Sus estudiosas, según Murillo, defienden que el trabajo visibilizado es la punta del iceberg. «Debajo del agua está la parte del iceberg que no se ve, la más robusta: los trabajos de cuidado realizados por mujeres de forma gratuita sin los que nuestra sociedad se vendría abajo», argumenta Murillo. «Un tiempo en huelga de cuidados por parte de ellas y el mundo colapsaría. Pero para eso hace falta tener conciencia de que somos una clase», añade.Actividades invisibles para el sistema pero sin las que el sistema se vendría abajo.
La desigualdad está cada vez más erosionada y las mujeres se han incorporado al mercado laboral. Pero, ¿habría sido posible sin un desarrollo industrial que propiciase un cambio social? Según el tipo ideal ‘parsoniano’ de familia, el obrero asalariado y el ama de casa cumplen funciones complementarias para asegurar la eficiencia de la sociedad y de la familia. «El desarrollo industrial no habría resultado tan exitoso si no hubiera estado soportado sobre este modelo familiar», apunta Lobera. Es decir, sin las amas de casa. Según la teoría deTalcott Parsons, cuando el sector terciario (servicios) aumenta su peso en la economía es cuando las mujeres se incorporan masivamente al mercado laboral. Y entonces este modelo familiar entra en crisis.
La escritora y profesora estadounidense Silvia Federici escribe en su libro‘Revolución en punto cero’ (editorial Traficantes de sueños) que «tras cada fábrica, oficina o mina se encuentra oculto el trabajo de millones de mujeres produciendo la fuerza de trabajo que se emplea en esas fábricas, oficinas o minas». Federici aboga por remunerar este trabajo: «Cuando pedimos un salario por el trabajo doméstico estamos creando un espacio de lucha, haciendo visible la explotación». Sin embargo, la doctora en Economía Valeria Esquivel aseguraba en la revista feminista ‘Píkara’ que dar un salario a las amas de casa «va en contra de la idea de redistribución del trabajo doméstico». «La remuneración cosifica; estaríamos cayendo en una naturalización de ese rol», añadía Esquivel.
Por su parte, Alicia Murillo argumenta que «si los trabajos de cuidado fuesen valorados y pagados en lugar de estigmatizados, las cosas serían diferentes». «Para empezar, ellos ya no tendrían problemas en trabajar en casa mientras ellas salen a trabajar fuera. Ahora no quieren porque no les apetece hacerlo gratis. Y está bien, tomemos ejemplo. Reinventemos el trabajo doméstico y hagamos que además de un trabajo sea un empleo», concluye.
Sin embargo, la economista Valeria Esquivel, aunque aboga por que todos recibamos el cuidado necesario, especifica que deben ser los instrumentos políticos los que lo garanticen: «Si la remuneración de las mujeres es menor que la de los varones, ¿quién va a estar más horas en el mercado de trabajo? El varón, porque para la misma hora recibe más ingresos». Según la teoría de Esquivel, los incentivos están hechos para que los hombres estén más en el mercado laboral y las mujeres, en los hogares. Por lo que aunque el trabajo de la ama de casa fuese remunerado, seguiría siendo algo casi exclusivo de ellas.
Cuando [Enlace retirado] se dio cuenta de queel sistema contable era capaz de anotar el precio de un biberón pero era ciego al valor del amamantamiento, se lo comentó al famoso economista John Kenneth Galbraith. Más tarde Galbraith afirmaba: «La economía tiende a contabilizar solo lo monetario. Si no hay transacción, si no hay precio, no se mide. Eso hace que el trabajo de las amas de casa quede fuera de la contabilidad de un país. Es lo que se conoce como‘deuda de cuidados’.
De doctora a ama de casa
Aunque el cambio de modelo productivo supuso un cambio de modelo familiar en el que cada vez menos mujeres decidían trabajar en el hogar,todavía las hay que por iniciativa propia o por necesidad económica optan por ser amas de casa. Según el estudio de Lobera y García Sainz, el 67% de las amas de casa españolas tiene más de 54 años y solo el 3%, menos de 35.
Blanca Nieves Sánchez tiene 58 años y durante años trabajó exclusivamente en su hogar. Ella estudió Medicina, hizo el MIR y la especialidad. Aprobó las oposiciones para médico titular y, entre medias, se casó y se quedó embarazada. Cuando nació el bebé, decidió pedir una excedencia para cuidarlo. «Las profesiones siempre están ahí, pero los hijos no vuelven a ser pequeños. Yo quería disfrutar de eso», cuenta. Su hijo Lorenzo, el mayor de los dos que tiene, reconoce que con el tiempo se ha dado cuenta de que los reproches que le hacía a su madre no eran justos: «Llegué a decirle que qué manera de tirar su vida, que si se hubiera reincorporado a su trabajo estaría ganando el doble que mi padre, que para qué había estudiado una carrera como Medicina. Supongo que, cuando uno hace una carrera, cualquier otra cosa que no sea triunfar en ese ámbito le parece un fracaso».
Elena Díaz tiene 34 años y estudió Periodismo y Humanidades. Tiene dos hijos a los que cuida día y noche. Decisión propia, sí, pero también circunstancial: «Tenía un trabajo mal pagado y frustrante. Me di cuenta de que con lo que ganaba solo pagaba la gasolina para ir y volver del trabajo y pagar la guardería del niño. Así que mi marido y yo hablamos, echamos cuentas y decidí trabajar en casa». «¿Estudié yo dos carreras para quedarme en casa?», se pregunta Elena. «No. Pero tampoco las estudié para cobrar una miseria por diez horas de curro al día», se queja. «Así que sí, esta ha sido mi decisión y nunca he tratado de imponérsela a nadie ni me avergüenza. Me fastidia mucho que me traten de ‘antigua’ o ‘antifeminista’. Una ama de casa no es menos independiente ni menos progresista por el hecho de serlo», defiende.
Un caso similar es el de Teresa Martínez. Tiene 28 años y se casó hace dos. Hace menos de un año que nació su hija, por la que decidió pedir una excedencia en su trabajo como profesora de Primaria. «Cuando digo que soy ama de casa me miran con pena o condescendencia. Parece que si no trabajas fuera de casa no eres una mujer realizada, no eres feminista. Yo pensaba que la igualdad era poder decidir. De hecho, mi marido y yo ya lo hemos hablado, que en el momento en que quiera reincorporarme al trabajo, él se encargará de la casa. Lo que tenemos claro es que queremos que uno de los dos esté con la niña, porque sí, porque así queremos criarla».
Antes de irse a comprar los pimientos y las cebollas, María pide permiso para decir una última cosa: «¿No se dice que detrás de cada gran hombre hay una gran mujer? Pues detrás de esta gran sociedad hay grandes amas de casa». La lucha ahora es que no estén detrás, sumergidas, sino a su misma altura. Visibles. Como el resto de mujeres trabajadoras.
«Porque todas las comidas se han cocinado, los platos y las tazas lavado; los niños enviados a la escuela y arrojados al mundo. Nada queda de todo ello; todo desaparece. Ninguna biografía, ni historia, tiene una palabra que decir acerca de ello» (Virginia Woolf)
Nota: Alicia Murillo resume con humor en este vídeo que hizo para ‘Píkara’algunas de las ideas recogidas en el reportaje.
Artículo de Noemí López Trujillo, visto en gonzoo.com