
Economía alternativa, consumo solidario, economía social, redes de consumidores…
Muchos son los términos que nos vienen a la cabeza cuando se menciona la palabra Economía Colaborativa.
Ante tal abundancia de conceptos la confusión está garantizada. Pese a ello el auge de estas tendencias queda patente en los datos macroeconómicos.
Airbnb (compañía dedicada al alquiler de habitaciones entre particulares) ha sido valorada en 10 billones de dólares por encima de muchas cadenas hoteleras internacionales (Macduling 2014). Amovens (empresa que pone en contacto a conductores particulares que con pasajeros, gestionando viajes compartidos por un determinado precio) creció un 1700% en 2013 (Blázquez 2014). La plataforma de crowfunding Kickstarted ingresó en 2014 la cantidad de 850 millones de euros impulsando diversos proyectos (Sucacas 2015)…
Una mirada sociológica al asunto basta para ser consciente de la lucha simbólica que surge en el momento de nombrar, definir y categorizar cualquier hecho o fenómeno social (Bourdieu 1985). Una lucha simbólica entre grupos sociales que pugnan por imponer su representación colectiva de la realidad en ese ámbito en concreto. En otras palabras, cada uno intenta definir el nuevo concepto cómo le conviene.
El caso de la economía colaborativa no es una excepción.
Pregúntele a un liberal acérrimo. Rápidamente exaltará las virtudes del mercado y le hablará de una nueva forma económica que busca escapar de toda regulación, guiada por la mismísima mano invisible de Adan Smith.
Pregúntele a determinados grupos de izquierdas. Le contestarán que el capitalismo está llegando a su fin, que la solidaridad es la nueva forma económica del siglo XXI, potenciada en gran medida por las nuevas tecnologías.
¿Cuánto de verdad hay en éstas afirmaciones?
¿Es la solidaridad el factor clave del surgimiento de la economía colaborativa o más bien estamos ante una nueva ampliación del capitalismo?
¿Realmente existen una serie de formas económicas que se puedan agrupar bajo el nombre de economía colaborativa?
Según los teóricos de la materia sí existen un conjunto de actividades con características en común que se identifican bajo el nombre Economía Colaborativa. Es definida por Botsman y Rogers (2011) como:
“Una economía construida sobre redes de distribución que conecta individuos y comunidades de manera descentralizada en oposición a las instituciones económicas asentadas, transformando como producimos, consumimos, nos financiamos y aprendemos”
Sin embargo esta definición general no logra resolver la dicotomía entre solidaridad y mercado, adolece de una visión profunda que nos permita integrar dentro de un mismo concepto fenómenos tan diferentes como Airbnb, los bancos de tiempo, blablacar, las monedas sociales…
La sociología nos aporta herramientas clave para poder superar la esta dicotomía. La clave está en preguntarse no sólo que está pasando sino por qué.
Desde la perspectiva posmoderna podemos situar a la sociedad en un proceso de cambio enmarcado en un doble proceso de hipermodernización y reactualización de los valores tradicionales. Las progresivas tendencias de secularización e individualización conducen al individuo a una crisis espiritual, surgiendo nuevas formas de moralidad de manera descentralizada, en una reactualización de los valores tradicionales (Iranzo 1996, Bericat 2003).
La economía colaborativa podría entenderse desde esta corriente de pensamiento. Estaríamos hablando de una nueva forma económica que se asienta en dos procesos entrelazados. Por un lado la evolución de un mercado de masas tradicional a uno individualizado debido en gran medida a las nuevas tecnologías de la información. Por otro lado la descentralización de la producción y el surgimiento (o re-surgimiento) de redes de solidaridad entre consumidores.
Dos serían las claves en éste proceso, un cambio de valores (una progresiva individualización y mercantilización de la sociedad unida a una búsqueda de valores tradicionales que propicia un resurgimiento de redes de solidaridad) y las facilidades que dan las tecnologías de la información.
Podríamos decir que la economía colaborativa se basa en una mercantilización de la solidaridad, en la medida que recupera formas económicas tradicionales basadas en redes comunitarias y les aplica la lógica del mercado capitalista actual.
La dicotomía de opinión por parte de la opinión pública muestra en cierto modo que ambas características están presenten a la vez en ésta forma económica. Por mucho que pueda chocarnos el binomio solidaridad-mercado no tienen por qué ser contradictorio, y eso demuestran cada día millones de usuarios en Airbnb, blablacar, amovens, Kicktarted…..
Bibliografía
Blázquez, S (2014). “El móvil desafía el uso del coche”. El País. Recuperado de: http://economia.elpais.com/economia/2014/11/19/actualidad/1416425394_185420.html
Bericat, E. 2003). “Fragmentos de la realidad social posmoderna”, Revista de investigaciones sociológicas, 102 (03): 9-46.
Botsman, R. y Rogers, R. (2011). What’s mine is yours: how collaborative consumption is changing the way we live. London: Collins.
Bourdieu, P. (1985). La fuerza de la representación. A: Bourdieu, P.¿ Qué significa hablar.
Iranzo, J. M. (1996). “Ecologismo y religión civil: Ética y política en la modernidad avanzada”, Política y sociedad 23: 173-192.
McDuling, J (2014). “Airbnb doesn’t even own a bed, but its backers think it’s more valuable than Hyatt”. Quartz. Recuperado de: http://qz.com/190432/airbnb-doesnt-even-own-a-bed-but-its-backers-think-its-more-valuable-than-hyatt/
Sucacas, L (2015) “Kickstarter ingresa 850 euros por minuto en 2014”. El País. Recuperado de: http://tecnologia.elpais.com/tecnologia/2015/01/08/actualidad/1420671983_082323.html