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Siempre he sentido curiosidad sobre cómo se ha llegado a la situación actual de reparto de trabajo remunerado y no remunerado. Me refiero al recorrido social e histórico que se ha producido en nuestra sociedad hasta llegar a una realidad: la carga de trabajo doméstico y de cuidados que soporta la mujer[1]. Esta curiosidad se vio saldada con la investigación de mi tesis doctoral.
Empecé a buscar información sobre este reparto en las sociedades más antiguas que se tenía constancia. Y encontré que había dos antropólogos, Murdock y Provost (1973), que realizaron un trabajo etnológico donde recogían información sobre el reparto de tareas en más de 100 civilizaciones. Esas civilizaciones existentes se suponían similares a la nuestra en el pasado, los resultados de estos investigadores muestran como la clave del reparto del trabajo entre hombres y mujeres está en la maternidad y en los trabajos de cuidado de las mujeres hacia sus hijos.
Aseguran que la mujer queda vinculada al recinto del hogar y a sus alrededores próximos por su condición de madre y cuidadora que les hacía más vulnerables a los peligros lejos del hogar. En ningún caso la razón del reparto es la fuerza física de los varones y niegan que estos sean los grandes proveedores de sustento, ya que los alimentos producidos o seleccionados por las mujeres contribuían en gran medida a la comunidad, la única diferencia era que su espacio de trabajo estaba cercano al lugar donde se habitaba.
Burton, Brunder y White (1976) y más tarde Burton y White (1984) basándose en el los primeros antropólogos citados encuentran los mismos resultados: al tener que dedicarse al cuidado y alimentación de sus hijos la mujer queda limitada a ciertas actividades no muy alejadas del hogar y no demasiado peligrosas. Al igual que Wood y Eagly (2002) que concluyen que el comportamiento diferenciado entre hombres y mujeres viene como consecuencia de las capacidades reproductoras de la mujer y de los aspectos sociales y económicos de cada sociedad. En un trabajo más reciente Marlowe (2007) muestra como los trabajos de recolección de las mujeres son más compatibles que otros con la reproducción y el cuidado de niños.
Por tanto podemos decir que aunque las particularidades de cada sociedad hacen que el reparto de las tareas concretas no sea universal, sí lo es este principio de evitación del riesgo para la mujer.
Una vez sabido esto me pregunté, bien ¿y cómo ha ido evolucionando esta situación hasta la actualidad? Encontré unos trabajos interesantes sobre sociedades preindustriales concretas[2] que aportaban información sobre el cambio o permanencia del reparto de trabajo por sexo dentro de la familia. Ya sabemos que en todas las sociedades preindustriales estudiadas los trabajos de cuidado, de reproducción o maternales (en cada investigación los nombran de una manera) los realizan las mujeres. Además las mujeres también realizan trabajos de producción (tareas que quedan más cerca del hogar o las que se pueden interrumpir más fácilmente por si en un momento dado tenían que atender los menesteres de cuidado). Por ejemplo en estas publicaciones está demostrado que las madres destetaban a sus hijos de forma distinta en unas poblaciones que en otras dependiendo de la necesidad de movilidad que tuvieran. También se hacían cargo de las aves de corral y de ciertos aspectos de la confección textil como el hilado que se puede hacer dentro de la casa. Las actividades de cuidado que requerían desplazamiento eran realizadas por los varones o recibían ayuda de ellos.
Es importante señalar que una tarea puede ser considerada apropiada para un sexo en un espacio y momento concreto y sin embargo si se cambia de escenario social se la puede considerar impropia. La división más o menos rígida de trabajos depende en gran medida, según estas investigaciones, del grado de autosuficiencia. Por ejemplo en poblaciones con tareas muy estacionales (la siega en el antiguo Egipto) se necesitaban todas las manos posibles para el trabajo, después de ese periodo hombres y mujeres volvían sus trabajos diferenciados por sexo.
Al llegar a la industrialización nos encontramos que la mujer trabaja tanto de manera remunerada y como en trabajos propios de la maternidad. Sin embargo a partir de ahora las tareas de producción se realizan más alejadas del hogar por lo que se produce, en mi opinión, una separación más notoria de estos dos tipos de trabajos. Y además empieza a desarrollarse desde un punto de vista económico, social, político e incluso legislativo los ideales de la mujer ama de casa y del salario único para el varón de la familia.
Sin embargo hay que decir que este ideal sólo se convierte en realidad en la medida que los países y las familias de clase media se lo pueden permitir, incluso depende del desarrollo del modelo económico, el comportamiento del mercado de trabajo, las formas laborales… pero se puede decir que en los países europeos de nuestro entorno se ha tendido en mayor o menor medida a que los trabajos de cuidados se desarrollaran dentro de las familias por las mujeres que quedaban fuera del trabajo remunerado.
Como ya he dicho y comprobé en mi tesis no en todos los países se observa la misma actitud hacia los trabajos domésticos no remunerados. Pfau-Effinger (1998) ha identificado varios modelos diferenciados de sistemas de género en Europa occidental basados en, primero: “ideales culturales a cerca de la división sexual del trabajo, las principales esferas de trabajo para mujeres y hombres, la valoración social de esas esferas y el modo en que están construidas las dependencias entre hombres y mujeres”; segundo: “la construcción cultural de las relaciones entre generaciones, es decir, la construcción de la niñez, la maternidad y la paternidad”.[3] Y desarrolla el concepto de contrato de género que, entre otras cosas, identifica la forma en que se reparte el trabajo por sexo.
A parte del tipo de contrato de género existen otros elementos que explican sobre todo el diferente comportamiento de varones ante el trabajo doméstico según cada país. Siguiendo a Lewis (1992), la idea de Estado de Bienestar debe incluirse en la relación que se establece entre trabajo remunerado y trabajo no remunerado. Sostengo que un modelo económico-social que distinga fuertemente entre trabajos públicos y privados y subraye la figura del varón sustentador hará que la participación por género en los trabajos domésticos esté también muy marcada, en cambio en el marco de un sistema más igualitario el reparto del trabajo del hogar también debería serlo.
Partimos de la clasificación de Esping-Andersen (1990) de los tres Estados de Bienestar: Conservador, Liberal y Socialdemócrata, después se incluyó a los países del Sur de Europa. El concepto de Estado de Bienestar hace referencia al tipo de Estado que cubre las necesidades de todos sus individuos, y este autor los clasifica según la naturaleza y el alcance de estas prestaciones. Según Esping-Andersen debido a la historia política de cada país: en cuanto a movimiento de la clase obrera, estructura de la clase política y legado histórico (51) se ha llegado a un modelo distinto de Estado de Bienestar que es la forma actual de cada Estado. Estas formas específicas de Estado pueden y de hecho intervienen en la vida social en general.
El desarrollo y la combinación de las distintas políticas estatales y también los diferentes tipos de relaciones de género llevan a la diversidad de comportamientos que hablaba anteriormente. Así, Duncan (1999) habla de ‘genderfare’: mezcla de género (gender) y Estado del Bienestar (welfare) como nuevo concepto de estudio. Así llega a este esquema[4]:
En 2006 se publicó en EUROSTAT “How is the time of women and men distributed in Europe?”[1]. En ella se hace una comparación del uso que hombres y mujeres hacen de su tiempo en 15 países, y por tanto se puede observar el reparto del trabajo doméstico por género. Las conclusiones de este trabajo son muy claras “Aunque los patrones de uso del tiempo son en general bastante similares en toda Europa, se pueden observar algunas diferencias interesantes entre hombres y mujeres y entre los países estudiados”[2]. En general las mujeres dedican más tiempo que los varones a las tareas domésticas, sin embargo en países como Suecia y Noruega las diferencias son muy pequeñas mientras que en España, Italia o Hungría (entre otros) las diferencias pueden llegar al 200%.
La información más reciente que he encontrado en el momento de escribir este artículo es un estudio de dos Universidades de EEUU donde en una investigación con 13 países concluyen que incluso en los países más igualitarios de su muestra las mujeres son todavía las responsables de la mayoría del trabajo del hogar[3].
Así ha quedado, pues, saldada mi curiosidad acerca de este tema. Observando como la desigualdad de hoy en día tiene sus raíces en la maternidad. Y teniendo el convencimiento de ser una situación injusta.
Bibliografía.
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[1] http://epp.eurostat.ec.europa.eu/portal/page/portal/product_details/
[2] Traducido del inglés: “Although patterns of time use are generally quite similar throughout Europe, some interesting differences can be observed between women and men and between the countries surveyed”.
[3] Geist, C. y Cohen, P.H. (2011). ‘Headed Toward Equality? Housework Change
in Comparative Perspective’. Journal of Marriage and Family. 73 (August 2011): 832 – 844
[1] Puedo hacer esta afirmación por los resultados obtenidos en mi tesis doctoral “La participación del varón en el trabajo doméstico no remunerado” . http://rua.ua.es/dspace/bitstream/10045/27366/1/Tesis_Ripoll.pdf
[2] Pude localizar trabajos sobre sociedades prehistóricas (Alarcón, 2007), en Mesopotamia o Egipto (García, 2005), sociedades latifundistas en la década de 1930 en España (García Muñoz, 1991), familias campesinas de Chile (Gavilán, 2002), poblaciones que viven en las montañas en el antiguo régimen (Moreno Fernández, 2002), hasta los primeros momentos de la industrialización en el País Vasco (Arbaiza, 2001).
[3] Traducido de Pfau-Effinger (1998)
[4] En Duncan y Edwards (1999) se desarrolla una búsqueda para establecer las distintas formas de reparto del trabajo de cuidado no remunerado (con consideraciones distintas al modelo de varón sustentador). Parten de la idea de Hirdmann (1990), que no se ha podido consultar por estar escrito en alemán, que dice que después del periodo de la I y II Guerra Mundial se tuvo que llegar a un acuerdo entre hombres y mujeres en el reparto del trabajo. En países donde existían unas relaciones de género más igualitarias surgió un reparto más igualitario y viceversa. Finalmente Duncan y Edwards se quedan con el esquema expuesto sin profundizar más en cada uno de los contratos de género.