
Difícil, muy difícil no haber oído hablar a estas alturas de las Smart Cities o Ciudades Inteligentes. Un concepto que supone el sueño húmedo de muchos tecnófilos que anhelan vivir en un escenario propio del cine futurista. Vivir en armonía con objetos capaces de anticiparse a problemas y predecir (o inducir) sus preferencias; que se adecúan a sus necesidades gracias a complejos sistemas de sensores con los que se comunican a través de cuidadísimos interfaces y todos, personas y objetos, son regidos por una inteligencia artificial superior. La eficiencia nos hará felices.
En torno al año 2010 comenzó el despegue de la idea de Smart City, fruto de los esfuerzos de las enormes maquinarias promocionales de grandes empresas tecnológicas como IBM, Siemens, Microsoft o Cisco. Estas empresas se lanzaron a promover un nuevo mercado, tratando de que hacer ver una nueva necesidad, la tecnología aplicada al funcionamiento urbano. Su intensa campaña de promoción ofrecía dos ideas básicas: eficiencia y modernidad.
La eficiencia es un gran argumento cuando se trata de convencer a alcaldes escasos de recursos económicos y necesitados de innovaciones que den un golpe de efecto y mejoren su imagen.
La modernidad es una premisa irrefutable a la que pocos se pueden oponer. La evolución es necesaria, si la ciudad no evoluciona deja de ser ‘competitiva’ (no termino de compartir este adjetivo para las ciudades).
Por otra parte, el término ‘smart’, ‘inteligente’, es mucho más atractivo que el de ‘tecnológica’. ¿A quién queremos convencer para que viva en una Ciudad Tecnológica? A los tecnófilos del primer párrafo y poco más.
En esta primera concepción de la Ciudad Inteligente el deporte municipal no entra directamente dentro de los planes. El atractivo para estas grandes empresas son los servicios municipales que ofrecen interesantes rendimientos económicos: el agua, los residuos, la energía, las telecomunicaciones, etc. Sin embargo el deporte va entrando poco a poco en este concepto de Ciudad Inteligente.
Por una parte, en la gestión de las grandes bases de datos ciudadanos, en las que empleando tecnologías de gestión de Big Data, se incluyen bases de datos de las personas abonadas a cualquier servicio público municipal. Por otra en la gestión de los espacios y equipamientos públicos, espacios en los que se realiza deporte y actividad física. Gracias a estas tecnologías prometen una mayor eficiencia en el empleo de recursos públicos, una mejora de eficiencia muy necesaria en la gestión del deporte municipal
La etiqueta ‘Smart’ ha tenido tanto éxito que ya casi cualquier invento es susceptible de llevarla. En este sentido, es muy gráfica la explicación que ofrece José Fariña, Catedrático de Urbanismo de la Universidad Politécnica de Madrid, que nos remite a los inventos del TBO para referirse a soluciones tecnológicas ridículamente complejas para solucionar problemas simples en comparación con ellas y nos avisa del peligro de “que las soluciones aportadas sean puras banalidades, resuelvan problemas inexistentes o compliquen más las cosas de lo que están”. Desde aquí vienen las principales críticas al concepto inicial de las Ciudades Inteligentes.
El famoso sociólogo Richard Sennet alerta del peligro de ceder la inteligencia colectiva a esa gran ¿inteligencia? artificial centralizadora ya que existe el riesgo de que estas nuevas tecnologías puedan reprimir los procesos inductivos y deductivos que usa la gente para dar sentido, a sí mismos, en las complejas condiciones en las que viven. La ciudad inteligente se convertiría entonces en una CIUDAD INTELIGENTE ESTUPEFACIENTE.
Desde el punto de vista del deporte municipal sería un gran paso atrás, desarrollaríamos un modelo deportivo basado casi exclusivamente en la oferta y el control público, sin margen de maniobra para el desarrollo de iniciativas sociales como históricamente han sido los clubes, actualmente son los grupos autoorganizados para practicar actividad física, las iniciativas comunitarias o los grupos de personas procedentes de otros lugares que se juntan a practicar su deporte.
Sin embargo, no podemos culpar a la tecnología, que no es más que un instrumento, ni desechar un objetivo tan lógico como la eficiencia. El problema no es tanto el qué, sino el cómo.
El problema de esta concepción de la Smart City no es el intento de mejora de la eficiencia, obviamente loable en sí mismo, sino las consecuencias que esta puede tener y la realidad que puede obviar y que tal vez no tenga que ver con los problemas que plantea.
Respecto a las consecuencias, el mediático sociólogo [Enlace retirado] que “el consenso que se está imponiendo —según el cual la ‘ciudad inteligente’ debe ser eficiente, libre de fricciones y gestionada por empresas de alta tecnología— resulta polémico”. Richard Sennet también habla de este enfoque centralizador y orientado a la eficiencia con el clásico término de “ ‘fordista’ – es decir, cada actividad tiene un lugar y un tiempo apropiado”. Este tipo de diseños, como el inicial de la Smart City, reducen la capacidad de desarrollo de las sociedades y las posibilidades de adecuación a las necesidades reales de las personas, reduciendo el papel de ciudadanos al de mero consumidor de servicios municipales. En este sentido, es necesario salir de la lógica centralizadora y pasar a una distribuida para diseños que creen una CIUDAD INTELIGENTE ESTIMULANTE.
Ambos abogan por un modelo descentralizado, en el que se aplique una lógica de subsistemas independientes. En la misa línea trabajan desde el equipo de Paisaje Transversal cuando abogan por un salto desde el concepto de Smart Cities al de Smart Citizens, poniendo a la ciudadanía en el centro de la inteligencia de una ciudad.
En el deporte puede resultar relativamente fácil. La cantidad y el grado de penetración que han alcanzado las soluciones tecnológicas basadas en las TIC es notable. Las aplicaciones para smartphones y las redes sociales relacionadas con el deporte han experimentado un crecimiento espectacular. Aplicando las ideas anteriores, no se trata tanto de generar un control centralizado sobre la actividad de las personas, sino apoyarse en estas redes tanto digitales como analógicas y personales para facilitar que la ciudadanía haga deporte y lleve una vida físicamente activa.
Respecto a la realidad que obvia esta concepción ‘eficientista’ de la Smart City, es que probablemente el problema actual del deporte municipal (ni el del resto de áreas de gestión de las ciudades) no sea de eficiencia. Obviamente desde una mirada cortoplacista, cuando hay que pagar nóminas a fin de mes y facturas acumuladas es difícil mirar más allá de ese plazo; pero no es el cambio que necesita el modelo de deporte municipal.
Desde hace años en numerosos foros profesionales sobre deporte municipal hay una idea que se repite: la necesidad de un replanteamiento del propio modelo. Se habla de un cambio de modelo que se oriente a las necesidades de toda la ciudadanía, tanto la que practica como la que no lo hace y a la que había que facilitarle la posibilidad de que llevase una vida activa. See plantea también la necesidad de salir de los espacios físicos habituales y entender que los espacios abiertos también son espacios para el deporte de las personas por lo que era necesario incluirlos en la gestión. Y una idea central se repite habitualmente, la necesidad de colaborar tanto horizontal como verticalmente y pasar del modelo de gestión vertical actual hacia un modelo de gestión relacional, en el que la administración asuma un papel facilitador más que de proveedor. En este sentido cobra importancia la capacidad relacional de la administración con los diferentes agentes y personas que actúan en el ámbito del deporte. La relación con clubes y asociaciones deberá profundizarse en términos de colaboración, más que en los términos actuales de financiación/subvención/control. La colaboración con otras instituciones públicas para desarrollar estrategias en ámbitos compartidos (salud, educación, movilidad…). Colaboración con la iniciativa comercial y empresarial, con quienes será necesario profundizar y ajustar las relaciones en términos de colaboración, superando los actuales modelos más centrados en la simple externalización o incluso privatización.
En definitiva, el debate del necesario cambio de modelo no se centra tanto en la eficiencia, sino en la propia figura de la administración dentro de la realidad deportiva propia de la sociedad.
El peligro del concepto tecnocrático de Smart City es obviar esa realidad, centrarse en términos de eficiencia cuando debe ser un debate sobre el rol que juegan las administraciones locales en el deporte de su municipio.
Lo positivo es que la tecnología ofrece enormes posibilidades para el desarrollo de ese modelo descentralizado, ese cambio de rol y ese protagonismo ciudadano. La capacidad de los teléfonos móviles para monitorizar e incluso estimular la práctica de actividad física. Internet como canal para la participación en las decisiones sobre servicios y equipamientos deportivos. La importancia de ambas para facilitar una ‘socialización deportiva’, generando grupos de actividad e intercambio de experiencias. El fenómeno de los ‘prosumers’ que generan contenido de valor relacionado con el deporte y que tiene grandes posibilidades de crecimiento gracias a la popularización de tecnologías audiovisuales domésticas. Todas ellas y muchas otras son importantes tendencias que permitirían desarrollar un concepto de Smart City más distribuido, democrático y adecuado a la realidad de las necesidades de la ciudadanía.
La clave estará en el cómo se utilicen las tecnologías y en no coger caminos que puedan parecer panaceas a corto plazo pero que no se correspondan con las necesidades a largo.
La tecnología debe ser parte del proceso de hacer ciudad y del desarrollo de su realidad deportiva, sin embargo debemos analizar bien los modelos tecnológicos que asumimos y el modo de implantación y gestión de los mismos si no queremos que la tecnología se convierta en el fin en lugar de la útil herramienta que puede ser.
La cuestión no es tanto cómo ser más eficiente con la tecnología sino qué nuevo rol debe jugar el deporte municipal en la ciudad y cómo aprovechar la tecnología para ello.