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Blog de Ciencias Sociales y Sociología | Ssociólogos

Biopolítica post-15-M, ocaso del bipartidismo y auge social de Podemos

noviembre 10, 2014

Durante mis años de estudio en el programa de Doctorado en Psicología Social, en la Universitat Autònoma de Barcelona, descubrí en más o menos profundidad el concepto de ‘biopolítica‘. Muy sintéticamente, en la obra de Michel Foucault, la biopolítica hace referencia al ejercicio del control de los seres humanos sobre el curso de la vida en un entorno social. El control y desarrollo de los cuerpos, los hábitos, la identidad, la nacionalidad, el ‘cosmopolismo’, la etnicidad, el género, la sexualidad, la clase, etc., son procesos que participan muy intensamente en el transcurso vital de las personas. Desde luego, en el quehacer cotidiano todos estos no son aspectos que se puedan restringir al ámbito de la libertad íntima, sino que se encuentran claramente condicionados a normas, leyes, empatías, tecnologías, situaciones laborales, ambientales, y un buen puñado de circunstancias que dependen de ámbitos que se nos escapan del control íntimo e inmediato de nuestra vida. El ejercicio del poder en una comunidad política, es decir, aquellas que se rigen por un ámbito normativo común, es determinante a la hora de hacer vivir de una u otra manera a las personas que la constituyen. Este fundamento básico de la Sociología y la Ciencia Política, contribuyen a destacar el concepto de ‘biopolítica’ como una herramienta muy útil a la hora de entender, por ejemplo, por qué la mayoría de las conversaciones cotidianas entre la gente de a pie suelen versar dentro de los márgenes de la política, ya se hable del último partido de fútbol, de lo aprovechado que pueda llegar a ser tu cuñado, lo inadecuadamente que iba tal o cual persona vestida para el último evento o el perjuicio a la salud pública que puedan constituir los recortes presupuestarios por culpa de la deuda externa.

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Pero en los últimos años y más intensamente en los últimos meses, el plano más institucional de la política, aquel al que se refieren los medios de comunicación, el de los presidentes, los sistemas electorales, el del derecho a decidir, los problemas de desigualdad, o el de la corrupción, el de la crisis económica, etc., parece que está de moda en toda una infinidad de ámbitos. Los prime time televisivos son ocupados por tertulias y reportajes políticos, las conversaciones entre amigos y familiares se inundan de debates sobre la deuda externa, las ‘tarjetas black’ de los cada vez más conocidos consejeros de entidades bancarias, de leyes hipotecarias, de la posibilidad de reformar o redactar una nueva Constitución, y un sinfín de temas completamente residuales en la parrilla de hace muy poco tiempo. Hasta el videojuego de más éxito de los últimos años, el Grand Theft Auto V, se basa en una profunda reflexión política de la sociedad americana y (mal)llamada occidental. El grueso de las preocupaciones, planteamientos, iniciativas y debates surgidos, en el caso español, de aquel 15 de Mayo de 2011, catalogados en su momento de poco menos que utópicos, ingenuos o perroflautistas, fueron calando y corriendo como la pólvora hasta cristalizarse hoy en día en algo así como en el argumentario que marca la agenda mediática del juego de la política institucional. 

Si hace tres años, en un movimiento espontáneo de colectivos ciudadanos, muchos de ellos activistas, otros no tanto y otro tanto de primerizos, el fenómeno del 15-M funcionó como una especie de toque de campana y de atención hacia propios y extraños sobre la urgencia de constituir un frente social capaz de frenar el rumbo suicida que había tomado Europa y la necesidad de poner en evidencia el desastre social en el que había derivado el orden político español fundado en 1978 (por poner una fecha…). A partir de ese momento se puso sobre la mesa de forma contundente el debate sobre la decadencia de un orden político que se había instaurado supuestamente con intenciones de concordia social y que se ha convirtiendo en un sistema de perpetuación ‘clientelar’ de muchas de las prácticas caciquiles heredadas del Franquismo. Tres años de gobierno de Mariano Rajoy ha convertido el debate en evidencia, certificada por la mayor ola de imputaciones políticas en casos de corrupción de la historia de España. 

Recuerdo que a principios de este año, mucha gente solía preguntarse por qué no se evidenciaba un estallido social de indignación como el que surgió en 2011 ante el escenario claro de desfachatez de los (i)responsables de la toma de decisiones públicas de este país. Parecía como si, aunque se hubieran solidificado, las consignas del 15-M hubiesen caído en saco roto. Después de las elecciones europeas del pasado 25 de mayo, en cambio, parecen haberse re-configurado las expectativas en cuanto al rumbo futuro político del país. Durante las últimas semanas [Enlace retirado] y el CIS confirman la caída de los dos partidos estatales mayoritarios hasta la fecha y estiman un ascenso meteórico de ‘Podemos’, la formación política que parece reproducir con mayor eficacia el grosso modo de los modelos participativos y las propuestas de aquel fenómeno político espontáneo de hace poco más de tres años. Este hecho también denota que la batalla discursiva la continúa ganando el 15-M y subiendo, su diagnóstico (“no nos representan”, “son una casta”, “gobiernan para las minorías”, etc.) se asienta y sus recetas y orientaciones estratégicas inundan el argumentario de las conversaciones cotidianas de cada vez más gente: más democracia, trasparencia, accesibilidad y popularización de la práctica deliberativa de las decisiones públicas. Parece que, tras años de discusión y zozobra, se hubiera encontrado el brazo institucional de aquella expresión ciudadana. La regeneración interna de las fuerzas del régimen actual (PP, PSOE, CiU, CC, PNV, UpyD,…) se va quedando sin banquillo (tanto en personas públicas, como en masa social que les apoye), sin capacidad de liderar la vanguardia discursiva, como parecían hacer hasta antes de la crisis, y sin estrategias claras más allá del “más vale malo conocido que bueno por conocer” y de acusar de ‘populistas’, ‘filo-etarras’, ‘telepredicadores’ o ‘radicales’, al puro estilo ‘perroflauta’ hace tres años, a quienes traten de insinuarse contra las condiciones políticas que ha impuesto la Troika y lo que muchos ya nos hemos a acostumbrado también a llamar ‘la casta’. 

Quizás la clave para entender el cambio de rumbo que pueda dar la política institucional española y Europea en los próximos meses y años tenga mucho que ver con lo que aporta entender la vida humana bajo la óptica de la biopolítica, como una red de relaciones de carácter político que condicionan la existencia, la identidad y, como antes comenté, un montón de procesos que, a priori parecen íntimos pero que tienen que ver con el ejercicio del poder. Tal vez, una de las claves para entender la fuerza que ha adquirido el contrapoder re-fundado tras el 15-M es el triunfo que supone para las clases populares españolas tomar conciencia que la mayoría de los problemas estructurales de su vida se generan en un sistema político que funciona en contra de su condición, dificultando el ascenso social y cerrando filas entre un conglomerado de familias y profesionales que se esfuerzan cada día por asegurar su posición, haciendo caso omiso a las leyes, si ello lo requiere. Hace tres años se negoció públicamente un relato que está ayudando cada vez más a entender la realidad colectiva de los problemas que ha agravado esta incesante crisis económica y social. Un relato que ha transformado el desánimo y la resignación en hambre de dignidad como pueblo. A lo mejor, por muchos calificativos más o menos prepotentes que se puedan inventar, les será extremadamente difícil parar un proceso en el que la ciudadanía busca acercar cada vez más la política institucional a sus vidas para ejercer su derecho a decidirlo todo, su derecho a equivocarse y rectificar y su deber de tomar las propias riendas de su vida y de ayudar activamente a construir un mundo, por muy inmediato que sea, infinitamente más justo.