
La crisis abierta por el desalojo de Can Vies en el barrio de Sants de Barcelona a finales de Mayo se saldó con tres noches de Estado policial. El ruido del helicóptero sobrevolando la ciudad de Barcelona y la presencia, en diferentes puntos de la ciudad, de furgonetas de los antidisturbios del cuerpo de Mossos, más que apaciguar la situación parece haber actuado como pirómanos. En un Estado de derecho es imprescindible recurrir a la mediación y sobre todo preguntarse: ¿por qué el conflicto ha llegado en su punto álgido? Como ex profesora de mediación y policía de proximidad en el ISPC –Instituto de Seguridad Pública de Catalunya- recuerdo haber planteado como caso de simulación un proceso de “desescalada mediadora” en un conflicto okupa. Parece que la teoría no se ha querido y/o sabido llevar a la práctica. Una reflexión o autocrítica dentro del Cuerpo que habría que abordar más que nunca.

¿Por qué se produce ahora la orden de derribar el edificio okupado, después de casi dos décadas reconvertido Can Vies en un Centro Social Autogestionado? El Ayuntamiento esgrime que se ha intentado negociar hasta el último minuto, pero los afectados (y la Plataforma de Apoyo) lo niegan y denuncian que el concejal del distrito, Jordi Martí, les ha mentido, incumpliendo reiteradamente sus compromisos (como, “gestionar la suspensión del desalojo”). A estas alturas, también manifiestan que después del derribo es inviable cualquier tipo de diálogo. La fuerza y la superioridad se han impuesto. Y, esto, también es violencia. La violencia ejercida por el sistema, por el statu quo, que a veces “sin piedad” estrangula a los más débiles, todo escenificando unas relaciones de dominación.
Las redes sociales, sobre todo Twitter, también “queman” en relación con el # EfectoCanVies. Estas están llenas de las crónicas de “periodistas-ciudadanos anónimos” y de profesionales del periodismo sobre los disturbios. La noticia, sin embargo, en mi opinión, no es tanto la violencia -y sus consecuencias-, sino las causas que la han originado. A menudo nos quedamos -por más sensacionalista- con la violencia explícita (jóvenes rompiendo mobiliario urbano, tirando piedras, quemando la máquina excavadora o la furgoneta móvil de TV3, …). Lejos de pretender justificar la violencia, creo que sería oportuno interpretar la simbología de estos ataques contra entidades bancarias -como Bankia- o contra “un pensamiento único” amplificado en los medios de comunicación dominantes y convencionales. En este sentido, sin la existencia de una violencia estructural (que a menudo no se autocalifica como tal) no se puede entender la explosión en las calles de estos últimos días.
Enotras palabras, la causantede la violenciadenominada “anti-sistema” (que destruye el orden legalvigentepero, en ocasiones, éste se convierteenun ordenilegítimopor injusto) es la propiaviolencia”estructural”. Es decir,aquella queelpropiosistema(económico, político, cultural, religioso, mediático) genera. Sin lasegunda noexistiríala primera.
Hay, por tanto, mucha violencia que no es producto de una agresión física, como por ejemplo, los efectos de la reforma laboral (precariedad, la ley hipotecaria, las desigualdades sociales y la pobreza, las políticas de austeridad como los recortes en Sanidad y Educación, la gestión del que fue conseller de Interior, Felip Puig, acusando Ester Quinta de haber mentido, las palabras del ex director dimitido de los Mossos, Manel Prat, negando nuevamente que no se lanzaron pelotas de goma durante la huelga del 14N y sosteniendo con soberbia que se va “por motivos personales” y, un largo etcétera. Frente a estas “agresiones”, una parte de la ciudadanía (los más jóvenes, pero también adultos-vecinos del barrio de Sants que se solidarizan) reacciona con impotencia: algunos con ira y otros a través de medios pacíficos como las “caceroladas”.
Con el pretexto del uso del “monopolio de la fuerza” por parte de la policía se elude hablar abiertamente del fondo del conflicto. Un conflicto que deja entrever, la variable “lucha de clases”. Lo subrayo porque desde instancias políticas, algunos de nuestros representantes se apresuran en vincular esta crisis con el proceso soberanista. De igual manera, que algunos insinúan que detrás de nuevos movimientos sociales, tales como GUANYEM BARCELONAo “Podemos” son un invento de los servicios secretos españoles para desestabilizar Cataluña y tumbar “el proceso”. Así pues, la cuestión nacional sirve para todo, es monotemático. ¿Desde cuándo cuestionar la gestión policial y política se convierte en un ataque a Cataluña? Esto no quita, que el nacionalismo español utilice interesadamente la noticia para desprestigiar o debilitar nuestras aspiraciones. Pero, el gobierno de la Generalitat no debe caer en la misma trampa, porque haciéndolo se aproxima bastante al talante de su supuesto “enemigo”. Otros “opinadores” pseudolegitiman la actuación de la policía. Incluso, alguien podrían acusarles de cierta complicidad con los abusos policiales, en el momento que los justifican apelando a la siguiente idea: “Una futura Cataluña independiente no puede tener una policía de feria o angelical”. Se les ven sus intenciones: derecho a decidir sobre lo que ellos quieren, por lo demás “imposición” (sin diferir mucho de lo que sucede en la gobernanza de España).
Para finalizar, comentar que la “operación política” que hay detrás de la coronación de Felipe VI como nuevo rey de España persigue desesperadamente apaciguar el malestar social y la crisis de régimen. Pues, ¿Por qué tanta prisa en la sucesión real? ¿Cuáles son los motivos que se esconden detrás de la abdicación de Juan Carlos? La imputación de la Infanta Cristina, ¿ha podido acelerar el cambio en el trono? Y, por último, ¿qué papel jugará el nuevo monarca en el proceso catalán? El propio presidente de la Generalitat, Artur Mas, augura un rol moderador de Felipe VI y asegura que la consulta del 9N saldrá adelante “sí o sí”. Como si se tratara de una partida de ajedrez, las piezas en el tablero se han movido, siendo el Rey la primera de ellas. El tiempo nos dirá como acaba todo y si el reinado que comienza será breve, dando paso a la III República. De momento, los monárquicos se muestran nerviosos ante la creciente opinión pública republicana. Muestra de ello, han sido las órdenes políticas de censura periodística y de represión policial hacia los símbolos republicanos durante los actos de celebración de la coronación. En definitiva, la irrupción del movimiento de los Indignados (15.05.2011), en parte, ha provocado el zarandeo político que ahora estamos viviendo. El “viejo régimen”, aferrado al imaginario colectivo de la Transición, despliega una operación política para “salvar los muebles”, temerosos de aquellos que defienden una “democracia real ya”.
Estas y otras claves se pueden leer en el artículo: “La abdicación a las columnas de opinión: ¿Quién ha hecho caer un Rey?”, Publicado por Mèdia.cat, Observatorio Crítico de los Medios (06/11/2014).