
El reciente debate sobre la oportunidad o no de que la chiquillería acudiese a recibir a sus Majestades los Magos de Oriente con “farolillos independentistas” (al lucir la “estelada” catalana) me ha recordado un texto que, bajo el título “Identificación de los verdaderos valores en conflicto ante la toma de decisión”, formaba parte de unos apuntes que redacté como docente, relativos a la deontología profesional pero que entiendo cabe aplicar en general.
Deseo utilizarlo aquí como preámbulo a la cuestión que nos ocupa, lo cual –además- me permite tratarlo de nuevo ya que lo entiendo de interés.
Decía que cuando ha de tomarse una decisión en base al sentir ético, en definitiva en base a la valoración ética que nos merecen las distintas alternativas posibles, es del todo crucial que afloren los verdaderos elementos en conflicto, a los efectos de adjudicarles a ellos -y no a otros, que pueden “camuflar a los verdaderos”/”distraer nuestra atención de los verdaderos”- el “valor” que nos merecen, y con ello decidir cuál sea el mas preciado.
Es obvio que de no “saber ver” cuáles son los verdaderos valores en conflicto, la decisión vendrá ya viciada desde el origen. Y ello es válido tanto para decisiones con componente ético como sin él.
Sin embargo, no resulta en la práctica tan fácil esa tarea. Vivimos en una sociedad que se caracteriza por el encubrimiento de las verdades, por debates “ficticios” en la superficie que se guardan muy mucho de atacar realmente el fondo de la cuestión, etc.
Así, a modo de ejemplo, se debatió, en su día, sobre “lo tremendo” que resultaba el hecho de que un condenado por asesinato accediese a un cargo representativo de libre elección, sin debatir en absoluto la cuestión de que a todo aquel que se presente a una elección -y al margen de si la sentencia condenatoria que se le imponga lo deba inhabilitar o no para ello- deberán votarlo para que sea realmente elegido, y por tanto el verdadero debate estaría en sede de ¿”por qué” tantas personas votan a un individuo con esas características? y no tanto por qué tiene él la “osadía” de presentarse a la elección.
Vivimos en la sociedad de la “desinformación” y de la manipulación; ello nos aleja en ocasiones del conocimiento profundo y real. También en ocasiones nuestra propia “cobardía”, nuestro famoso “miedo a la libertad” evidenciado por Erich Fromm, nos hace evitar esa búsqueda de las verdades reales.
Recordemos de nuevo que, según la teoría crítica de la Escuela de Franckfurt, con el control informal se manipula al individuo; así la manipulación de la conciencia consiste en que se niega al individuo el conocimiento de la manipulación de su conciencia. Se priva así al individuo de disponer de sus capacidades de libertad por esta manipulación, que le da la “ilusión de una libertad aparente”. Para ello debe vehicularse una formación/educación que lleve al conformismo político, al infantilismo colectivo con exclusión de actitud crítica, ante la aceptación de la “apariencia de bienestar común”. A ello contribuyen enormemente los mass-media actuales.
En un entorno así, no resulta fácil, como se ha dicho, identificar los auténticos valores en conflicto/subyacentes, a la hora de tomar decisiones/formarse opinión. Por ello no basta con una buena entereza moral –en supuestos de posicionamientos éticos-, sino que siempre deberá existir, además, una capacidad de análisis suficiente para “localizar” esos bienes en debate. Solo entonces la decisión tomada, puede tener unas reales posibilidades de acierto.
A las dificultades anteriores para la toma de decisiones acertadas hemos de añadir, lo “duro” de enfrentarse a la opinión de la mayoría, al defender esos valores ya desenenmascarados. Sea como fuere, tan solo podremos ser realmente fieles a nuestro sentir, si no nos dejamos llevar por pensamientos “prefabricados”, si somos críticos, si -en definitiva- ejercitamos un “pensamiento autónomo”. Y sobre la necesidad de un pensamiento crítico ya me expresé en un articulo anterior bajo el título “La actitud crítica. Una imperiosa necesidad”
Convendría insinuar, a través de varios ejemplos notorios (aborto, eutanasia, etc.), una posible metodología para deslindar los valores aparentes de los que real y verdaderamente subyacen en esas diversas problemáticas, y ello permitiría su extrapolación aproximada a cualquier otro tema frente al que debamos decidir, lo que redundaría en una mejor toma de postura.
Así por ejemplo, en el tema del aborto no existe un conflicto entre matar (el feto es vida) y no matar (el feto carece de valor), aunque ese es el modo simplista de plantear la cuestión, sino que mas bien existe un conflicto entre dos valores positivos: el de la vida y el de la libertad. Confirmémoslo pensando en ello, profundizando en ello, separando lo accesorio de lo fundamental. Veamos:
Iniciemos ese camino intentando buscar puntos de coincidencia entre las posturas contrarias. Si los hallamos, el núcleo verdadero de la cuestión no se hallará en esas coincidencias, que por tanto dejarán de formar parte del debate, simplificándolo y centrando ya los aspectos fundamentales. Se trata de un método, entre otros, de eliminación de aquello irrelevante, por neutro, en todo conflicto: los puntos de coincidencia.
Centrándonos en el ejemplo del aborto, incluso los pro-elección (mejor que pro-abortistas, dado que más que estar a favor del aborto en sí, están a favor de la idea de que incumbe a la mujer embarazada, y solo a ella, el decidirse por el aborto o el no aborto) no sostienen que la vida del feto carece de valor, y en eso coinciden con quienes defienden la vida del feto, por encima de la libertad de la madre, y son contrarios a las prácticas abortivas.
Prueba de ello es que tanto los pro-elección como los contrarios al aborto, considerarán siempre una tragedia el hecho de que, por ejemplo, una mujer embarazada sea atropellada por un conductor imprudente, y que logrando salvar ella su vida, pierda no obstante el feto. Está claro pues, que el feto es entendido como valioso por todos.
El problema por tanto no se centra tanto en si el feto es o no valioso, lo es; la cuestión verdadera es si el valor del feto es mayor o no al de la libertad de elección de la madre. Una vez ahí podremos tomar una posición “decidiendo” entre los verdaderos valores encontrados.
De forma similar podemos tratar de analizar otros conflictos evitando así tediosos debates que a nada conducen despistándonos de lo importante, y poder centrarnos en lo que es vital.
En base a todo lo anterior pasemos a la cuestión de los famosos farolillos, en el bien entendido de que aquí se respeta tanto a quien tenga un lícito deseo de independencia como a quien lo tenga en el sentido contrario, pues la cuestión no es esa.
El encendido debate se produjo entre quienes mantenían lo normal y oportuno de fomentar el uso voluntario de tales farolillos en la cabalgata de reyes y quienes lo consideraban inadecuado en ese evento en que los protagonistas eran los pequeños.
Vaya por delante que, en mi opinión, justificar una u otra postura en base a que en otras cabalgatas de otros territorios se produjese o no algo similar no es acertado, pues la incorrección puede producirse en varios lugares y ello no la convierte -per se- en corrección. A lo sumo permitiría cuestionar una crítica interesada al supuesto catalán, en la medida en que no existiese aquella respecto a los otros lugares en que un hecho de similar significado se hubiese producido.
Tampoco entiendo que el debate real deba bascular sobre el “adoctrinamiento” o no de los infantes. Personalmente estoy a favor de que desde la niñez los ciudadanos participen en manifestaciones y eventos que, honestamente explicados por sus mayores –con respeto a la libertad y mostrando pros y contras de las otras posiciones-, les formará en la democracia y en el compromiso. “Formación” que no “adoctrinamiento” es del todo necesaria. El tema será quizás el “donde” /”cuando” realizarla.
Asimismo, creo que tampoco reside la cuestión en que si hay niños desfilando con legionarios o junto a toreros, también pueden llevar farolillos con una estelada. Al margen de que -y como se dijo- si esas participaciones militares o taurinas fuesen incorrectas, con ello no harían correctas otras incorrecciones.
Entiendo que todas esas argumentaciones que se han vertido en los media y redes sociales no permiten aclarar nada.
Opino que los farolillos “independentistas”, los desfiles con legionarios, etc. pueden ser del todo correctos o no serlo tanto. La cuestión es otra. Y de esa no se habla tanto. Resta mas oculta.
Quizás la cuestión estriba en que cuando los niños van a desfiles militares se sabe a lo que van (al margen de su oportunidad o no), y lo mismo ocurre cuando se va a una manifestación independentista, etc.
Pero, quizás solo quizás, algunos de los que asisten a una cabalgata de reyes piensen que, debido a los controvertidos farolitos, les están colando algo que ahí no tocaba.
Pienso que ese es el tema, el dónde y el cuándo. El resto son fuegos de artificio. Y es sobre ese tema y no otro sobre el que debiera centrarse el debate.
Fuente: naciodigital.cat