
Esta publicación forma parte del artículo de Emilo Lamo Espinosa llamado “La Sociología en España desde 1939”. Se recoge los puntos más importantes del trascurso de esta ciencia social en España, llegando a la actualidad. Se ha divido este documento en tres partes, siendo esta entrada la segunda parte. La primera parte aquí: La sociología española antes de la guerra civil.
II. LOS PIONEROS: SOCIÓLOGOS SIN SOCIEDAD; SOCIÓLOGOS SIN INSTITUCIONES
Toda la tradición del pensamiento y la investigación social de la Restauración y la República, incluida la escuela de Ortega y Gasset se eclipsó a raíz de la Guerra Civil para renacer sólo a partir de los años cincuenta. Las Universidades fueron depuradas y tanto Ortega como sus principales discípulos tuvieron que emigrar, si bien realizaron una importante labor en los países de acogida. Son los «sociólogos sin sociedad» -como los denominó Gómez Arboleya- cuya influencia sobre la teoría social española será mínima hasta bien entrados los años sesenta. Pero la labor de Medina Echevarría en México y Puerto Rico, la de Recasens Siches en La Casa de España (más tarde El Colegio de México) y la Universidad Nacional Autónoma de México, o la de Francisco Ayala en Argentina, sirvió para sentar las bases de sociologías propias en dichos países. Cuando en los años setenta comience la liberalización del franquismo, sus obras serán recuperadas y ejercerán, entonces sí, una notable influencia. A destacar dos textos de Ayala, el Tratado de Sociología (12) y sobre todo su Introducción a las Ciencias Sociales (13), de la que se hicieron numerosas ediciones.
Pronto empezará, sin embargo, otra emigración científica, esta vez de jóvenes nacidos antes o durante la Guerra Civil, y educados después, que no encuentran en España ni el ambiente ni la posibilidad de continuar sus investigaciones. Ignacio Sotelo en Berlín, Esteban Pinilla de las Heras en París o Salvador Giner en Gran Bretaña, continuarán la tradición de emigración en los años sesenta y setenta.
Mientras tanto sólo Enrique Gómez Arboleya (1910-1959) mantenía en España el interés por la sociología y ello en un ambiente claramente hostil en el que se miraba con recelo una ciencia social empírica que parecía minar el normativismo clásico iusnaturalista. De la posición oficial y ortodoxa sobre la sociología da una idea la siguiente cita de Larraz.
«La incapacidad de la sociología empírica para fundar una preceptiva social es manifiesta. La necesidad de una filosofía social, de un Derecho natural, ha quedado patentizada después de siglo y pico de sociología. Contra la opinión de Max Weber el derecho natural clásico se mantiene enhiesto» (14).
Además, el papel de la investigación empírica era muy distinto aquí y fuera, adquiriendo en España tintes críticos de los que carecía en otros contextos. Como señaló acertadamente José Vida¡ Beneyto:
«La sociología ha surgido en España como un movimiento espontáneo, de abajo arriba y en contra de una resistencia casi general a su efectiva incorporación a la vida intelectual del país. Esta resistencia parece apoyarse en la desconfianza, casi miedo, respecto a la capacidad descubridora, o simplemente clasificadora, de la sociología. En un medio habitualmente opaco la simple función analítico-descriptiva de las ciencias sociales se percibe como proclamación de lo reprimido o de lo silenciado, casi como voluntad de denuncia… Mientras en todas partes el resultado de la actividad sociológica es casi siempre una confirmación del statu quo, en nuestro país, por el contrario, sociólogos y sociología parecen tener un aire de peligrosidad progresista» (15).
En ese ambiente de recelo, cuando no de clara desconfianza, sorprende positivamente la liberal acogida a la sociología que prestó el Instituto de Estudios Políticos bajo la dirección e impulso de Javier Conde (16). En su Seminario de Sociología (dos años de sociología y uno de especialización) se reuniría la plana mayor de los intelectuales de la época que darían más tarde impulso indirecto a la sociología (así, J. Díez del Corral, Gómez Arboleya, Jiménez de Parga, M. Terán, J. Bujeda, Caro Baroja, C. Ollero, J. A. Maravall, y E. Tierno Galván) (17).
Pero con Gómez Arboleya comienza la re-fundación de la sociología española y a él pueden remontarse las dos escuelas de teoría social que competiría en los años sesenta y setenta: el funcionalismo (y el empirismo a él vinculado), de una parte, y la teoría crítica, marxista o en todo caso europea, de otra, corrientes que trataba de sintetizar en un esfuerzo titánico y doloroso. Aún cuando Gómez Arboleya, desde su cátedra de Granada primero y de Madrid después ejerció una impresionante labor de formación, sin duda más relevante que sus publicaciones, estas son de gran calidad y finura. El único volumen que llegó a publicar de su magno tratado de teoría sociológica, Historia de la estructura y el pensamiento social: hasta finales del siglo XVIII (18), es aún uno de los escritos más vigorosos, originales y eruditos de la sociología española y sin duda puede compararse con las mejores investigaciones de historia de la teoría social.
La división de la sociología mundial en los años de la guerra fría y a dificultad de la síntesis intentada por Gómez Arboleya se manifiesta en los avatares de dos de sus discípulos, ambos formados en los Estados Unidos. Uno de ellos, Salustiano del Campo, discípulo de Fraga y formado en el Instituto de Estudios Políticos, importaría de los Estados Unidos la teoría social funcionalista como cobertura teórica para una ciencia social orientada a la investigación empírica (19), vinculándose así con la sociología conservadora católica española (la de Severino Aznar). Otro de los discípulos de Gómez Arboleya, Salvador Giner, se orientaría hacia la teoría social crítica desarrollando una extensa labor editorial enraizada en el pensamiento social europeo con efectos relevantes en la sociología española e internacional (20).
La sociología española de los años setenta, al igual que la mundial, aparece así bifurcada en estas dos grandes orientaciones teóricas, de las que los dos citados anteriormente son sólo un ejemplo. Así, y en la vertiente empírica-liberal, habría que incluir nombres como los de Juan Linz -discípulo de Javier Conde-, sin duda el sociólogo contemporáneo español que ha ejercido más influencia desde su cátedra de Yale, o Francisco Murillo, heredero en Granada de la tradición de Gómez Arboleya y cabeza de una importante escuela de sociólogos y politólogos. Mientras que en la línea de pensamiento crítico (próxima siempre al marxismo) deben citarse los de Luis González Seara o Carlos Moya en la Universidad Complutense o Juan Marsal en la de Barcelona. Todos ellos han ejercido una notable influencia no sólo desde sus cátedras respectivas. Así, de Juan Linz derivan los sociólogos bien conocidos ya como A. de Miguel, José Castillo, J. Cazorla, y J. J. Toharia. De la cátedra de Murillo emergerá la llamada Escuela de Granada en la que debe citarse a José Jiménez Blanco, Juan Díez Nicolás o Miguel Beltrán y a Carlos Moya pueden vincularse los nombres de Víctor Pérez Díaz, José María Maravall, Jesús Ibáñez o Emilio Lamo de Espinosa. Por supuesto, en algunos casos estas vinculaciones son personales más que científicas, pero dan una idea de la estructuración comunitaria y de las sensibilidades de la sociología española de la época.
Debe destacarse no obstante que la común oposición de unos y otros hacia la dictadura franquista, y la inquina de ésta hacia la sociología en general, generó un ambiente de colaboración personal no exento de oposición teórica entre ambas escuelas.
No obstante, la mayor parte de la sociología de los años cincuenta y sesenta tenía una orientación más teoricista que investigadora y, cuando se orientaba en este segundo sentido, lo hacía con un carácter práctico y de muy cortas miras. De ahí, la relevancia de los Informes FOESSA, que deben destacarse como la prueba de madurez de la sociología española. Efectivamente si en el primerInforme sociológico sobre la situación social en España de 1966 Amando de Miguel demostró su alta profesionalidad, ya en el segundo (1970) y bajo su dirección, son una pléyade de investigadores los que colaboran, consiguiendo realizar una excelente investigación, quizá mejor incluso que el tercer Informe (1975) en el que cada parte se encargó a un investigador y resulta menos coordinado y por ello más dispar. Conjuntamente (21) constituyen aún el mejor análisis realizado sobre la realidad española y sólo cabe lamentar que no hayan tenido continuidad. Como señalaba recientemente Juan Linz,
«pocos países han tenido estudios sobre la sociedad en sus más diversos aspectos comparables a los iniciados por la Fundación FOESSA, que pueden servir de modelo para la sociología en muchos países en algún momento de su incorporación a la tarea sociológica» (22).
Su valor es, pues, no sólo político -la «demagogia de los datos»- ni tampoco histórico -primer análisis completo de la realidad española-, sino propio y sustantivo. Con ellos la sociología española da, por vez primera en su historia, el paso desde la teoría y la filosofía social a la sociología propiamente dicha. Además, y esto tendría con el tiempo una enorme importancia, al calor de los Informes FOESSA se formarían en las técnicas de investigación un conjunto de sociólogos que más adelante impulsarían estas tareas en el sector público, pero también en el privado.
N O T A S
(12) Editorial Losada, Buenos Aires, 1947, 3 vols.
(13) Editorial Aguilar, Madrid, 1952.
(14) J. LARRANZ: «Un esquema crítico de la sociología», Revista Internacional de Sociología, 24 (1948), 40.
(15) S J. VIDAL BENEYTO: «Coloquio sobre la sociología imposible», Triunfo, citado por A. DE MIGUEL: Sociología o subversión, op. cit., p. 196.
(16) Y que los siguientes directores del Instituto, Emilio Lamo de Espinosa y Manuel Fraga, mantuvieron.
(17) No es, pues, del todo acertada la afirmación de Salvador Giner de que «se partía de un sórdido y desolador cero» (S. Giner, op. cit., p. 67). Aparte la labor del Instituto de Estudios Políticos y la del propio Arboleya habría que señalar la presencia de Ortega y su escuela, que indirectamente (a través de Julián Marías, José Luis López Aranguren y, sobre todo, Paulino Garagorri) impulsó el desarrollo de las ciencias sociales.
(18) Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1957. Véase también de GOMEZ ARBOLEYA la colección de estudios publicada después de su muerte: Estudios de Teoría de la Sociedad y del Estado, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962.
(19) Véase, a este respecto, su memoria de las oposiciones: La sociología científica moderna, lnstituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962.
(20) A destacar entre sus publicaciones, las siguientes: Historia del pensamiento social, Ariel, Barcelona, 1967; Sociología, Península, Barcelona, 1969, sin duda uno de los libros de texto más utilizados en la Universidad española en los años setenta; y, El progreso de la conciencia sociológica, Península, Barcelona, 1974.
(21) A ellos habría que añadir el Informe sociológico sobre el cambio político en España, 1975-1981, dirigido por J. J. Linz.
(22) J. J. LINZ: «Epílogo», en Sociología en España, op. cit., p. 388.