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Blog de Ciencias Sociales y Sociología | Ssociólogos

La actitud crítica. Una imperiosa necesidad

octubre 20, 2015

Ante las desvergüenzas de algunos políticos –a las que dediqué mi anterior artículo- y la desvergüenza de muchos ciudadanos por no avergonzarse de aquéllos y seguir votándolos, cabe plantearse el “por qué” de esa actitud de seguidismo acrítico y obediente.

espiritu critico

Fotografía captada de las redes sociales

Miremos de tratar la cuestión. Así en el tema de la obediencia apetece referirse a Erich Fromm, cuando en su obra “Sobre la desobediencia y otros ensayos” habla acerca de qué significa ser obediente a la naturaleza humana y a los fines de la sociedad humana y ser desobediente a toda clase de ídolos e ideologías políticas. Nuestro principal objetivo debería ser, todavía hoy, esa desobediencia al conformismo y la  adopción de una postura crítica contra el “sinsentido común”.

En esa línea, Fromm mantiene con ironía en su texto que “…han insistido durante siglos que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio”, sin embargo  …la historia humana comenzó con un acto de desobediencia y no es improbable que termine por un acto de obediencia” (pág. 9 Paidós 1984).

Se refería el autor a la desobediencia inicial del mito hebreo de Adán y Eva y del mito griego de Prometeo, que dieron nacimiento a nuestra civilización; desobediencia que, como otras muchas posteriormente significativas, ha  permitido la evolución humana. Desobediencias a las autoridades que trataban de amordazar los pensamientos nuevos, y a la autoridad de acendradas opiniones, según las cuales el cambio no tenía sentido.

En cuanto al acto de obediencia que terminaría con la humanidad, Fromm pensaba en la pulsación del “botón nuclear”, en aras a ideas como “la soberanía y el honor nacional”. Fromm termina puntualizando que tampoco toda obediencia es un vicio ni toda desobediencia una virtud.

Aclara Fromm que, a efectos de distingo, hay que establecer la siguiente diferencia: “la obediencia a una persona, institución o poder (obediencia heterónoma) es sometimiento; implica la abdicación de mi autonomía y la aceptación de una voluntad o juicio ajenos en lugar del mío. La obediencia a mi propia razón o convicción (obediencia autónoma), no es un acto de sumisión sino de afirmación. Mi convicción y mi juicio, sí son auténticamente míos, forman parte de mí. Si los sigo, más bien que obedecer al juicio de otros, estoy siendo yo mismo” (págs. 12,13 Paidós 1984).

Pero la distinción anterior requiere aún de dos precisiones más: ” una con respecto al concepto de conciencia y la otra con respecto al concepto de autoridad. La palabra conciencia se utiliza para expresar dos fenómenos que son muy distintos entre sí. Uno es la “conciencia autoritaria”, que es la voz internalizada de una autoridad a la que estamos ansiosos de complacer y temerosos de desagradar. La conciencia autoritaria es lo que la mayoría de las personas experimentan cuando obedecen a su conciencia. Es la conciencia de la que habla Freud y a la que llama superyo. Este superyo representa las órdenes y prohibiciones del padre internalizadas y aceptadas por el hijo debido al temor. Distinta de la conciencia autoritaria es la “conciencia humanística”; ésta es la voz presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas…justamente debido a esa ilusión de que la conciencia humanística y el superyo son idénticos… tiende a debilitar la conciencia humanística, la capacidad de ser uno mismo (de ser crítico). También debe precisarse, por otra parte, la afirmación de que la obediencia a otra persona es  siempre sumisión, distinguiendo la autoridad irracional de la racional” (págs. 13,14 Paidós 1984).

Redundando en esa falta de espíritu crítico: “aunque nuestro sistema económico ha enriquecido al hombre materialmente, lo ha empobrecido humanamente…durante sus horas de trabajo, el individuo es manejado como parte de un equipo de producción. Durante sus horas de ocio, es manejado y manipulado para que sea el perfecto consumidor al que le gusta lo que le dicen que le guste, pero teniendo la ilusión de seguir sus propios gustos (el hombre se transforma en un consumidor, el “eterno succionador” cuyo único deseo es consumir más y mejores cosas)”. ¿Quién puede desobedecer cuando ni siquiera se da cuenta de que obedece? “Todo el tiempo se le martillea con slogans, sugestiones, voces de irrealidad que lo privan de la última pizca de realismo que aún pueda quedarle. Desde la niñez se desalientan las convicciones verdaderas. Hay poco pensamiento crítico, poco sentimiento real, y entonces la conformidad con el resto es lo único que puede salvar al individuo de un insoportable sentimiento de soledad y desorientación” (pág. 93 Paidós 1984).

Y continuando en esta línea, sostiene que: “hablamos de libertad y de democracia, pero un número creciente de personas tienen miedo de la responsabilidad de la libertad, y prefieren la esclavitud del robot bien alimentado; no tienen ninguna fe en la democracia y se sienten felices dejando a cargo de los “expertos” políticos la toma de decisiones”. “El hecho es que todos coincidimos “voluntariamente”, a  pesar del difuso sistema de comunicación mediante la radio, la televisión y los diarios, sin embargo, la gente está desinformada y adoctrinada, no informada, acerca de la realidad política y social, pese a que nuestro sistema se basa (formalmente al menos) exactamente en la idea del derecho al disenso y en la predilección por la diversidad de ideas” (pág. 95 Paidós 1984).

Ciertamente la realidad actual, con sus desigualdades, ausencia de libertad efectiva, leyes que favorecen los intereses de unos pocos en detrimento de los muchos restantes, exige un urgente cambio del sistema. En relación con ese cambio -y su situación de partida- convendrá recordar ahora la famosa expresión de Gouldner: “se logra que los adversarios del sistema no puedan cambiarlo, mientras los defensores del sistema no quieren cambiarlo”.

Pues bien, deberíamos añadir, ahora, en relación con tal cambio del sistema, que existen individuos los cuales realmente “no pueden” cambiarlo (los peor ubicados socialmente) y otros que aún pudiendo (clase media), por su actitud acrítica (evidenciada antes por la cita a Fromm), ni siquiera se lo plantean, lo que aún “lo pone todo más difícil”.

Además y siguiendo ahora a Salvador Giner en su obra “El destino de la libertad” debe recordarse que “La lógica del desarrollo capitalista, junto con la de la democracia liberal, han llevado a esta prosperidad relativa de las clases medias y subalternas, sin menoscabo para las más altas, por derrame del acopio de excedentes generados por el modo industrial de producción en régimen de concurrencia e iniciativa empresarial”. (págs. 95,96 Espasa-Calpe 1987).

En definitiva, la desigualdad persiste, a pesar de la aparente mayor libertad individual y es promovida por la clase poderosa. Esa libertad individual aparente  es cuestionada, asimismo, por Victoria Camps y Anthony Giddens, en sus obras “Paradojas del individualismo” y “Modernidad e identidad del yo” respectivamente.

La modernidad  ha introducido un aparente relativismo en el pensamiento y en la manera de concebir el mundo por parte de los individuos. El ser humano, diferencia de las sociedades tradicionales o pre-modernas, se caracteriza por poder elegir su propio proyecto de vida.  Ahora bien, como pone de manifiesto Victoria Camps, en el texto antes citado, esta mayor libertad de elección de objetivos y estilos de vida (individualismo), que también reconoce Anthony Giddens, esconde una universalización u homogenización de nuestros hábitos.

Si bien es cierto que las diferentes formas de vida enriquecen las peculiaridades de la colectividad, en la práctica estas diferencias se disuelven rapidamente: el liberalismo económico homogeneiza  las culturas. El denominado pensamiento único, divulgado a todo el mundo, gracias al poder de los medios de comunicación de masas, es un referente de lo que acabamos de indicar.

Es conocida, al respecto,  la expresión de Noam Chomski “la porra es a la dictadura lo que los media (propaganda) a la democracia“. Y ciertamente los mass media  cuando amplifican una verdad, omiten otra (que consecuentemente deja de existir), o informan de medias verdades o directamente mienten, crean estados de opinión, alarmas, etc, que no necesariamente se ajustan a la realidad, y que provocan demandas de la ciudadanía que oportunamente recogidas son satisfechas con medidas ya deseadas a priori por quienes controlan el poder y esos medios (y que obviamente favorecen sus intereses), generando la ilusión de que tales demandas han nacido de la iniciativa ciudadana, lo que resulta de una tremenda perversidad. El ciudadano cree elegir libremente su decisión y en realidad está decidiendo lo que otros interesadamente desean que decida, como ya comentaba nuestro amigo Fromm. Parece que una actitud acrítica, de abulia o de seguidismo de lo mayoritario, impide romper ese sistema. Así se explica en el ámbito penal –por ejemplo-que nuestra sociedad reclame mayor dureza en las penas cuando nuestro país es de los más bajos en el ratio de delitos y de los más altos en el ratio de internos y de duración del cumplimiento, en relación con los de nuestro entorno. Así se explica también esa facilidad en hacer dejación de derechos que han costado mucho conquistar, en aras a una seguridad frente a no se sabe bien qué. Eso lo conocemos de sobras

Volviendo a Guidens,  para él existen individuos que piensan que la libertad de elección supone una carga y buscan consuelo en sistemas de autoridad más amplios. La tendencia patológica en este extremo da lugar a una preferencia por el autoritarismo dogmático. Una persona que se encuentra en esta situación no es necesariamente un tradicionalista, sino que renuncia substancialmente a sus facultades de juicio crítico a cambio de las convicciones que le proporciona una autoridad, para encontrar respuesta a los aspectos de su vida, con esa sumisión y renuncia a su libertad.

Por su parte,  Victoria Camps refiriéndose a las “paradojas” de la modernidad, trata básicamente las del individualismo, y pone en evidencia el enfrentamiento de dos afirmaciones:

La afirmación de un individuo autónomo e independiente frente a la afirmación de un individuo que se deja inducir por las fuerzas, intereses o grupos más dominantes. Elegir no es un acto libre, sino una obligación condicionada por los imperativos del mercado, ello respecto a bienes materiales, pero extendido a los espirituales. Por tanto la autonomía individual es uno de los elementos más importantes que ha aportado la modernidad, al permitir a cada individuo la forja de su identidad, distinguiéndose del grupo. No obstante, en la actualidad según Victoria Camps, nos hallamos ante  grandes amenazas en relación al ejercicio de la autonomía.

Así, el sujeto es cada vez más, un individuo menos capaz de distanciarse de las identidades impuestas por su sociedad: las modas, publicidad, medios de comunicación, etc. que suministran esas identificaciones, anulando en último extremo las creatividades personales. Por otro lado, el segundo peligro es el miedo a la autonomía, en si misma. Ese  miedo a la libertad y a ser autónomo en nuestras acciones se explica, según estos dos autores, por asociar el concepto de libertad al de ausencia de normas, sin relacionarlo con la capacidad de gobernarse a si mismo. Ser autónomo es ser libre en sentido positivo. Es el mismo miedo a la “libertad para” expuesto por Fromm.

Tanto Camps como Giddens ponen énfasis en esta idea: hablar de multiplicidad de elecciones posibles no supone necesariamente que todos tengan acceso a ellas, habida cuenta de las desigualdades económicas existentes. Victoria Camps al evidenciar la apatía del ciudadano respecto a la política, evitando también aquí usar su libertad, mantiene que “La tiranía de la mayoría encubre, pues, un doble engaño: la minoría no tiene nada que hacer en una democracia, y la mayoría no es lo que parece, sino la capacidad manipuladora de quienes realmente mueven los hilos de la política. Todo ello revierte en la segunda gran miseria de la democracia: la indiferencia y el desinterés por la política, el déficit de democracia. Tanto la tiranía de la mayoría, como la manipulación de esa mayoría o la indiferencia hacia el juego político, son defectos de la democracia que pueden y deben ser atacados directamente, con políticas y actuaciones dirigidas a escuchar a las minorías -a detectarlas, primero-, y a interesar a la gente en los asuntos políticos.

Pero hay otra miseria, la última a la que voy a referirme, cuyo tratamiento es mucho más difícil y amenaza, además, con convertirse en una razón de peso a favor de la indiferencia: la democracia es el sistema de gobierno más justo, si bien no garantiza resultados justos” (págs. 82, 83 Crítica 1993).

En tanto ese sistema democrático no se perfeccione, en su nombre no cabrá dar todas las respuestas. Ese sistema es profundamente injusto. Perfeccionar el procedimiento democrático significa, en primer lugar, fijar los criterios fundamentales de la justicia distributiva, con tal de que ningún ciudadano se sienta excluido del reparto de los recursos.

Por tanto, la denominada -por Victoria Camps- tiranía de la mayoría se habría de intentar combatir integrando a las minorías en los órganos de poder y repartiendo éste más justamente. Además debería lucharse contra la indiferencia ciudadana fomentando la cooperación, a partir de un diálogo y una consulta más continuada.

En opinión de Anthony Giddens, la vida social moderna empobrece la acción individual pero incrementa la apropiación de nuevas posibilidades. De nuevo la paradoja. Es obvio que se ha avanzado respecto a sociedades anteriores. La nuestra es una sociedad alienadora, pero al mismo tiempo los seres humanos “pueden”, si su desidia, y manipulación se lo permiten, reaccionar frente a circunstancias sociales injustas que consideren opresivas. Se ha avanzado respecto a sociedades anteriores aunque no todo lo que parece. Así, por ejemplo, la comunicación, paradigma de nuestra cultura moderna es un concepto equívoco. Por un lado designa la facilidad informativa, mediante la cual podemos conocer más acontecimientos, pero por otro lado las nuevas tecnologías de la información no han favorecido una comprensión más fructífera entre los humanos. Se informa –con un receptor pasivo-, no se comunica, y se informa, de forma interesada, con una tal falta de elementos de contraste, que resulta general e insatisfactoria

En referencia a esta contradicción entre mayor libertad y menor uso de la misma, no podemos dejar de reproducir a Erich Fromm, ya citado, y su obra “El miedo a la libertad”:

“…Pero, si bien en muchos aspectos el individuo moderno ha crecido, se ha desarrollado mental y emocionalmente y participa de las conquistas culturales de una manera jamás experimentada antes, también ha aumentado el retraso entre el desarrollo de la libertad de y el de la libertad para. La consecuencia de esta desproporción entre la libertad de todos los vínculos y la carencia de posibilidades para la realización positiva de la libertad y de la individualidad, ha conducido, en Europa, a la huida pánica de la libertad y a la adquisición, en su lugar, de nuevas cadenas o, por lo menos, a una actitud de completa indiferencia.” (pág. 59 Paidós 1981).

“…Parece que la democracia moderna ha alcanzado el verdadero individualismo al libertar al individuo de todos los vínculos exteriores. Nos sentimos orgullosos de no estar sujetos a ninguna autoridad externa, de ser libres de expresar nuestros pensamientos… El derecho de expresar nuestros pensamientos, sin embargo, tiene algún significado tan sólo si somos capaces de tener pensamientos propios…”. (pág. 266 Paidós 1981).

Y siguiendo aún con Fromm:“…El hombre moderno vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando, en realidad, desea únicamente lo que se supone socialmente ha de desear”. (pág. 278; 1981 Paidós).

Por su parte Elisabeth Noelle-Neumann defiende en su obra “ La espiral del silencio”  mantiene que “la mayor parte de las personas se unirán al punto de vista más aceptado, aún cuando estén seguros de su falsedad” (pág. 60 Paidós 1995) lo que demuestra que pocos individuos confían en sí mismos lo suficiente, como para mantener su criterio, aun al precio de ser “diferentes” al resto; Noelle-Neumann cita la descripción de Tocqueville: “temiendo el aislamiento más que el error, aseguraban compartir las opiniones de la mayoría”.

Existe pues una cierta necesidad de mostrarse de acuerdo en público con los otros, en definitiva, de imitarles. No en vano es ese también un mecanismo de aprendizaje. El problema aparece cuando en etapas más avanzadas de la socialización, esa necesidad anula la capacidad de crítica en público y  nos lleva a adhesiones automáticas o, como mínimo, nos sume en el silencio. Y así las cosas, ¿dónde está la opinión sincera y sensata de la mayoría?

Parece que el temor al aislamiento de los individuos pone en marcha la espiral del silencio (guardar en silencio la verdadera opinión, adoptando sumisamente la expresada por la mayoría). Y ese temor o miedo es considerable. ¿Estamos de nuevo ante el miedo a la libertad evidenciado por Fromm, con las contradicciones entre conciencia de libertad/sumisión inconsciente, conciencia individualista/disposición inconsciente a dejarse influir, conciencia de poder/sensación inconsciente de impotencia?

Ciertamente, el orden vigente es mantenido, en parte, por ese miedo antes citado  al aislamiento y por la necesidad de aceptación, que eliminan en gran medida las actitudes críticas para con aquél. Recuérdese, a su vez, que la sociedad amenaza con el aislamiento, a los individuos desviados –por su temor a los cambios-

Quizás todo lo anterior pueda explicar esa desvergüenza popular de muchos ciudadanos –demasiados tal vez- por no avergonzarse de la situación actual –como decíamos al inicio- y criticarla abiertamente.

El espíritu crítico debe imperar por tanto y romper así esas cadenas. Como mínimo para no sonrojarnos al mirarnos al espejo. Que ya es, en sí, un buen motivo.