
¿Por qué el pensamiento liberal no tiene el mismo calado en la cultura política actual en comparación con el marxismo? En esta pregunta albergamos una paradoja: si bien el liberalismo habita con más fuerza en el discurso político actual, nutriendo a gobiernos de los principales Estados desarrollados como Canadá y Francia, resulta ser el marxismo el que logra demostrar más fuelle entre los movimientos sociales.

Las tres principales preocupaciones del liberalismo son: ¿cómo evitar las revoluciones? ¿cómo evitar los totalitarismos? ¿cómo evitar la violencia? Pensadores como Raymond Aron o Isaiah Berlin se encargaron de transformar los imaginarios sociales sobre figuras como Robespierre o Lenin, revolucionarios que cambiaron el curso de la historia de la democracia. Hay fundamentalmente dos fracasos del liberalismo que me atrevería a sostener que lo dejan fuera de juego, y que explica que no haya logrado el éxito ideológico que tuvo el marxismo.
El primer fracaso es moral. El liberalismo sostiene que la naturaleza humana es egoísta, que la tendencia natural es a desarrollar libremente los intereses propios y que, naturalmente, como se explica desde el pensamiento económico, los individuos en tanto que agregaciones individuales y no conformaciones sociales, tendemos al orden, la estabilidad o al equilibrio. En cambio, las corrientes marxistas plantean que no es suficiente que los individuos rindan cuenta solo ante ellos, cuestión que ha transformado la igualdad jurídica sobre la base de las insolvencias morales del liberalismo en la dirección en que los únicos derechos reconocidos y garantizados son los de propiedad y libre cambio.
De ahí que el éxito moral de Marx haya recaído sobre el siguiente argumento: El Estado (liberal) es la administradora de los intereses políticos y económicos de la burguesía. Y, en consecuencia, las leyes operan sobre los consensos morales de las élites nacionales e internacionales. De este modo, el marxismo y todo el movimiento político-social progresista plantea que las decisiones individuales se encuentran necesariamente determinadas por los consensos sobre lo que socialmente definimos como justicia. La crisis climática, las desigualdades sociales, los crímenes machistas en sociedades patriarcales, y los privilegios de clase (piénsese en la monarquía) son hechos sociales que acontecen en un clima político, jurídico-institucional, dominado por la precariedad moral del liberalismo. Pero, al mismo tiempo, son estos cuatro problemas sociales estructurantes de las sociedades contemporáneas las que están articulando y dinamizando a los movimientos sociales.
El segundo fracaso es analítico. El liberalismo sostiene que los acontecimientos históricos son el resultado de las acciones individuales de los sujetos históricos. Las revoluciones, la violencia y el totalitarismo es la consecuencia de la locura de líderes políticos y caudillos intelectuales como Robespierre y Lenin. Así se ha construido el relato intelectual de la historia universal. Podría seleccionar ciegamente un texto y comprobarlo: “El leninismo”, ópera prima de Richard Pippes. “La traición de la libertad: seis enemigos de la libertad humana” de Isaiah Berlin o la “sociedad abierta y sus enemigos” de Popper. Y como dicen los angloparlantes, “so on”. Que los acontecimientos de nuestra historia sean atribuidos a ciertos protagonistas históricos tiene como consecuencia que, si aplicamos el análisis contrafáctico, y ponemos el ejemplo de Lenin como el oportunista que tomó el poder por asalto para liderar una dictadura del proletariado con una fuerza política minoritaria. Quitando a Lenin y manteniéndonos en la era Kerenski ¿Habría acontecido los mismos hechos? Es una pregunta que el liberalismo no está en condiciones intelectuales de responder. En cambio, los marxistas en lugar de caer en el solipsismo ofrecen una explicación más realista: la realidad imperialista en la primera guerra mundial, la masiva proletarización de la sociedad, los impulsos nacionalistas y las crisis del sistema capitalista entre 1919 y 1929 son mecanismos mucho más razonables para explicar la violencia, el totalitarismo y las revoluciones.