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La historia que voy a contar ocurrió en España hacia 1937, niños huyendo de una guerra en busca de una vida mejor. Historias e imágenes que hoy se repiten en las fronteras europeas, familias que huyen de un conflicto bélico en buscan un país que les acoja.
En las últimas semanas los medios de comunicación tienen conmocionada a la opinión pública por la oleada de refugiados procedentes de Siria, gente que huye de una situación de guerra en busca de un modo de vida mejor o simplemente en busca de una vida.
La imagen de miles de refugiados en espera de poder cruzar hacia la Europa deseada, conmueven a la Europa “libre” y defensora de los derechos humanos, mientras sus gobiernos permanecen impasibles haciendo cálculos sobre cuántos refugiados podrá acoger cada uno de ellos y cómo van a realizar el reparto.
Lo que voy a contar aquí no es la historia de una guerra, ni de bandos, ni de vencedores y vencidos. Es la historia del desarraigo, de la soledad, de la huida, de niños huérfanos en un país extraño. Niños inocentes que no entienden de colores ni de ideas pero que sí saben lo duro que es dejar un país, una familia, una cultura y sentirse solos y desprotegidos en mitad de un mundo que no les pertenece.
Corría el año 1937 y España se encontraba inmersa en una guerra civil que dividía al país en dos bandos a día de hoy irreconciliables. Hubo un bando ganador; sí, hubo un bando perdedor; también, pero yo creo que ambos bandos perdieron una parte de sí en el camino.
Esta es la historia de tres hermanos, el pequeño de ellos no tenía más que dos años y el mayor, seis. Su padre estaba desaparecido entre los combatientes del ejército rojo. Probablemente se encuentre en alguna fosa común junto otros compañeros y fallecidos en la batalla. El tío de los pequeños, también combatiente del ejército republicano, se ve obligado a escapar del país ya que su vida corre peligro y emprende la huida camino a Francia llevándose consigo a su cuñada y sus tres sobrinos.
El destino era Francia, donde tenían conocidos, pero las cosas no siempre salen según lo planeado y durante el trayecto la madre enferma y es ingresada en un hospital en Barcelona al tiempo que el tío recibe un disparo que le lleva también a ser hospitalizado impidiéndole continuar viaje junto a sus sobrinos.
Los niños solos, huérfanos en medio de una guerra, son recogidos por la Cruz Roja donde e inician el camino hacia Bélgica, su nuevo destino. El trayecto lo realizaron en camiones junto a otros niños y serían repartidos por diferentes ciudades para ser acogidos por familias dispuestas a darles un poco de calor humano.
El mayor de los tres es el que más recuerdos tiene del viaje. Cuenta como cada cierto tiempo iban parando los camiones y les daban comida y agua; como él dejó de ser un niño para pasar a ser el responsable de sus hermanos, demasiado pequeños para esto, si es que alguien es lo suficientemente mayor para ello. Cuenta como tenía que estar pendiente de ponerse en la misma cola que sus hermanos, para no separarse de ellos, cada vez que hacían un recuento y les distribuían en los diferentes camiones. Nadie se paraba a preguntarles si iban juntos y él debía encargarse de mantener unidos a los hermanos.
A veces, sus hermanos permanecían en el camión mientras él tenía que bajar en busca de comida y tenía que correr para evitar que le dejasen en tierra o le cambiasen de vehículo.
No recuerda cuánto tiempo tardaron en llegar a Charleroi (Bélgica) pero al mayor le había parecido una eternidad. Allí, aquellas familias que habían decidido acoger a uno de estos pequeños miraban entre los niños para elegir con cuál se quedaría.
En un momento de despiste el mayor pierde de vista a su hermano pequeño y mientras le busca desesperadamente, ve como una familia está mirando para su otro hermano. Corre y abraza a su hermano mediano, llora desconsolado, pero nadie le comprende, nadie habla español y él no habla francés. No quiere soltar a su otro hermano por miedo a perderle también. Finalmente, una mujer que hablaba algo de español llega a comprender que ambos niños son hermanos, y la hermana de la mujer que quería acoger al mediano, decide acogerle a él. De esta forma ambos pudieron quedarse en Charleroi, sino el mayor debía continuar viaje hacia otra ciudad donde estarían otras familias dispuestas a acogerles.
El mayor tardo un tiempo, varias semanas, en aprender suficiente francés como para llegar a explicar a su familia de acogida que había perdido a su hermano pequeño. Su nueva familia estuvo preguntando hasta que consiguieron enterarse que el pequeño había sido acogido por otra familia en una ciudad no muy lejos de Charleroi.
Cuando consiguieron encontrar al pequeño y reunir a los tres hermanos, ya había pasado un tiempo y el pequeño había aprendido incluso a cantar en Wallon*. Desde entonces los domingos las tres familias se juntaban a merendar para que los tres hermanos pudiesen estar juntos.
Durante el tiempo que vivieron en Bélgica tuvieron que aprender otra lengua, otra cultura, pero también una nueva religión, el protestantismo. Con el tiempo aquella era su vida, y sus familias de acogida eran sus únicas familias. Los dos pequeños no recordaban nada de España y crecían felices desconocedores de su pasado, el mayor recordaba constantemente su país.
Permanecieron allí durante siete años, mientras su madre en España no tenía noticias de ellos, y permanecía sin saber si estaban vivos. Cuando regresaron, reclamados por su país, el pequeño ni siquiera sabía hablar español, y el mediano a duras penas. Regresaron a una tierra pobre, o al menos para algunos, donde tuvieron que trabajar para ayudar a la familia. A su regreso su madre se había vuelto a casar y pronto habría nuevas bocas que alimentar.
Os preguntaréis si esta historia es real o no, si narra una mezcla de imágenes actuales o pasadas unidas con un poco de imaginación. Os diré que los niños de la historia son los de la fotografía y el pequeño de ellos era mi padre, los otros dos mis tíos. Hoy, ninguno de ellos está vivo y a través de este post quiero recordar su drama, no muy distinto al de tanto niños y no tan niños que se ven obligados a abandonar su país por diferentes motivos.
Muchos de aquellos niños refugiados de nuestra guerra volvieron a España, otros se quedaron allí o fueron adoptados por sus familias de acogida. Mi padre y sus hermanos regresaron a su país, aunque a veces se podía leer en sus ojos cómo echaban de menos su Bélgica del alma, aquel país que les había dado una infancia y acogido entre sus brazos. Aquellos niños regresaron a un país que era el suyo pero que les era desconocido, regresaron con una madre que ni siquiera conocían, una legua que ya no hablaban y una cultura diferente. A veces creo que aquellos niños se quedaron en Bélgica, allí dejaron su infancia y se convirtieron en hombres en el momento de regresar.
Ayer fuimos nosotros quienes huíamos de una guerra en busca de una vida, hoy son otros quienes envían a sus niños en busca de refugio a una Europa que sienten como protectora. No podemos cerrar los ojos ante esta situación, no se trata de una crisis migratoria sino de una crisis de humanidad.
Nota:
Estoy reuniendo datos sobre todos aquellos niños y sus dramas para conocer más sobre la situación y ¡quién sabe!, quizá llegue a escribir un libro sobre la historia de estos niños, que también forma parte de mi historia. Si alguien que lea esto conoce datos sobre aquellos niños refugiados, o tienen algún familiar que haya vivido aquel viaje puede ponerse en contacto conmigo al correo slosada@puntojonbar.org y ayudarme a reunir más datos sobre nuestros niños de la guerra.
* Wallon.- es una lengua románica que se habla en el sur de Bélgica, en las provincias del Brabante, Valon, Liej