
Están siendo reseñables las diferencias entre los planteamientos demostrados por algunos países como Bélgica, Holanda o Estados Unidos a la hora de tratar a pacientes con coronavirus de una avanzada edad, sobre todo en contraste con países como España e Italia donde los ancianos parecen tener una posición muy diferente.
A España, que solicitaba junto a Italia al resto de países europeos la mutualización de todo aumento de deuda pública asociado a la crisis del coronavirus, no sólo, se le dio la negativa por respuesta por parte de países como Alemania, sino que además tuvimos que ver como el ministro de economía holandés Wopke Hoeksta, compareció ante la prensa de su país exigiendo que España e Italia fuesen investigados para determinar porque no tienen margen presupuestario para luchar contra el coronavirus. Algo que Antonio Costa, primer ministro portugués califico de “repugnante”.

“En Italia, la capacidad de las UCI se gestiona de manera muy distinta [a la neerlandesa]. Ellos admiten a personas que nosotros no incluiríamos porque son demasiado viejas. Los ancianos tienen una posición muy diferente en la cultura italiana”. Esta afirmación corresponde al neerlandés Frits Rosendaal, jefe de epidemiología clínica del Centro Médico de la Universidad de Leiden.
Una crisis relacionada con algo tan vital como la salud y la vida de los ciudadanos a puesto de manifiesto, una vez más, las diferencias de enfoque en torno a aspectos vitales relacionados con los valores humanos que tenemos como sociedades los distintos países europeos.
Es consabido el difícil avance en los últimos años en cuanto a políticas, instrumentos y organizaciones de la Unión para crecer y gestionar diferentes aspectos que nos lleven más lejos en este proyecto comunitario.
Tras años de crecimiento como proyecto sólido e incipiente desde 1993 hasta la creación de una moneda común (que recordemos no es la moneda aún de muchos estados miembros), se ha manifestado una falta de fe y discrepancias a la hora de hacer crecer el proyecto europeo cuyo máximo exponente de declive ha podido ser la salida del Reino Unido.
Durante este proceso de escisión en principio puramente político se han evidenciado diferencias culturales, diferencias que frecuentemente dividen en una opinión distinta a los países del sur de los del norte. Enfoques de vida distintos y prejuicios anquilosados entre unas naciones que pretenden formar un camino futuro común.
Quizá el comienzo del estrés de todos diferentes puntos de vista de los países que lo componen sobre el proyecto europeo arrancase en 2008 con la última crisis económica, pero los motivos que mueven estas diferencias no son ni han sido puramente económicos. De hecho, toda diferencia en cuanto a una gestión económica entraña una diferencia filosófica o social en sí misma. Esta nueva crisis, ha evidenciado que Europa, no solamente tiene resultados económicos diversos, sino que también mantiene una diferencia, mucho más enraizada y cuyo debate es quizá más difícil de solucionar que con la mera aplicación de medidas económicas.
Entre los países mediterráneos o del sur de Europa (Italia, España, Grecia, Portugal.) y los países nórdicos (Alemania, Holanda, Bélgica, Finlandia etc.), esta última escalada de acusaciones a causa de la crisis del coronavirus ahonda en un conflicto que conecta directamente con nuestros valores más íntimos como sociedad, y que ha evidenciado más aún nuestras diferencias intrínsecas e históricas de las distintas naciones europeas. Una crisis sanitaria, que no económica, pero en la que sin duda las medidas sanitarias que se adopten afectaran en mayor o menor medida a la economía.
Una crisis en la que nos vemos obligados a sacar a relucir nuestros valores nacionales sobre el valor de la vida frente a la economía, nuestras normas como sociedad respecto de los compromisos cruzados adquiridos con nuestros descendientes.
Pero respecto a crisis anteriores; ¿no son nuestros valores económicos ya el resultado de nuestras convicciones morales? Las becas, las ayudas sociales o las políticas de inmigración son también reflejo de nuestra forma de entender el valor de la vida, propia y la ajena.
Sin embargo, en economía, es frecuentemente más sencillo pasar de lejos los aspectos morales, siempre y cuando la finalidad de cualquier medida se concreta en el objetivo común de crecimiento. La económica contiene una parte numérica, gracias a la cual es más sencillo llegar a acuerdos comunes. Pero, y aunque este sea un objetivo de ciertos campos de la sociología, no siempre, es posible reducir el comportamiento humano a leyes lógicas.
Este caso ha abierto como ninguna otra circunstancia anterior, la necesidad de elegir entre vida y economía. Ha puesto delante de nosotros la necesidad de fijarnos en nuestras diferencias morales, las cuales son en realidad raíz del resto de diferencias, y que frecuentemente dejamos bajo la superficie, escondidas en un manto de números, esperando que algún conflicto como el actual, las ponga de manifiesto y nos obligue a pensar en ellas.
No es de extrañar, que, en una sociedad capitalista como la actual, hayamos dejado escapar un aspecto tan importante como las diferencias morales y filosóficas que nos mueven a las distintas naciones europeas como sociedades, en pro de acuerdos comunes que buscan el beneficio común, generalmente económico, sin ahondar en la realidad para que esos acuerdos comunes funciones, todos debemos tener en cuenta quién y porque son como son los socios y con quienes firmamos dichos acuerdos.
Durante esta crisis hemos podido diferenciar dos modus operandi básicos de gestión entre los países europeos: aplicar todos los recursos posibles y gasto sanitario en atender al conjunto completo de la población sin distinciones y a su vez tomar decisiones de una repercusión tal como pisar el freno de toda actividad económica de un país para minimizar el número de contagiados, o por otro lado minimizar el gasto sanitario aplicando protocolos de asistencia basados en el posible pronóstico de un conjunto de la población asociado a la variable de la edad, y además permitir el funcionamiento de mayor margen de la actividad productiva para minimizar el coste del impacto económico.
Es decir, por un lado, minimizar pérdida de vidas sea cual sea el grupo social del enfermo a consecuencia de un posible sufrimiento económico posterior mayor, o salvar ciertos trances económicos posteriores a costa del sufrimiento de todos aquellos quienes padezcan la muerte de un familiar sin ser atendido y el sufrimiento y pérdida de las propias víctimas y vidas, que quizá bajo otras medidas podrían haberse evitado.
Ambas opciones tienen sin duda su lado de razón, y su lado de sinrazón, sus pros y sus contras, y sus motivos de existencia, eso sí; difíciles de entender estos motivos si entre las partes contrarias no aplican un marco de comunicación y comprensión entre sus posturas.
Los países mediterráneos o del sur, de raíces católicas coinciden en los cuidados hospitalarios a personas de cualquier edad mientras que los países nórdicos (también estados unidos fuera de la unión), todos de herencia anglicana defienden la atención en muchos casos sólo a aquellas personas por debajo de los 80 años, sacrificando así estas generaciones por el llamado “bien común”, quizá los valores y la filosofía relacionados a las religiones imperantes en los países de la unión afectan aún más de lo que en principio podría adivinarse desde la superficie, subyaciendo fácilmente en momentos de crisis y generando dificultades acerca del entendimiento final de los ciudadanos europeos.
La comprensión del diferente punto de vista entre el sentido de responsabilidad individual anglosajón intrínsecamente ligado a la religión anglicana, y el concepto de solidaridad del cristianismo podría llevarnos a entender el fondo último y origen de nuestros principios para facilitar una comprensión del porqué de nuestras acciones y decisiones a nivel nacional en este tipo de crisis así como crear el ambiente de empatía suficiente para comenzar a elaborar propuestas que se concreten en los pasos futuros del proyecto europeo atendiendo a un aspecto tan importante como el sentido filosófico y los valores morales de orígenes algo diversos que aún imperan en las distintas naciones europeas.
Mediante la educación y el estudio de nuestras diferencias y también de los prejuicios que sin duda junto con estas herencias religiosas puedan haber y han subyacido los siglos entre países europeos, se puede intentar lograr que la sociedad europea se convierta en una sociedad más conocedora de sus diferencias, más empática, más perceptiva con sus distintas realidades y más educada y respetuosa con las mismas, preparada para dialogar y comprenderse y poder llevar a cabo un proyecto de la magnitud e importancia del europeo.