
Hoy en día en Barcelona se está debatiendo entre los principales círculos de los movimientos sociales y los partidos que apuestan por la recién bautizada ruptura democrática, la posibilidad de gestar una confluencia de actores que propicien candidaturas de integración a las próximas elecciones municipales. Si ya la CUP, desde principios de año lleva trabajando públicamente en esta dirección, con sus Trobades Populars Municipalistes, recientemente se ha presentado el proyecto Guanyem Barcelona, ‘iconizado’ por Ada Colau y con el apoyo explícito de movimientos vecinales, Procés Constituen, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca y partidos como Podemos, ICV-EUA o Partido X. Hace unas semanas, me picó la curiosidad y decidí asistir por primera vez en mi vida a una asamblea política, la que precisamente impulsa la CUP, invitado por un amigo. Mi intención no iba más allá de la de alimentar mi libertina inquietud sociológica por los nuevos fenómenos políticos que llevan surgiendo, cuanto menos, desde 2011. Inquietud aún más intensa por tratarse de Barcelona, la ciudad en la que trabajo y referente en todo el Estado español en procesos de vanguardia política.
En un ambiente de efervescente ilusión por la novedad, con una sensación colectiva de tener por delante todo por hacer, se debatieron en pequeños grupos un amplio abanico de temas, muchos de ellos con un eco identificable en ámbitos diversos de la respuesta ciudadana a los desmanes del poder en los últimos años. Cuestiones como la transparencia, la extensión y generalización de asambleas de barrio y consultas populares periódicas, el control ciudadano de la agenda política, la auditoría pública de los presupuestos, la posibilidad de revocar los cargos públicos, la elección directa de los regidores por distritos, la necesaria guerra ciudadana contra los poderes fácticos de la ciudad, etc., fueron muchos de los asuntos que con más insistencia se pusieron sobre la mesa. Todos apuntan con claridad a la acción política en un horizonte de democratización de los procesos de toma de decisiones públicas y de acceso y control ciudadano de la información y de los cargos públicos. Ante el proceso de precarización social, el diagnóstico y el tratamiento es claro: más democracia o, mejor dicho, una democracia mucho más real y directa.
Está claro que este recetario no es propio ni de la CUP, ni de sus Trobades Municipalistes, ni de su portavoz en el Parlament, David Fernàndez, ni del grupo promotor en Barcelona. Es un recetario cocinado no hace mucho, entre interlocutores que comparten poco más que su heterogeneidad. Una suerte de convergencia entre innumerables visiones distintas del ‘funcionamiento social’, de las prioridades éticas, de sus interlocutores y, sobre todo, de identidades políticas (dígase poco más que ‘formas de llamarse y definirse’). Parece que a partir del 15 de mayo de 2011, los avances discursivos y programáticos de las sensibilidades políticas españolas que quieren representar o, mejor dicho, hacer oír los intereses de las clases no privilegiadas por una estructura socio-económica europea que, con piel de cordero, no ha cesado de hacer crecer las desigualdades desde los años setenta, sobre todo al Sur y, aún mucho más, al sur del Sur; desde una disparidad de ámbitos en el bando de los ‘des-empoderados‘, parece haberse encontrado el punto en común de la lucha por la democracia. Es evidente que, en nuestra sociedad que se quiere llamar contemporánea, las capacidades de acción política ciudadana están más que limitadas, aún más teniendo en cuenta los inconmensurables talentos e ideas que se están quedando en el camino por la falta de oportunidades y el cierre social que ejercen unas élites cada día más poderosas e igual de corruptas que siempre. Bajo mi punto de vista, la hoja de ruta del popularmente conocido como “movimiento 15-M”, con toda la improvisación que se quiera achacar, ha trazado su senda, al puro estilo de los poemas de Antonio Machado, recorriendo el camino al andar pero, eso sí, cimentando la calzada con la máxima de que no hay forma de acabar con la corrupción como pieza angular del sistema político oligárquico que nos ha traído a la actual situación, que con procedimientos democráticos trasparentes.
La reunión propuesta por la CUP, a parte de estar dedicada a -más que discutir- pulir los mecanismos democráticos que se quieren proponer a la ciudadanía para subvertir el orden político municipal de Barcelona, tenía el cometido de debatir un proceso de confluencia con otros agentes políticos y del tercer sector de la ciudad. Principalmente dirimir si es o no posible conformar una candidatura conjunta entre su propuesta y la de ‘Guanyem Barcelona’. Si en todos los territorios y naciones del Estado español, el 15-M da el pistoletazo de salida al proceso de consenso político sobre los problemas del país y el camino para cogerlos por los cuernos, los resultados de las elecciones europeas del pasado mayo, han abierto la veda de la acción, de las vías para construir las bases sólidas del cambio. Para los ilusionados, el momento está al alcance de un empujón, para los militantes, su experiencia les impulsa a intuir que esto sigue siendo una carrera de fondo, para los más escépticos estamos ante un engañabobos, para los decepcionados esto no es sino más de lo mismo y para los despistados, la inmensa mayoría, ya va siendo hora de algo nuevo, radicalmente diferente, genuino, accesible y contundente.
Sea como sea, pero, sobre todo, sea para quien sea, como bien señala Manolo Monereo, la esperanza de que el cambio político en favor de las clases no privilegiadas por el régimen del 78 es posible, de que está en nuestras propias manos, de que depende de la propia organización ciudadana, es una fuerza social, un imaginario tan potente, que va más allá de las firmas políticas particulares, más o menos antiguas, como podrían ser IU, la CUP, Podemos, ICV, el Partido X, Equo, o como se llame. El impulso reside en la capacidad para unir a las fuerzas comprometidas con la transformación democrática y traducirlas en una propuesta ‘político-electoral-social’ capaz de disputar la hegemonía a los partidos turnistas, su entramado de poderes fácticos y su red clientelar y servilista. Porque en el mundo de la política, tanto institucional como mundana, honesta, oscura o villana, al igual que en el deporte, el arte o la filosofía, ‘tener razón’ no conlleva triunfar. Para ello, quizás, hace falta la necesaria humildad para empatizar con quienes lo hacen posible. Y estos son, en el caso que nos atañe, la ciudadanía ‘des-empoderada‘ y nuestros compañeros y compañeras de luchas y fatigas.
Ni camisetas, ni banderas, ni siglas, ni metáforas manidas y más que engañosas -como el binomio izquierda-derecha-, ni libros de cabeceras, ni manuales de marketing político serán capaces de aprovechar la oportunidad que tenemos delante para subvertir la situación de esperpento social que vivimos. Esto solo lo podrá hacer la astucia de convertir la fuerza democrática de la ciudadanía en poder político al servicio de sus legítimos intereses. No comprender esto, tal vez, hará caer a muchos en la dimensión de la ‘prescindibilidad’ y en la marginalidad desde donde tienen hoy en día la oportunidad de salir para aportar al cambio toda su buena fe. ¡Bienvenidas y bienaventuradas las decisiones que hagan a nuestro pueblo más capaz y menos subordinado!
*El artículo es la continuación de otro publicado en mi blog hace unas semanas